El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Retrotabaquismo

Grace Morales Creaciones Madrid— 19-01-2011

Madrid es ciudad que tiene muchos humos. Da igual el origen, adosado, dúplex o palacio: todos salimos bufando del domicilio y entramos en la cúpula del trueno tóxica de cada día, caminando con aires de grandeza, respiración contenida y una dignidad petrificada en Esencia de Podrido. Aunque también hay que apuntar que el nuevo contingente de madrileños beyond the sea no conocen de esta hidalguía marchita y se conducen más conscientes de su condición que nosotros, las infrapersonas de base.

Al parecer, cada año las autoridades celebran el día sin coches, pero este gesto sólo debe servir para hinchar alguna partida presupuestaria, porque el impacto ambiental y estético es nulo. De momento, y que yo sepa, aun no se ha institucionalizado el Día sin Grandes Fábricas que Contaminan Horrible, como tampoco la Jornada por los Alimentos sin Ingredientes Venenosos, con sendos desfiles ad hoc, suelta de globos y desfile temático, pero todo es cuestión de que se le ocurra a algún creativo del Monte Rushmore ése. De momento, las autoridades ya han conseguido normalizar la prohibición de consumir tabaco, con polémica y debate estéril a todos los efectos, pero ideal para rellenar tertulias sobre asunto tan crucial e importante.

La opinión pública en este país tiene tanta querencia a dividirse en dos bandos, que no ha dudado, alegre y belicosa, en apuntarse al de los prohibicionistas o al de los pro-consumo. Aunque siempre queda el remanente muy madrileño del no sabe/no contesta, el dontancredismo, el yo no sé nada, yo no entiendo de política, yo no me meto, aunque al de al lado le estén machacando la cabeza.

Tras los primeros incidentes, propios de hoja parroquial y las opiniones escuchadas en la calle y en familia, he de decir que no me siento nada satisfecha del estado de cosas. Me disgustan especialmente los energúmenos quienes naturalmente amparados en el anonimato denuncian al vecino por fumar, y los rajaos que están decidiendo dejar el hábito por la presión social, y corren a la farmacia a por una especie de imitación de cigarrillos como de la Teletienda. Ya puestos, podrían comprar cigarrillos de chocolate, que guardan mayor parecido con el original, creo yo. Tampoco están quedando como unos príncipes quienes desean convertir el tabaco en lo Único y Verdadero, empecinados en bañar en el humo de su afición a todo quisque. En el otro extremo, seguro que ustedes conocen a algún amigo o familiar ex fumador que ha abrazado la nueva fe con la furia del converso y en cuyo domicilio prohíbe fumar, donde los desgraciados con su adicción son relegados a la terraza o a un cubículo de 1×1 aislado de las visitas. Bueno, eso, entre nosotros, que tenemos viviendas con ala norte, ala sur y dos torres, pues sí nos podemos permitir habilitar cómodamente dos espacios para las personas, incluso otro salón como de La naranja mecánica para drogarse con todos los adelantos, pero imagen ustedes esos pisos que tienen algunos de 55 y ¡hasta de 40! metros cuadrados, para meter una familia con dos cuñados fumadores y tres niños con carrito y complementos…

Aunque nada de esto es nuevo. En el año 1988 ya se vivió una cosa semejante. Antes de esa fecha, en los andenes del metro había máquinas expendedoras de tabaco, grandes ceniceros al lado de las papeleras, y la gente fumaba dentro de los vagones, en las clases de la facultad —si te dejaba el profesor, que también hacía lo propio— , en los centros de salud, edificios oficiales, comercios, autobuses y cualquier sitio, por extraño que éste fuera. La tele era un fumadero continuo de presentadores, políticos, artistas, folclóricas y rockeros. Ese año hubo motines por todo el país, exigiendo el derecho a seguir fumando como antes y que no se disipase la gran nube de humo que se tenía formaba con la aquiescencia de las autoridades, las sanitarias y las otras. Pero la ley ganó. Nadie nos protegía de los peligros del tabaco, pero es que por entonces tampoco nos decían en el telediario que el vino y las bebidas espirituosas fueran finísimos y respetables objetos de alta cultura, eso es verdad.

Mi primer cigarrillo fue con trece años, en el portal enfrente de clase, igual que en la canción de José María Granados, “Chicas de colegio“. Me mareé tanto que me tuve que tumbar en el suelo, con un globo como si me hubiera fumado un taco de docenas de cigarros a la vez, mientras las demás chicas se reían de mí. Fumé regularmente durante años, y conozco muy bien la sensación de despertarme con resaca de tabaco, mayor incluso que la de alcohol, la ropa impregnada de un perfume semisólido, como si me hubiera pasado la noche en la azotea de The Towering Inferno.

En 2004 y en cuestión de pocos meses, lo dejé. No me lo había propuesto, no tenía la más mínima intención de dejar de fumar, pero lo que antes suponía un placer se convirtió en una mala experiencia. Me daban arcadas al aspirar el humo, y por eso lo tuve que abandonar. Todavía no se lo explica el médico. Quizá un mentalista me hipnotizó sin que yo me enterara. Aunque es una pena que sólo me inmunizara contra el tabaco.

Hay una lista de varias cosas y personas sobre las que me no me importaría vomitar nada más olerlas.

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