El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Discursos breves (II)

Don Lindyhomer Te lo digo aquí y en la calle— 25-02-2013

Escribir el discurso de recogida del premio Nobel de Literatura sin haber publicado novela o poemario alguno puede parecer arrogante o iluso, pero les aseguro que no es el caso. Se trata de un ejercicio de pudor y prevención. Los ganadores dicen siempre que les coge por sorpresa. Yo salgo de casa con la muda limpia y mi discurso de Nobel escrito en el bolsillo. No soporto la idea de que me pillen en un renuncio. Y no soy de los de rechazar premios ni canapés de salmón ahumado.

Empezaré pues compartiendo con ustedes la curiosidad que siento por saber qué clase de obra me ha hecho merecedor de tan distinguido y arbitrario galardón. Piensen que, en el momento en que escribo estas líneas, tengo por delante una larga lista de discursos pendientes de escribir: el del Nobel de Química, el del Nobel de Economía, el del Nobel de la Paz… Este último es tal vez el que tenga más claro de todos, será muy escueto: “¿La paz? No era mi intención. ¡Menudo fracaso! Pasemos a los canapés de salmón…”. Pero el de Literatura es distinto; la literatura sí es mi intención. ¡Ay, la literatura! Se llama así por las literas: todo autor duerme encima de otro. Las literas de los escritores son como la cadena de elefantes indios que sostienen el mundo. La literatura es el rastro que dejan los sueños, el merengue que sale de batir aspiraciones y gurruños. La literatura sirve para saber en qué punto estamos del eterno retorno, para transformar la tarea de Sísifo en ganchillo de la abuela. Consiste en saberse manejar en el tiempo de los niños y en el tiempo de los adultos. Le gustan las cosas de acero o vidrio, y los cardos, los crisantemos y los claveles. De la literatura nos lo podemos esperar todo, y por eso nos decepciona a veces. Para compensar, la literatura de lo que más sabe es de enloquecer y desquiciarse cuando la mediocridad le acorrala. La literatura no es una cosa de regar porque crece por delirio, rabia o huída. Es muy adolescente para eso. Después se arrejunta para pasar los inviernos en Florida, jugando al dominó y comiendo clementinas valencianas. Es amable y prepara ricas galletas, pero yo preferiría que partiera a sentarse en un balancín a tocar el banjo a orillas del Mississippi, o las palmas en la ribera del Guadalquivir. Estas son, por supuesto, mis preferencias. Apuesto a que el año que vienen vendrá otro ganador con otras milongas…

Creo, en fin, que es muy emocionante recoger un premio como este. Admito que el de Física me haría tanta ilusión o más, por aquello de lo que me costó aprobarla en el instituto. Pero, ojo, no se me ocurriría protestar. ¿Beben ustedes en Escandinavia tanto como se dice? Disculpen, me estoy desviando del tema. Sinceramente no sé cómo he llegado a ganar un Nobel con lo que me cuesta concentrarme en una sola cosa. Muchas gracias a todos.

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