El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Madrid en sus canciones y sus personajes (2)

Grace Morales Creaciones Madrid— 16-05-2013

Me gustaría que alguien rodase la película sobre los Burning. Una buena película acerca de su historia. También es un anhelo mío en lo cultural que alguien lleve a cabo por fin una película sobre una época que se corresponde a su trayectoria más importante, la segunda mitad de los setenta y la primera mitad de los ochenta, pero las dos cosas son tan improbables como que vuelva a haber un grupo como los Burning. El director Óscar Aibar es el ideal para encargarse de ello, pero por mucho que le doy vueltas, no veo al elenco protagónico. ¿Qué actor español, entre 25-35 años, sería Pepe Risi? Bueno, ya que estoy fantaseando, siempre se podría traer a un grupo de actores extranjeros. Total, iba a ser más fácil hacer que unos americanos aprendieran a hablar y moverse con deje de la Elipa, que unos de aquí a pronunciar medianamente…

Estas semanas, para contrarrestar la influencia tecno-pop, he vuelto a escuchar los discos de Burning. Cuando cantaban en inglés al principio y los músicos pijos se sentían encantados con ellos porque se pintaban y vestían de glam rock. No porque los Burning fueran supermodernos, sino porque les gustaba lo que se llamaba por aquel entonces el rock macarra, que por alguna razón les parecía divino a los otros. He estado repasando los temas de “Bulevar”, “Madrid” y “El Fin de la Década”, los más sentimentales y desgarrados, entre la ternura de un patio de luces cubierto de hormigón y la dureza de portada de El Caso, en una cocina verde con bombillas desnudas. También eran maestros en componer rocanroles con letras humorísticas. No finas ironías de barrio residencial, sino puñetazos a la actualidad, las noticias del telediario y las revistas del corazón. La polémica entre la transición de las voces de Johnny, Pepe y la de Toño (hasta he vuelto sobre ese “Atrapado en el amor” de primeros de los ochenta, un poco sonrojante), dividió a los fans, los que se quedaban con el acento único, la voz de Antonio (casi siempre, nosotras) y los que preferían el tono nostálgico de Johnny y el timbre pop, perfecto, de Pepe.

Los fans de Burning, por entonces, éramos un cajón donde cabía un pueblo de la periferia en fiestas, un barrio en idénticas circunstancias, y luego ya, de forma más o menos permanente, los alumnos del instituto y de la FP del pueblo y del barrio. Hasta la actualidad, frisando los cincuenta y muchos, con varias generaciones de jóvenes ganadas en actuaciones al aire libre, discopafs y verbenas. El seguidor de Burning no es fiel como el de Rosendo. Es díscolo, tiene más de veleta, no acaba de ubicarse en ese sector duro de rockeros concienciados ni en el de macarras de pantalones blancos con pinzas y botines de tacón, que esos van a la rumba de cabeza sin pasar apenas por el rock, que para ellos es una cosa de mariquitas y niñatas. El estilo del grupo no llamaba a la solidaridad de los oprimidos, sino que cantaba con desparpajo y fiereza lo que sucede cuando se vive en el límite: las fiestas sin amaneceres, el amor a la desesperada, los amores que matan, la traición de las ciudades y la soledad de las habitaciones baratas.

Los Burning son ahora un fetiche vintage para el público medio burgués, el que se disfraza con chupa de cuero y gafa de rock, los propietarios de tienda y garito, autónomos aficionados a la motocicleta grande y cualquier evento relacionado con el Rock, camisetas, tatuajes, coches, barriles auto dispensadores de cerveza, billares y camiones, ahora casi siempre con la calva al cero para disimular. Sin haber sido los Burning nada de eso, por cierto. Ejemplares únicos de músicos empeñados en vivir como músicos, lo que significa en España caminar literalmente por el lado más bestia de la vida. Un empecinamiento admirable que se llevó a la mitad del grupo antes de tiempo, y al resto a sobrevivir como se puede de un nombre de Mito fundacional. Sin nada que perder porque nada tenían, los Burning son, eran, los verdaderos extraterrestres del pop madrileño.

Ah, no, sin vivir en Madrid no lo entenderás.

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