Sum Vermis

El Butano Popular

V

Han tratado de domesticar el bosque junto a las urbanizaciones, parcelándolo con el tiralíneas de los cortafuegos y dándole un aspecto como de seto desmesurado.

Yo no entiendo mucho de estas cosas, al bosque lo he conocido sólo desde la pequeñez de la infancia y los fuegos de la primera adolescencia, y volver aquí es como tratar de mentirle a la vida y decirle que soy joven.
Para mí, el verde siempre estuvo alrededor y más arriba, formando un toldo astillado. Siempre estuvo arriba y alrededor, salvo, quizá, llegado diciembre, cuando buscábamos musgo para el pesebre. Pero eso lo hacíamos en una arboleda de troncos espaciados, como las de esos cuadros lánguidos de Botticelli. Entonces, con las ramas desnudas y los matojos secos, dominados por el espino, el verde quedaba abajo, alfombrando las raíces y los tocones.

Llenábamos media cesta de mimbre con esos retazos de musgo, que separábamos del suelo con un cuchillo romo o con una rasqueta. Quedaba luego en el coche un dulce olor a tierra mojada que aún podría hoy llenarme los pulmones si no fuera por este sol recocido y por este viento seco y lenguaraz que azota los cables del tendido eléctrico, chasqueando blasfemias y rudos encantamientos capaces de dejar a oscuras todo el parque de urbanizaciones.

Después de casi veinte años, volví el pasado diciembre a armar un pesebre. Sin musgo, sin olor a tierra mojada, pero con un coro de risas, la voz de un piano y un árbol que regalaba piñas chocolateadas a los duendes de nariz altiva y ojos tremendos que se acercaban a husmear entre sus ramas más bajas. El verde estaba allí cubierto de plata y sonaba como un poema de Lorca, como una paloma de fiebre que lleva hasta el sofá las bocas calientes, abiertas por el vino.

Aquí el vino es denso como un licor y los cortafuegos le quitan a uno la idea de salir a perderse monte arriba. Pero he oído decir que corren por ahí, de un extremo a otro de la foresta, quince o veinte perros unidos en manada, que buscan con qué llenarse la tripa y ahuyentar el hambre. Mañana, con la matinal del sol, tal vez salga a su encuentro.

Joan Ripollès Iranzo

El Butano Popular © 2010

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