El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

¡Abrevia, Baranda!

Perico Baranda Cartas Crueles— 13-04-2015

Tarragona, 8 de abril de 2015

Queridos lectores:

Muchas veces la realidad desborda a la fantasía. La desborda y la supera, aunque me parece que para superarla primero tiene que desbordarla. No lo sé, estoy confundido. Sin embargo voy a esforzarme por aclarar las cosas y explicar mi situación. Necesito descargar mi conciencia. Llevo casi tres años transcribiendo cartas ajenas en El Butano Popular movido por un propósito ejemplarizante: denunciar las conductas impropias de las personas de mi entorno, a la vez que realizo una solemne advertencia moral, aquella que afirma que “el delito no compensa (casi) nunca”. Pues bien, las circunstancias me obligan a ir poniendo fin a esta sección y desaparecer por el foro antes de que la justicia se cebe sobre mi persona, pues soy persona y hay justicia. Implacable con algunos. Lo sé.

Para muestra, un botón: acaban de condenar a 190 años de cárcel a Juan Manuel Fernández Castiñeira, electricista de profesión y residente en O Milladoiro (Concello de Ames, La Coruña), por haber sustraído la correspondencia de sus vecinos entre julio del 2007 y julio del 2012. Aparentemente sólo le interesaba husmear en la vida privada de los demás y hacerse con alguno de sus objetos personales. A Juan Manuel Fernández se le ha condenado también a pagar una multa de 500 euros por cada carta robada, incluidas las de propaganda y el correo comercial. En total, ha de apoquinar casi medio millón de euros a repartir entre los 21 afectados. Por lo que he leído, el letrado Felisindo Basteira ha manifestado que los vecinos “decidieron emprender acciones legales por honor, no por venganza ni por intereses económicos, solo para denunciar los daños y perjuicios que les ocasionó este hombre que les hizo la vida imposible”. No nos engañemos: eso no es más que una interpretación.

Ahora bien, considerando los hechos, ¿cómo evitar que me flaqueen las piernas? Si por agenciarse un catálogo de Venca y la factura de la luz de un vecino te pueden caer dos años de cárcel y mil euros de multa, ¿qué no me podría pasar a mí, por haber sustraído infinidad de cartas a lo largo de nueve años, haberlas leído, manipulado y publicado en un medio de comunicación (más o menos) masivo (y expansivo) como El Butano Popular? Sépase que mi propósito al transcribir esas cartas no fue otro que el de instruir deleitando a los lectores, como sugieren los antiguos manuales de Pedagogía.

Pero por si alguien no sabe de quién estamos hablando, informaré que Juan Manuel Fernández Castiñeira, alias “Manolo”, también conocido como “el electricista”, fue el tipo que robó el Códice Calixtino de la Catedral de Santiago en el 2011 y se llevó también 2,4 millones de euros del templo, saqueando armarios y estanterías, y acumuló el fruto de sus actividades en el garaje de su casa y en algunos pisos de su propiedad, comprados con el dinero (robado) que blanqueó en el negocio inmobiliario. Pues bien, en los registros efectuados por la policía en su casa, no sólo se halló el citado Códice Calixtino (un documento valiosísimo del siglo XII) sino multitud de papeles y folletos de carácter religioso, fotografías de canónigos y obispos de la Catedral y más de doscientas cartas privadas de sus vecinos. Es la posesión de esas cartas lo que se ha juzgado ahora y ha multiplicado por veinte su condena inicial. Diez años de cárcel por haber saqueado la Catedral, pero 190 años por haber robado la correspondencia ajena, catálogo de Venca incluido. Delito contra la intimidad, se llama a eso. ¿Cómo no voy a desfallecer? ¿A qué me condenarían a mí si mi actividad en El Butano fuera denunciada, juzgada y condenada por un Tribunal comme il faut? No soy cleptómano. No padezco síndrome de Diógenes. No soy acumulador compulsivo. Mi único eximente es haber procurado el bien de mis conciudadanos mediante la denuncia moral.

Oigo una voz dentro de mí y también otra en mis orejas. La presión a la que estoy sometido es interna y externa a la vez. Es la voz de un mandamás que me advierte: “¡Abrevia, Baranda!, llevas repitiendo la misma historia setenta veces. Es hora de que abandones el barco y desaparezcas en la noche”. Hoy siento en la nuca y en mis tripas (un sentimiento externo e interno a la vez) la indiferencia (de mis lectores) y el pánico de que me caiga una condena legal. He perdido apoyos en El Butano (lo sé) y me aterra la idea de que nadie salga en mi defensa. Al principio todo fueron parabienes: hubo gente que interpretó las Cartas crueles como un folletín a través del cual criticaba al género humano, inventando protagonistas y acontecimientos. Incluso llegué a recibir alguna que otra palmadita en la espalda, que es algo que siempre se agradece, aunque sea coyuntural. Pero desde que la justicia la ha tomado con Juan Manuel Fernández Castiñeira (¡y le ha hundido!), la cosa ya no me gusta. No le gusta a nadie. Hace un par de semanas, un lector contrariado amenazó con llevarme a juicio al sospechar que mi sección no es mera literatura, sino que vende una realidad palpitante: carne cruda para Frankenstein y para media docena más de lectores.

Escribo desde Tarragona, donde he venido a investigar qué sucedió con el señor Carcagente. En cuanto lo sepa, lo contaré en El Butano y luego emigraré a Sierra Leona o al Vaticano, con Monseñor Irizábal, y no volveré nunca más.

Un saludo evanescente,

Perico Baranda

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