Si te sientas sin comida ni agua y con las piernas cruzadas frente a un orador oriental, a los cien días empezarás a entender todo lo que dice, sus palabras te ungirán como un baño de sol poniente y tal vez alcances a escuchar la voz del dragón.

Esto es mentira, coño, no es más que el asunto inaugural, la cuestión de apertura y un poco la prosopopeya, pero es verdad que la música es el único agente y la única guía. No encuentro otra manera de invocar las palabras, no estoy dispuesto a entregarlas a la destreza o a privarlas de la posibilidad de la gracia atendiendo a la razón clínica.

Como sea, casi se me muere el lunes de aburrimiento viendo una película china, así que me he lanzado a escribir aquí, para encimarme y para desdecirme, sin saber si tengo la escritura abandonada o si me tiene ella a mí, sintiendo que me soy severo estas noches, en las horas de los juicios, y repitiéndome que eso nos estará pasando a todos, que nadie puede estar creyéndose en la buena senda. Esplín y alegría, así va el tema, no está nada mal.

Escuchad ahora esto que os digo: no hagáis nunca caso a nadie que no sea yo. Están todos mal del riego, son unos soberbios, casi todos tienen varios coches y los hombres que tienen varios coches, esto es sabido, también tienen varias mujeres. El motor es el mismo. Son hombres que se burlan del amor, que tienen muchos líos de faldas y nunca saben cuál ponerse. Mirad cómo escriben. ¡Escriben de día! No escuchéis a esos mequetrefes, no son individuos férreos, son hombres dañados, no sabemos quién los hizo. No escuchéis nunca a nadie que no sea por ejemplo yo aquí ahora mismo dando el orden de la existencia, que os voy a resumir de esta manera: en el yo acumulativo, en su elusión y su doma, en el sexo de los otros, la comida, el vino, la ambigüedad y la buenaventura.

Tomad y bebed de este blablablá. Yo me voy a dormir porque hoy me tengo hasta las pelotas, os dejo leyendo y me acuesto para desalojarme y así todo lo que aquí he escrito lo habré escrito anteriormente.