El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Plan B

Sr. Ausente Amanecer de los muertos— 18-11-2013

El otro día me acerqué al cine para ver El juego de Ender. Fue un poco por casualidad y sin querer, llevado por el destino y la paternidad a un multisala de centro comercial. Dos filas tras de mí había un veinteañero regordete y despeinado con una señora que debía de ser su madre. Eran muy feos. También había una pareja en los dos asientos más cercanos a la puerta de entrada, que es un lugar raro para ponerse, señal de que es gente que no se esfuerza en ir más allá o que buscan escapar cuanto antes por si las cosas, dentro o fuera, se ponen mal. Yo, que soy un inconsciente, me sitúo en un lugar que no garantiza nada en caso de peligro. Llevo una bolsa con emparedados, eso sí.

Leí El juego de Ender hace veinticinco años y no me importa confesar que quedé bastante deslumbrado. Siempre me pasa con los libros que se leen muy rápido. Me dejo llevar por los acontecimientos y no atiendo a sutilezas, las haya o no. Durante unos años lo recomendé mucho, seducido por sus niños militares que se pelean en la ducha, su engañoso canto a los videojuegos y su inesperado giro final. Se lo recomendé, por ejemplo, a un informático de la oficina que tenía la fantasía gris, que es un mal que aqueja a muchos. Hoy sé que hice mal porque la novela le entusiasmó. Se hizo fan de Star Trek, se matriculó en psicología, se especializó en recursos humanos y acabo de jefe de personal en una gran empresa, donde despidió a mucha gente. En una ocasión me reveló que en una entrevista de trabajo lo más importante es sentarse recto, firme, y colocar la palma de cada mano sobre la pierna que le es respectiva, con la punta de los dedos allí donde nace, o muere, la rodilla. Jamás me he sentado así porque intuyo lo nocivo del asunto, pero lo hago ahora mientras escribo un poco por si me ayuda a ser más preciso en la descripción de la postura y, joder, que chungo, tíos, es como si te alinearas con la Nada, una dolorosa patada de normalidad. Esto de las posturas es un rollo pernicioso, mira lo que le pasó a Lou Reed, nada menos, y el puto Tai-chi de los cojones.

Mi entusiasmo por El juego de Ender se desvaneció con los años e incluso diría que mi subconsciente se esforzó en enterrar su existencia. Ni siquiera cuando supe que Orson Scott Card era un jodido mormón me picó el gusanillo de releerlo entre líneas buscando el puto panfleto. Por eso, en el cine, protegido tras una bolsa con emparedados de pan de molde, escudriño una película que es una mierda y me pasma su condición de fábula moral sobre la forja de altos directivos adiestrados para exterminarnos a todos. También siento curiosidad por saber si esa metáfora sobre la bondad de una guerra preventiva estaba ya en el original. El puto 11-S, me cago en Dios, que nos lo quiere explicar todo y mira cómo hemos acabado. Pero lo que de verdad me aterra es que he venido al cine con mi hijo y ahora me entra la duda de si he hecho bien, no sea que haga suyo ese caramelo de que la vida es un continuo desafío a la autoridad porque, qué coño, para mi hijo la autoridad soy yo. A la salida le pregunto si se esperaba el final y me dice que sí, claro, que había visto el tráiler, y eso me tranquiliza. Los spoilers, no sé para qué lloráis tanto, también pueden ser buenos porque desactivan toda emoción, y es por ahí por donde nos la meten doblada.

Aún así, me quedo con la mosca, que está zumbando, porque hace ya tiempo que cuando mi hijo me mira le brilla el desafío y cualquier día se sienta ante mí con la frialdad del genocida, firme y recto, con las palmas de la mano sobre la rodilla. He diseñado dos planes de supervivencia. El plan A y el plan B. El plan A es comprarme una grúa con bola y cadena. Es un poco complicado, lo sé, pero lo peor es que hay tanto por derrumbar que no sabría por dónde empezar. El plan B es llamar a los colegas y convencerles de que hay un camino por recorrer, doce pubs, doce pintas de cerveza, y que lo suyo es correr por delante de los ultracuerpos y ganar tiempo gritándole a la autoridad que corresponda que queremos ser libres para hacer lo que nos dé la gana, y que lo que queremos es estar colocados y pasarlo bien. Así que eso es lo que voy a hacer. Una fiesta, qué coño.

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