El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Día 5: Las putas

Rafael Bravo Rafa Bravo, entrenador de Primera División— 19-12-2014

Ayer me abrí un poco con el tema de mi ex mujer y la verdad es que me vino bien. Pero reconozco que no lo conté todo, obvié algún detalle que podría ser importante. A ver cómo lo cuento…

Cuando conocí a mi mujer me enamoré al instante. No me arrepiento de nada (especialmente de los primeros años), pero es cierto que al cabo de un tiempo me di cuenta de por qué me había enamorado así de rápido. No fue amor a primera vista, como me gustaba pensar. Fue la primera vez que me acostaba con una mujer… que no era puta.

Cuando conocí a Isabel en República Dominicana yo tenía 25 años. Para entonces ya llevaba años manteniendo relaciones con mujeres de forma habitual, no era ningún novato, pero desgraciadamente nunca con una mujer que no se dedicara a ello profesionalmente. Perdí la virginidad en mi dieciseisavo cumpleaños porque mis amigos del pueblo me pagaron una fulana entre todos. Nos echamos unas buenas risas y yo me fui a casa muy descansado. Me había hecho un hombre, pero lo que no sabía es que todas las veces que follaría en los próximos nueve años serían siempre así.

No es que yo no vaya de putas voluntariamente y como costumbre, no nos confundamos, soy un gran aficionado a ello; lo que pasa es que por mucho que lo intentara no había manera de que terminara la noche con una chica corriente, que no me cobrara al final. Tampoco es por el dinero, claro que no, eso es lo de menos. A los 16 años ya llevaba un tiempo en el Club, pero lo que no había descubierto todavía era que en el fútbol hubiese tantas putas. Me refiero a TANTAS putas, una cantidad ingente, imposible de esquivar. No es fácil de explicar para que una persona de la calle lo entienda. Me refiero a que incluso futbolistas casados y fieles como perros lazarillos terminaban follándose a putas sin siquiera saber cómo. Las putas son como un gas que no puedes evitar respirar si trabajas en el fútbol. Tanto, que en 1988 el Club tuvo que abrir un departamento de especialistas en psicología para nuestras mujeres, para explicarles esa situación respecto a sus maridos y las prostitutas, y que no se lo tomaran a mal. Para hacerles entender que para nosotros es igual de normal que pedir una caña, o coger más servilletas de papel de lo necesario en un McDonalds. Es un acto reflejo que hacemos casi sin pensar, precisamente porque nos lo ponen tan a huevo. Casi ni te enteras y ya te la está chupando alguna chavala de éstas, así que te sale más a cuenta terminar y pagar, que intentar luchar contra ello. Son como los mendigos limpia-cristales que hay en los semáforos, pero en versión mamadas, ¡eso es!

Entre los 16 y los 20 simplemente pensaba que estaba ligando. El hecho de que no se dejaran besar en la boca y que al final me cobraran pensaba que entraba dentro de lo que es “ligar”. Si alguna me gustaba y la quería volver a ver, llamaba al número que me había dado en su tarjeta, pero siempre era una agencia, y me volvía loco preguntando por ella. Les decía que no sabía su apellido, sólo su nombre (Jessica, Rachel, Cherry…), y me contestaban que esa información no les servía de nada puesto que “nuestras chicas cambian habitualmente de nombre, no utilizan el suyo de verdad”. No entendía nada, así que siempre pedía que me mandaran una chica al azar, a ver si acertaba. Y al final acababa follando y pagando, claro, y pensaba que había ligado otra vez.

Hasta que me contaron que no, que ligar era otra cosa. Así que a los 20 me puse las pilas e intenté salir a ligar. Era fácil conocer chicas en bares y discotecas porque para entonces ya estaba jugando en primera división, el problema era que ya me podían presentar cuarenta chicas en una noche, que siempre terminaba con la que era puta. No podía creer la mala pata, y ellas siempre lo disimulaban tan bien… Hasta que, ya con 21 años, me contaron que obviamente sufría ese “problema”, puesto que nosotros salíamos únicamente a discotecas llenas de putas. Eran discotecas normales, pero los encargados ya se aseguraban de llenarlas de putas de lujo para cuando viniésemos nosotros. Por lo visto alguien lo pidió una noche y ya se quedó así para siempre. Y claro, yo me pillé un buen mosqueo, un año más follando sólo con putas.

Lo siguiente fue alejarme un tiempo de mis amigos y conocidos, salí del circuito futbolístico en busca de no-putas. Pero no había manera. Hasta follé con feas, pero ni por esas. Por algún tipo de maldición al final siempre terminaban todas siendo prostitutas. Unas más caras, otras más baratas, pero siempre profesionales. En una ocasión, una de ellas, una señora mayor, me vio tan hundido que me ofreció no cobrarme; yo le dije que no era eso, que no lo entendía. Le di el dinero y lloramos juntos.

Joder, ¡estaban por todas partes! Nos llevaban a cenar a los ayuntamientos de cada ciudad, a eventos exclusivos, incluso secretos, a la Moncloa, siguiendo los protocolos más estrictos… Si se me ocurría ligar con alguna de las mujeres presentes y tenía suerte…, al final, ¡puta! Periodistas, concejalas, señoras de la limpieza… ¡todas putas al final!

En Asturias nos llevaron de visita a una mina. Ahí estábamos los del equipo con cuarenta o cincuenta mineros bajo tierra, sucios y agobiados. El último lugar en el que uno se esperaría encontrar una prostituta. Pues sólo había una mujer, una minera gorda y hombruna, así que intenté ligármela ahí mismo. ¡Pues resulta que era una prostituta infiltrada! Cuando me quise dar cuenta ya era demasiado tarde, claro.

En el 1990 ganamos la Copa del Rey, y yo ya estaba tan desesperado que intenté ligarme a la reina Sofía. ¿En qué cabeza cabe? Obviamente no pasó nada, pero me presentó a lo que ella misma llamó “mi mejor amiga”, una señora rica, enjoyada hasta las cejas. Después de que entre las dos me hablaran de viajes que habían hecho juntas, grandes figuras históricas que habían conocido, anécdotas míticas, bromas privadas, fiestas de pijamas que hacían cada mes…, cuando nos quedamos la amiga y yo a solas… ¡pam: PUTA! Carísima, además, claro.

Debí de haberme follado a más de doscientas mujeres cuando ya dejé de intentarlo, y entonces fue cuando conocí a la que luego sería mi mujer. Después de acostarme por primera vez con ella y descubrir que no pretendía cobrarme fui el hombre más feliz del mundo, y así se lo dije. Maravillosa Isabel. Eso era amor verdadero.

Una vez casados, las putas de repente me volvieron a sentar estupendamente. Por fin entendí a todos mis compañeros casados. Había madurado, y por fin volvía a estar en armonía con mi entorno.

Rafael Bravo

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