El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Segundo interludio breve

Don Lindyhomer Te lo digo aquí y en la calle— 07-01-2014

Anoche cenamos con la tía abuela Mardell, que nos dijo que quiere regalarnos una ensaladera que compró en Hawai hace cuarenta años. Es el ser más divertido, generoso y cariñoso que existe. Cuando alguien como ella desaparece y no hay reemplazo, el sol calienta un diez por ciento menos. Y así me temo que es como se está produciendo el cambio climático, y los científicos no se dan cuenta.

Ahora voy leyendo un libro del Butano Popular, en el asiento trasero de un monovolumen que circula plácidamente por una autopista que nos lleva a Des Moines. Me cuesta mantener la concentración porque las chicas están de cháchara chispeante, así que levanto la vista y me dejo cautivar por las suaves colinas de Iowa, que hace mucho rato que me están poniendo caliente. Juego a buscar depósitos de agua o granjas abandonadas en el horizonte, porque el paisaje nunca es monótono para el que sabe mirar. Los lenguajes del sentido, esto es, los simbólicos, operan como el lenguaje musical: redundancia de temas y sus variaciones. Leo también los carteles verdes que anuncian salidas a poblaciones que fueron bautizadas con nombres como “Pradera Floreciente” y desde aquí Europa me mira, más que nunca, como una vieja amargada.

En una hora otearé el desvío hacia Kansas City, y mi imaginación se pondrá golosa de jazz y blues con sabor a destilado de patata. No creo que nada de eso exista todavía. Preferiré llegar pronto a nuestro destino, y que grandpa Don empiece a hilar un abalorio de gin and tonic – nunca omite el and – para curar mi resfriado. Y pienso que tengo que esforzarme en recordar estas cosas para poder escribir lo que a Rubén tanto le gusta leer, y que llama paisajismo.

Y alguien tendría que explicarme por qué aquí los camiones son infinitamente más bonitos.

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