El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Hello, Roll With It, Wonderwall, Don't Look Back in Anger

Ainhoa Rebolledo Una para las dos— 20-11-2014

La primera vía férrea que se construyó en España fue la línea de Barcelona a Mataró. Esto lo aprendí en un colegio público y gallego siendo niña y me acordé ahora, siendo ya mujer, yendo a Blanes en un tren de Renfe lentísimo que bordeaba el Mediterráneo y que hasta ahora nunca había tomado. Esta es una de las cosas que se aprenden en la escuela y que crees que no sirven para nada pero luego la vida te sorprende (también para bien) y ves que eso te sirve para empezar un texto que tampoco sirve realmente para nada pero ya has crecido, eres un poquito mayor y sabes que las cosas inútiles son las que importan de verdad. Tenía el dato histórico pero no sabía que la línea discurría por el mar que ahora me gusta tanto mirar mientras pienso porque, claro, de pequeña tampoco sabía que los oceanitos servían para ser observados, que sólo eran para bañarse y pillar un corte de digestión o un simple resfriado.

Cada vez hace más frío y ya no hace falta que me quite los auriculares por la calle porque cada vez me encuentro con menos gente. Una tarde de verano, allá en meses pretéritos, me encontré con Miqui Otero por plaza Catalunya y me preguntó, le dije que iba a la Filmoteca, me volvió a preguntar y yo le contesté que no sabía qué iba a ver. Él se cansó de las preguntas así que, con ayuda de su característica y hermosa sonrisa, formuló la frase que se me quedó marcada: claro, la Filmoteca es un buen cajero al que ir a dormir. En breve Esteve Riambau dejará de ser el Director de la Filmoteca (para un mosquito en breve es un segundo, para una tortuga de galápagos en breve son 10 años) pero como no recuerdo cuando dejaba de ser director dejaremos que en breve signifique algo intermedio y ahora no sé cómo agradecerle a Riambau las alegrías que me ha dado (y los momentos de tranquilidad que me ha regalado) en los últimos dos o tres años, siempre en VOSC.

Tuve que ir a Blanes antes de emigrar porque Roberto Bolaño había terminado sus días ahí, allí vivió y escribió y de ese pueblo de la Costa Brava no se marchó. Disfruté mucho porque Blanes no es un parque temático en los meses de invierno, es imposible comprar ningún tipo de postalita o merchandising bolañesco y no hay nadie en el portal del estudio de la calle del Loro donde escribió Los detectives salvajes. No he viajado mucho buscando vidas de escritores pero en Lisboa vomité a Pessoa en todos los McDonald’s. Fui a Blanes buscando ese aire que le hizo decidir no moverse y me pasé el día tosiendo. Roberto, ¿qué te impidió huir de Cataluña? ¿Estabas demasiado enfermo? ¿Te sentías muy mayor como para empezar una nueva vida en un lugar mejor? Anocheció temprano y pude ver la puesta de sol a eso de las cinco de la tarde sobre la bahía de Blanes y como habían esparcido allí sus cenizas, me ahorré tener que subir hasta el cementerio. Fue un día fantástico, sin necesidad de Voyage au bout de la nuit, todo fue muy fácil y agradable porque comí en el único restaurante que no tenía colgado en la puerta el menú del día en inglés. Después de la trágica y eterna hora y media de tren hasta Barcelona en el que no había nada que mirar por la ventana, me acerqué a la Filmoteca del Raval a ver un corto y también una de Jean-Luc Godard pero se hicieron un lío con los rollos que había enviado la distribuidora, no se podía fastforwardear la película de 35mm, había que esperar –no quise– y ahora voy a tener que bajarme la película del Torrent pero como soy una mujer difusa de la generación LOGSE, en un par de días me habré olvidado de que quería verla.

