El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Fuego amigo

Sr. Ausente Memorias de un lector de tebeos— 03-11-2014

Me es imposible concretar cuál fue el primer tebeo que llegó a mis manos. Hay gente que puede especificar ese dato; a mí me resulta imposible. Me gusta pensar que eran tiempos en los que vivíamos rodeados de tebeos, montañas de ellos, por todas partes, que iban, venían y, en ocasiones, encontraban refugio en mi habitación. Como refugio no garantizaba gran cosa; su estancia podía ser breve porque debían regresar a su legítimo propietario, porque formaban parte de un pacto de préstamo que se demostraría endeble o porque caían víctimas de las incursiones de mi madre, siempre atenta a que aquel caos de papel se mantuviera dentro de un orden. Fue esa una larga batalla, marcada por la imposición de límites de espacio (“lo que te quepa en una caja”), escaramuzas alevosas y arduas negociaciones para conseguir un armisticio, un alto el fuego, un tratado de paz inevitable porque no hay ejército, por poderoso que sea, capaz de sostener el desgaste de la guerra de guerrillas.

A veces pienso que fue aquel viejo combate el que me incapacitó el juicio de soltar lastre, el que hizo aflorar un afán acumulador que luego alimenté descontrolado hasta que se convirtió en el monstruo que me devora. Desde muy pequeño hice de los tebeos no sólo vehículos de magia y entretenimiento, también posesiones que había que abrazar y pegar al pecho, bien fuerte, no fuera que tiraran de ellos y se me desprendieran. Dio igual que se reprodujeran y multiplicaran sin mesura, que ya no pudiera abarcarlos con mis brazos y empezaran a desparramarse por las paredes en un desparrame contrario a toda ley de la naturaleza porque en lugar de fluir hacia abajo lo hizo hacia arriba y a los lados, a lo largo y a lo ancho. Lo invadieron todo y por el camino fueron empujando a mi familia hasta expulsarla de casa. Por suerte, encontré otra que me acoge y acepta el mal que me aflige, quizá porque no tiene más remedio.

He empezado a escribir con la idea de hablar de dos tebeos que apretujé muy fuerte desde el principio de los tiempos, dos supervivientes que aún siguen conmigo. Puedo levantarme si quieres, y señalarte el lugar que hoy habitan porque sé dónde están, siempre lo he sabido. Puedo sacarlos de allí para mostrarte sus esquinas gastadas, sus lomos recubiertos de cinta adhesiva, su maltrecha integridad. Puedo hacerlo, sí, y dejarte leer sus títulos; pero ya no me apetece. Quizá luego, más tarde, cuando se me pase la zozobra por haberme bautizado como lector de tebeos en el titulo de esta serie de butanos. Ahora me aterra verlo y por eso lo esquivo, porque no soy un lector de tebeos sino algo peor, un acumulador avaricioso, un latifundista celoso, un amante posesivo. Un enfermo.

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