El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Cincuenta

Rubén Lardín La hora atómica— 15-01-2014

Eo, escucha, si me lees despacio te regalaré un tiburón, un escualo pequeño de color badalamenti.

Duermo en el banco de madera debajito de tu casa hasta que me despierta el afilador con su tarea de augurio, escucho su diapasón, me cepillo los dientes y marcho a bucear la piscina entera, que está aquí mismo cruzando la calle, y voy bien, discurro, casi puedo contar las teselas bajo el agua, me abro paso en la vida líquida, busco aliento en el odio y la repugnancia tan grandes que siento por mi patria, por ejemplo, pero a los tres cuartos tengo que asomar el morro y tomar una respiración.

Recuerdo que de tres cuartos se sentó Stravinsky, cruzando así las piernas, en el retrato que le hizo Picasso, sin imaginarse entonces el gafas que su estampa iba a convertirse en un ejercicio muy popular entre aquellos que aprenden dibujo, porque si colocas el músico bocabajo vas a poder mirarlo obedeciendo a tu hemisferio derecho, extraviado de la razón, libre de la lógica, de las inercias bobas del sentido común, te vas a encontrar incapaz de procesar las coordenadas impuestas que hasta ahora te impedían ver las líneas e identificar el espacio, de pronto no las comprenderás pero por primera vez las estarás viendo, será como si fueras zurdo, como si fueras un mago y tuvieras una mujer escarlata, que es una mujer que no se puede sistematizar.

Pasa el día y ocurre y sin pretexto, por rutina o compensación y en busca de manifestaciones insólitas, antes de volverme a la cama miro una película por ensamblarme, porque para las pasiones no hay configuración ni dimensión estándar, son totalidad y exceso, su propia expresión es sustrato y muestran toda su profundidad como una dote, son sagradas sin querer, las pasiones, digo, y algunas películas, y cuando discuten en pantalla, un vecino inmediato mío aporrea el otro lado y todos los cuadros de mi pared respingan simultáneos como lenguas de galgos gigantes, y bajo un poco el volumen porque al fin y al cabo ésta tampoco estaba siendo una película de las que te tocan en lo intocado, donde yo no llego a tocarme, y por ello cuando termina enciendo una luz pequeña y me siento a escribir por lo mismo que escribo siempre antes de irme a dormir, porque sólo tengo mi palabra contra la mía.

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