El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Cine y espectáculos

Grace Morales Creaciones Madrid— 30-09-2010

Una pila gigante de neumáticos en llamas es asunto de gran plasticidad. Digno heredero del cinematógrafo, por lo que el destino del solar donde se ubicó uno de los cines más antiguos de Madrid, el Bellón, iba pero que muy bien dirigido hacia el mundo de mañana, quiero decir, el de hoy, todo espectáculos de masas y sociedad especular.

Además del cine propiamente dicho, una sala en donde se alternaban las películas con bailes de carnaval y mítines políticos durante los años treinta, el público disponía de una zona de proyección al aire libre para el verano. Cuando el negoció se cerró, los locales dieron lugar a otros dos espectáculos muy siglo XX: el primero, el incendio del almacén de neumáticos usados, ubicado en la antigua zona al aire libre, cuya magnitud y nube de humo se pudo contemplar en todo el Madrid de finales de los cincuenta; eso sí, de corta duración, pues apenas tardaron un par de días en acabar los bomberos con él; y segundo, la presencia de una tienda enorme, con marquesina luminosa y grandes escaparates rematados en madera, de la cadena de zapaterías Los Guerrilleros, primera franquicia del calzado español, depositaria de tantas alegrías como dolencias en los pies de varias generaciones de madrileños de barrio de aluvión, por lo imaginativo y barato de sus propuestas (estupendas imitaciones en plástico de los últimos gritos de cada temporada, con tendencia al manierismo kitsch, y a precios imbatibles).

Las tiendas Los Guerrilleros tenían/tienen el orgullo, junto con su impresionante catálogo de zapatos de explotación, de poseer, ya desde la lejana fecha de 1962, un diseño publicitario absolutamente moderno, de gran cadena a la americana, con rótulos casi del tamaño de un cartel de cine (antiguo), donde se podía/puede leer el eslogan del negocio: NO compre aquí, vendemos “muy caro”, tan irónico y español como internacional en su circunstancia.

A pocos metros de lo que fue el Bellón, en la calle Cinco Rosas, se alzaba el Cine Imperio. No el Imperial, cuidado, sino este local de primeros de siglo, majestuoso, de dos plantas y fachada imponente. Estaba en sitio privilegiado, muy cerca del Ayuntamiento, al lado de un importante colegio de la zona, y en los tiempos oscuros, enfrente de la sede de Falange del Distrito, con su correspondiente sección de reclutamiento de flechas de la OJE.

El Imperio proyectó películas hasta los años setenta. Pronto mutó de Cine a Sala, y fue protagonista a lo largo de una década de conciertos de rock sonadísimos, como el primero de Joe Jackson en la capital, en el cual el público casi arranca de cuajo el mobiliario del patio de butacas. Aunque más huella dejó la gira de los veinte años de punk, cuando una muchedumbre airada se reunió para ver, entre otros, a Chelsea y Anti-Nowhere League. Muchedumbre que llegó, vio y triunfó en un tornado de pogo y puñetazos, mientras Los Lurkers cenaban sepia en el Bar Cinco Rosas.

Los Guerrilleros y la Sala Imperio quedaron abandonados a comienzos de los años noventa. Antes, la Sala acogió durante un breve periodo a una congregación evangelista, que aportó música y fervor a la zona, pero no cuajó entre el sentir de sus vecinos. Antes de cerrar, la zapatería expuso en sus escaparates — y a precios de risa— los modelos que habían quedado olvidados en el almacén desde su inauguración, lo que provocó una avalancha de amantes avariciosos de la arqueología popular, dispuestos a arramblar con todos los zapatos de tacón de aguja y sandalias de plataforma. Tras el expolio pop, todo quedó en silencio y polvo.

Sin embargo, el siglo XXI está resultando menos espectacular que su predecesor. Ha convertido a ambos inmuebles en bloques de viviendas. Uno es un residencial de oficinas y pisos, y en el bajo alberga un Telepizza. Al menos, no abrieron bancos. El Imperio tuvo más suerte: los arquitectos respetaron la fachada original, aunque despojándola de toda identidad y gracia, y construyeron unos apartamentos minúsculos, pero a precios de gran vivienda. Supongo que los vecinos de uno y otro piso verán los últimos estrenos de cine en sus televisores de plasma, con gran calidad screener. Otra vez a La Caverna.

Comparte este artículo:


Más articulos de Grace Morales