El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Los papeles de Palomares (II)

Perico Baranda Cartas Crueles— 02-02-2015

Anotación 36

El año se despide y, una vez más, la apariencia se impone. Es un principio universal que el inspector Arriaga debería conocer: la verdad siempre queda oculta. Hay que buscarla en la trastienda de los hechos, o en su sombra. El delincuente se disfraza, el mentiroso disimula, el enfermo terminal finge salud. Y su médico, ese gran engañador con mascarilla, le palmea en la espalda y le dice: “Tiene usted muy buen aspecto, Palomares”. Y entonces el paciente, que soy yo, le sonríe como si hubiera olvidado que la procesión va por dentro. Un poco de falsedad ayuda a vivir. ¿De quién fiarse, entonces? Absolutamente de nadie. Estamos solos en el mundo y vagamos perdidos entre sombras y apariencias.

Anotación 37

Hoy, veintidós de diciembre, una vieja se ha llevado el dinero de la Banca Pía amenazando con una pistola. Ha llenado de billetes un carrito de la compra y se ha marchado tan campante. ¿Cómo puede acabar bien algo así? Yo sostengo que la asaltante no era vieja y que, pese a la apariencia de los hechos, aquello no fue un atraco. ¡Hay que estar fatalmente diagnosticado para ser capaz de pensar al bies!

Anotación 38

¿Quién se disfrazaría de vieja para atracar un banco? Obviamente, alguien más joven, porque a la inversa resultaría patético. ¡Ay, esos viejos con peluquín y bigote teñido! ¡Y esas viejas con varices, empeñadas en lucir sus piernas! ¿Aparentar o ser? En nuestras relaciones, Luciana finge y yo también. Pero sólo un poquito. Yo aparento tener una salud de hierro y ella sonríe tras el maquillaje, disimulando su edad y el trajín de una vida exhausta. Es un pacto de silencio para seguir tejiendo sueños y esperanzas. De vez en cuando nos cantamos tangos al oído y así no nos olvidamos de quién somos. Cada tango nos proporciona un gramo de lucidez. Pero volvamos al atraco: allí estaba yo, en la Banca Pía, y doy fe de que no sonaron las alarmas. Necesariamente alguien tuvo que colaborar desde dentro. Por eso, más que un atraco, aquello fue una donación o una recogida de beneficios. ¿Había un cómplice en la entidad? ¿Quién pudo ser? El inspector Arriaga echa la culpa a Evelino Sanahuja, el cajero, porque le encontró un fajo de billetes en el abrigo. Pura escenografía. Yo sostengo que Evelino carece de madera de ladrón. Podría ser un chantajista, pero no un ladrón.

Anotación 39

Arriaga siempre ha pensado que soy capaz de anticiparme a los hechos, y no se equivoca. Mi condición de detective jubilado me permite descubrir indicios allá donde otros no ven nada. Es una cuestión de experiencia, lógica e imaginación. Sin embargo, que yo estuviera esa mañana en la Banca Pía sólo fue una coincidencia. Desde que tengo los días (más o menos) contados trato de poner orden en mis cosas: libros, apuntes, fotografías, dinero. Aquella mañana iba a sacar mis haberes del banco para ponerlos a buen recaudo. No me gustaría que el gobierno o la iglesia se beneficiaran de mi desaparición. No quiero colaborar con su voracidad. ¡Ni un céntimo a la caridad cristiana ni a la equidad de los hombres! ¡Prefiero dejar mi dinero a las putas! Ellas sí se lo saben ganar.

Anotación 44

Cederé mis libros a una biblioteca pública, mis discos a un bar musical, mis películas a un negocio de alquiler de vídeos, mi ropa y calzado al asilo, mis botellas (vacías) al reciclaje y mi cuerpo a la ciencia. ¡Ah!, y cederé estas anotaciones al inspector Arriaga, para que aprenda los trucos de la profesión. Anoche, medio borrachos los dos, visitamos al vecino de la Banca Pía. Puerta con puerta, pared con pared, la tienda de fotografía de Pedro Ligoña comparte tabique con la oficina atracada. ¡Ese sí que es un indicio en el que escarbar, Arriaga! El dueño de la tienda es un muchacho gordo con pinta de maníaco sexual. Un tipo que sin que nadie se lo pidiera nos enseñó la casa y el sótano, nos abrió todos los armarios y cajones, y se extasió ante la colección de decorados fotográficos de su padre. He aquí otro indicio, Arriaga. Observe que sólo vimos apariencias. Tras esos decorados se oculta algo, se lo aseguro.

Anotación 45

¿Y qué se oculta tras el decorado de la vida? Sombras y soledad. A estas alturas de la función sé que nadie estará en mi lugar cuando tenga que morir. Estamos solos para ser lo que somos y vivir lo que vivimos. Hoy, con el ánimo quebrado por tanta soledad, me agarro al pecho (fraterno) de Luciana Vulva con la esperanza de morir abrazado. Una sombra, pero es lo más parecido a lo que no existe.

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