El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Blas se explica desde Venezuela

Perico Baranda Cartas Crueles— 18-12-2014

Caracas, 9 de diciembre de 2004

Querida Mercedes:

Te escribo desde el umbráculo de caña y parra que bordea la piscina de mi hacienda en El Hatillo, la zona más exclusiva de Caracas. Hoy ha amanecido un día radiante: veinticinco grados y una suave brisa que anuncia la llegada del invierno. El agua de la piscina está a la temperatura ideal y Maruchi (mi tetuda particular) lleva metida allí más de una hora, tumbada al sol en pelotas, con un daiquiri en la mano, en su colchón inflable. La muy golfa se pasa el día en remojo, excitándome sin solución porque yo no sé nadar. Al mediodía, cuando el hambre aprieta y se ve forzada a volver a la orilla, la poseo allí mismo, sin remilgos, antes del aperitivo, en el aperitivo y después del aperitivo. Es un demonio de chavala, cesión temporal del embajador de España en Venezuela, mientras le visitan sus padres. Me la prestó a condición de que la alimentara con chocolate, para que no pierda el color. En fin, Mercedes, que a mis cincuenta años y por primera vez en la vida, estoy en la gloria, viviendo en una casa de cuatrocientos metros cuadrados, con jardín y piscina, cerca de un campo de golf y bosques de palmeras. Nada que ver con aquella mierda de piso que teníamos en Melilla, estratégicamente situado entre la plaza de toros, el manicomio y el cementerio municipal.

A día de hoy, felizmente huido de España y de la justicia de los hombres, me siento renacer. Se acabó para siempre la figura de tu hermano Blas Rodríguez Campoamor, guardia civil melillense, casado y con tres hijas, a cual más caprichosa y torpe. ¡Decidí salir de sus vidas y lo he logrado! ¡Que se joda el comandante Prieto, mi mujer y su madre! ¡Y que se jodan también mis hijas! Me exilié a Venezuela para convertir mis sueños en realidad y vivir por fin con ilusión y honradez, algo que nunca habría podido lograr en Melilla. ¿O es que crees que se puede ser honrado trabajando de guardia civil corrupto? ¿Acaso piensas que la generosidad es posible cuando no tienes ni dónde caerte muerto? En Melilla tenía un trabajo sucio, un matrimonio fracasado (¡me casé con una mora perpetuamente embarazada, Mercedes!) y un hogar que parecía una pensión (¡Jalila me metió en casa a su madre y a un tío suyo, alcohólico, que no hacía más que dormir y rezongar!). Era imprescindible salir de allí para cambiar de vida y así lo hice, aprovechando el pasaporte de tu marido. Lamento que ahora le haya dado un patatús y no salga de casa. Mejor. La gente debe creer que está en Venezuela y que yo he desaparecido.

Aquí en Caracas todo es distinto. Por primera vez vivo como siempre había soñado. Para empezar, soy libre de orientar mi vida como me dé la gana, sin obligaciones ni prohibiciones, dejándome llevar por mi conciencia y mis deseos, a la manera de Nietzsche, ejerciendo mi voluntad por encima de la ley y la moral. Creando mis propios valores. Vivo con una mujer de bandera y me exhibo con ella ante la mirada atenta y envidiosa de mis vecinos. ¡Y lo hago porque quiero! Me relaciono con las autoridades de la ciudad, personalidades, obispos y embajadores. ¡Porque puedo y porque quiero! Y presumo de títulos que no poseo, gracias a los papeles de tu marido: aquí soy economista, colecciono vitolas y escucho zarzuela. ¡Ése soy yo desde hace tres meses! Con la ayuda del Banco Venezolano conseguí repatriar el dinero que gané con el tráfico de drogas, un dinero que estoy empleando en mi propio bien y en el de mis conciudadanos. ¡Que no te sorprenda, hermanita! También ayudo a los pobres. ¡La contemplación del bienestar ajeno es una fuente de placer para quien lo promueve! ¡Ése es mi proyecto vital!

Ser honrado aquí no cuesta nada: me rodea un ejército de corruptos. Y en ese contexto, no resulta difícil vivir virtuosamente. ¡Qué maravilla: ser honrado sin esfuerzo! También puedo ser generoso a perpetuidad porque dispongo de mucho dinero y el país está lleno de gente necesitada: jóvenes sin trabajo, viudas sin recursos, tullidos y dementes, al servicio de mi bondad. Una vez más se demuestra que el bien y el mal no pueden existir aislados. Cada viernes salgo con mi furgoneta a repartir panes y peces (y cañas de pescar) entre la gente de los barrios periféricos. Los Cerros de Caracas me esperan. Se ha corrido la voz y todo el mundo me busca y aplaude cuando les reparto sus raciones. ¡Incluso el alcalde de la ciudad quiere promoverme como “El Hombre Bueno del Siglo Veintiuno” por mi actividad en favor de los necesitados!

Sí, ya lo sé. Mi mujer y mis hijas puede que me echen de menos en Melilla. Hazme el favor de enviarles unos turrones por Navidad y un billete de lotería, ¡a ver si les toca! Pero ahórrate decirles que estoy vivo. Yo no puedo hacer más.

Tu hermano,

Blas

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