El otro día en Barcelona era domingo y era la hora de cenar y ni quería ver Salvados, ni Cachitos ni a la madre que parió a Iker Jiménez así que mi amiga y yo terminamos la fiesta en la Filmoteca viendo un musical de Jacques Demy sobre el cuento de hadas de “Piel de asno”, una historia que no formaba parte de mi educación sentimental. No recordaba del todo bien la historia pero Demy añadió el matiz sexual a la parte del incesto para entretenernos mientras contaba la historia de una princesita que se escapaba de su reino y empezaba a trabajar en una granja con una piel de asno a modo de uniforme. Hasta aquí todo bien, Isabel Sansebastián y yo estamos muy a favor de las mujeres independientes aunque el otro día mencionara en una tertulia de la tele pública que las mujeres autosuficientes asustábamos mucho a los hombres. Pero después, cuando nuestra amiga la princesa afeada está a punto de ser ejecutiva de la mayor empresa cárnica del mundo mundial consigue a través de un hechizo que un apuesto príncipe se enamore de ella y la saque de trabajar, le vuelva a poner vestidos bonitos y triunfe el amor. A esto se le llama musical de cuento de hadas con final feliz y a mí me estalló la cabeza al salir de la Filmoteca pensando en mis padres omitiendo este cuento infantil de mis lecturas, prohibiéndome leer la Superpop y el Nuevo Vale, racionándome los VHS de Disney y, haciendo un repaso de mis últimas semanas, entendí que había cometido un error clamoroso que ellos consideraban de libro y sintieron frustración porque pensaban que eso ya me lo habían enseñado.

Mi amiga dijo que este tipo de películas de cuentos de hadas formaban parte de su educación sentimental: ella pensaba, desde pequeña, que tarde o temprano aparecería su príncipe azul y que la salvaría de este infierno llamado vida lleno de autobuses que llegan tarde, escaleras de metro estropeadas, jefes inútiles e hipócritas que saben menos cosas que sus subalternos, salarios bajos, alquileres altos, traducciones pésimas de los clásicos rusos, aviones de Ryanair, turistas, la dificultad de fabricar armas nucleares caseras, Curris Valenzuelas, Ángelas Vallveys, anuncios de lotería de Navidad, falta de amor propio, falta de amor mutuo, falta de cualquier tipo de amor. Hombres bien formados que se enamoran perdidamente de chicas quince años más jóvenes, tobillos gordos, tetas caídas, poesía contemporánea y blogueras en general, Martini Rosso, cañas mal tiradas, claras con limón y la necesidad de comer sano, con poca sal. Todavía somos jóvenes y no hemos oído hablar del colesterol pero mi amiga ha visto demasiadas películas que terminaban con el amor triunfando, con bebés simpáticos, tanto el macho como la hembra observándose fidelidad hasta después de la muerte de su pareja y claro, ahora lo está pagando todo con un T.A.E. del 25% y su madre preguntándole todos los días que cuando va a ser abuela.

Nuestro jefe supremo Rubén Lardín escribió un libro entero sobre su excelente educación sentimental que no entendí –tendré que crecer y madurar un poquito más para disfrutar de todas las referencias impresas– y yo podría resumir mis gustos en media línea diciendo que pasé años con el Xabarín Club, escuchando los mismos discos de Los Rodríguez, leyendo tebeos de Zipi Zape y libros de Manolito Gafotas. Nada de Britney Spears ni Spice Girls: What’s the Story (Morning Glory). Honestidad Brutal fue un disco que me marcó y que todavía no me he borrado: yo tendría 13 o 14 años, no había besado a ningún pardillo y ya me lo sabía todo sobre el desamor: sabía que enamorarse era salir a volar con otra persona pero con un sólo paracaídas y que uno se quedaba al final volando a la deriva. Ya sabía que Mufasa moriría todas las veces que viera El Rey León, que Nala era una calientapollas interesada y un montón de cosas más pero nunca un referente porque a fin de cuentas yo estaba más cerca de Siniestro Total que de los cuentos de Perrault y que la vida es hoxe son un punk e mañán xa verei / Non teño nada que hacer pero fareino como eu sei y colarse a gritar un poco en todas las manifestaciones que se hagan a favor de la ley del aborto.

Comparte este artículo:


Más articulos de Ainhoa Rebolledo