El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Día 4: Mi ex mujer (1 de 2)

Rafael Bravo Rafa Bravo, entrenador de Primera División— 10-11-2014

El psicólogo me recomienda afrontar aquí el tema de mi ex mujer, así que allá voy. Ella es Isabel Torero y la gente la reconoce por ser la presentadora de las noticias de TVE, turno de noche. Yo la conozco como madre de mis tres hijos, gran periodista, y una mala bestia imposible de domar.

Nos conocimos en Playa Bávaro, República Dominicana, en 1991. Ella estaba de viaje con unas amigas, celebrando una despedida de soltera. Por entonces ella estudiaba periodismo a la vez que trabajaba anunciando los números del Telecupón. Yo todavía jugaba, y en ese momento estaba en la última fase de recuperación de una lesión de rodilla. Tenía un par de semanas de propina, como quien dice, y decidí viajar a Playa Bávaro porque vi que lo regalaban como premio en un concurso de la tele, en uno de estos de encontrar pareja en directo. Pensé que era un buen premio y que yo no necesitaba ir al concurso para conseguirlo, simplemente podía comprarlo y ya está. Lo que no había tenido en cuenta fue que era un premio para parejas y yo viajaba solo.

Así que ahí estaba, aburrido en un bar-discoteca tropical, cuando escuché un estruendo de gritos y cristales rompiéndose tan fuerte que juro que imaginé que había habido una fuga de animales en el zoo, que estaba en esa misma avenida, y venían en estampida. Los babuinos locos a los que había pasado esa tarde dando de comer ahora venían a comerme a mí. Ya había conseguido un cuchillo de sierra cuando descubrí que no eran más que un grupo de chavalas con pollas en la cabeza. Pero se comportaban como fieras, algo así como hienas felices de estar en llamas. Según entraban en el local, agarraban a los camareros para meterles mano, y cuando estos hacían el mínimo gesto de apartarse (lo cual era imposible evitar si valorabas mínimamente tu físico de cintura para abajo) les gritaban “¡MARICÓN DE MIERDA!” o “¡NO MERECES TENER POLLA!”. Insultaban, escupían, reían. Eran españolas. Así que pensé que quizás tenía alguna posibilidad con alguna de ellas. Llevaba ya cuatro días en ese país y todavía nadie me había reconocido, con lo cual mis posibilidades de contacto con mujeres estaban siendo cero. Soy incapaz de empezar una conversación con una mujer desconocida, simplemente no sé cómo se hace eso.

Me recoloqué forzadamente bajo uno de los focos del local y en menos de dos minutos escuché como alguna gritaba “¿ESE NO ES EL FUTBOLISTA ESE O ALGO ASÍ?” seguido de un estruendo general todavía más fuerte. Cerré los ojos y me preparé para el impacto. Sabía que iba a doler pero tenía que intentarlo. Efectivamente, me arrollaron. Confirmaron que era yo y empezaron a saltar encima de mí, y en un segundo arruinaron por completo el trabajo de seis semanas de rehabilitación de mi rodilla. Arañaban y mordían, pero logré distraerlas momentáneamente con dinero que pude sacar de mi bolsillo. Movía mi brazo en alto y sus ojos seguían mi mano atentamente, listas para atacar de nuevo. Así que les dije que las invitaba a lo que ellas quisieran y así logré una mínima calma en el grupo.

Eran de un pueblo cerca de Cádiz. Se sacaron fotos conmigo, les firmé las tetas, les conté cual era mi plan ahí, me contaron el suyo… Finalmente insistieron en que tenía que ir a su hotel y dedicarle un baile a la novia. Parecían unas cachondas, así que me dejé llevar.

En la habitación rápidamente organizaron un rincón con una silla para que la novia se sentara y yo le dedicara un baile como uno de estos boys. Estaban entusiasmadas, pero con mi rodilla destruida yo no sabía ni por dónde empezar, de manera que la novia me empujó contra la silla para que fuese yo el que estuviera sentado y ella me bailara encima. Reconozco que este cambio repentino de planes me puso bastante burro, pero aun así todavía estaba valorando con qué amiga podía terminar yéndome a la cama, puesto que la novia quedaba fuera de la ecuación por razones obvias.

Pero, joder, la novia sabía cómo moverse, esto es así. Se me restregaba de la forma más primitiva posible mientras me susurraba al oído cosas de su prometido. Que era su novio del instituto y ahora trabajaba en una agencia de publicidad… Que era un publicista medio atontado pero que ella lo que necesitaba era un hombre capaz de derribar paredes con su cuerpo. No un maricón moderno que sabía de cine.

Toda esa información de golpe hacía que me replanteara mis valores a cada segundo que pasaba. Todo se precipitaba. La novia de otro hombre es algo sagrado, pero en ese momento el escenario era más bien el de un niño negrito muriéndose de hambre y teniendo que aguantarse quieto delante del buffet libre más grande y suculento que te puedas imaginar. Me pregunté: ¿Le dirías a un negrito hambriento que no puede acceder a la comida infinita que tiene sólo a un palmo? ¿Le dirías que sin ticket-comedor debe reprimir su impulso natural de comer? Que me corrija la ONU, pero a mi entender esto no hubiese sido un comportamiento humanitariamente aceptable.

Así que el resto del grupo no tardó en retirarse de la habitación, dando paso a una pasión demoníaca, digna de un ejército de monos rabiosos. Ya me podía olvidar de mi rodilla para el resto de la temporada, pero estaba valiendo la pena. Fue como follar con un puma, literalmente; por momentos tenía que estar atento a que no me sesgara ninguna arteria vital. Esa mujer me hizo cosas que todavía hoy creo que las he soñado, no he conseguido pruebas concluyentes de que esos pudiesen ser hechos reales. Reímos, lloramos, y terminamos aullando juntos a la luna llena dominicana.

Lo siguiente fue despertar con el ruido de los niños jugando en la playa, y pedirle matrimonio. Ella contestó que sí, celebramos nuestro amor una vez más, y prendimos fuego a la habitación como señal de respeto hacia esa experiencia, para convertirla en algo único e irrepetible. Así es como conocí a mi ex mujer.

Lo cierto es que el incendio también afectó a tres habitaciones más y hubieron heridos graves, incluso hubo una señora mayor que murió por culpa del fuego. Pero, ey, mi amor por Isabel era así; si te acercabas lo suficiente y no podías soportar tanta intensidad, es probable que salieras dañado.

Cogimos el primer vuelo a España y nos casamos nada más aterrizar. Ella vestida con alguno de mis chándales, puesto que todo lo suyo había quedado fielmente carbonizado.

Rafael Bravo

Comparte este artículo:


Más articulos de Rafael Bravo

  • Día 5: Las putas— 19-12-2014
  • Día 3: ¿Conozco personalmente a Pep Guardiola?— 29-05-2014
  • Día 2: Cómo se gana una liga— 14-05-2014
  • Día 1: Mi situación de mierda— 08-05-2014
  • Ver todos articulos de Rafael Bravo