El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

This Must Be the Place

Ainhoa Rebolledo Una para las dos— 17-12-2014

Y aquí estoy en el puerto, donde la tierra se acaba, con mi marinero: le han dado tres días de permiso y ha gastado sus primeras horas de libertad en darme besos en partes de mi cuerpo que no conocía –que no sé ni nombrar– pero él las encuentra, las acaricia, las lame, las chupa y luego se ríe cuando le digo que a su lado me siento como una empanadilla rellena de atún que sabe identificar la razón de su existencia. Me ha venido sin afeitar y ahora me pica todo el cuerpo pero una cosa son las cosquillitas y otra cosa es lo que hacía la Stasi.

Llegué aquí porque me había perdido buscándole un sentido a la vida. Crucé la Celtiberia varias veces: de Barcelona a Jerez, de Sevilla al Algarve, de Lisboa a Galicia, desde Bilbao volví a Barcelona y luego en Benicàssim, frente al mar, asumí que ya no sabía qué hacer, ni qué decir, ni dónde ir y que tampoco tenía ganas de dormir. Yo era libre –más o menos, porque no tenía que cuidar de nadie, ni siquiera de un gato– y no estaba atada a nadie ni a nada pero me sentía asfixiada por mi conciencia. En la primera escala del viaje al fin de la noche, a mediados de agosto, dejé grabado en el interfono de la estación de tren de Jerez de la Frontera un mensaje apocalíptico: Estoy sola y hace muchísimo frío. El aire era irrespirable pero hasta un bebé sabe lo que hay que hacer para no morir ahogado aunque hemos crecido y ahora también damos la inocencia por perdida. Por mucho francés que sepa, soy incapaz de traducir a mi vida eso de: Voyager, c’est bien utile, ça fait travailler l’imagination. Tout le reste n’est que déceptions et fatigues. Notre voyage à nous est entièrement imaginaire. Voilà sa force.

Buscándole el sentido a la vida, subí y bajé cuestas resbalándome hasta que en Cascais llegué hasta A boca do inferno abrigada con una sudadera de Cristiano Ronaldo. Llegué allí con una libreta comprada en el Tiger pero sin cámara de fotos y no era tan buena escritora como para describir el paisaje con palabras así que dejé la sudadera, las gafas y la libreta al lado de la barrera de protección y me tiré por el acantilado fingiendo un dramático accidente mientras me hacía una selfie imaginaria –o algo así de estúpido– para que tuviera que venir un periodista aspirante a escritor a sacarme una foto y redactar una bella crónica: las rocas, la puesta de sol, mi cuerpo tirado sobre esas rocas, los turistas, los gritos de los turistas, el Atlántico golpeando, los gritos de los gritos de los turistas y yo ahí, estampada contra el suelo. Pensé que esa boca del infierno era el lugar perfecto para fantasear con una muerte dramática pero menos mal que no me suicidé allí porque después visité la Costa Brava y que si Walter Benjamin, que si Roberto Bolaño. Ya no recuerdo dónde fue pero durante el viaje conocí a un periodista que en realidad era un humanista que le encontró sentido a su vida colgando la Olivetti y convirtiéndose en taxista para no dejar de hablar con la gente ni un minuto. A ese taxista que me llevó de Gràcia a Sants le dije que me iba, que no podía más y me respondió que ¡Al final se quedarán solos! No tengo tanta imaginación como para inventarme algo así de literario ni soy tan valiente como para explicar las razones de mi huida porque soy una simple transcriptora de lo que veo. De lo que siento no puedo decir mucho porque la magia se rompería veinte veces: en las despedidas siempre llueve y esa noche en Barcelona no llovía. Tan sólo añadir que las luces navideñas y epilépticas de la calle no crean la atmósfera correcta para poder pensar en nada.

Encontré el sentido de la vida y lo hice a tiempo, siendo bastante joven, de forma que la unión del alma y del cuerpo todavía me sigue interesando bastante así que voy a seguir hasta el final, hasta que me maten y no pienso colaborar con mis verdugos por mucho que se vistan de Papá Noel. ¿Y qué vas a hacer cuando dejes de ser joven? me preguntaron. ¿Dejarás de justificar todos tus errores alegando que, bueno, eres joven y tienes tiempo para arreglarlo? Cuando deje de ser joven empezaré a decir que soy superviviente y no me avergonzaré de seguir respirando cuando todos mis familiares y amigos estén muertos, también el marinero. Y cuando alguien me pregunte amablemente lo que hice exactamente para sobrevivir, le contaré mi secreto: vivir la vida a mi manera, siguiendo mis propias normas, considerándola una sucesión de aventuras fascinantes que siempre terminan bien pero teniendo siempre una puerta por la que salir: C’est de l’autre côté de la vie.

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