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Javier Pérez Andújar La vida en Marte— 29-10-2013

Misty hundió sus pies descalzos en las ardientes arenas de Marte y miró por si hubiera mar donde nunca hubo una sola gota de agua. La camisa roja de Misty de ir los sábados a los rodeos, las gafas de Misty, ovaladas y puntiagudas como lágrimas, su falda negra como el cielo que rodeaba a aquel recién habitado planeta. Oteó el horizonte y pensó que otear era una palabra ridícula, y que ella lo único que quería era ver. Ver, eso es lo que quiere todo el mundo. ¿Por qué saltará tanto el conmutador de la luz aquí? En la Tierra, la corriente no se iba tanto. Por lo menos en las ciudades. No hay manera de trabajar en este sitio, de llevar una casa con normalidad. Entonces Misty pensó también que la normalidad era como un tatuaje o más bien que ella era la tinta azul de un dibujo que ha quedado tatuado para siempre en la normalidad. Que ella era el dibujo sobre la piel de un caballo que dormía para siempre. Las arenas de Marte son las más finas del universo, eso ponía en el folleto de la agencia de viajes, como si se tratara de anunciar unas vacaciones en el Pacífico, los mares del Sur. Ver, ver como un vigía en la cofa de un barco, eso es lo que queremos todos. Misty, Owen, Asher y Ryder, mirando de niños por la ventana del sótano de la señora Maisy. Decían que la vieja hacía telepatía con Marte, pero ella estaba allí, en su cabaña de madera, con los cristales cogidos con cartones, acurrucada solitaria en una silla hecha astillas. A oscuras, con la cabeza hundida como una sandía que va a nacer de la tierra, en su casa de Cutter Gap, Tennessee. En aquellos tiempos tampoco había mucha luz eléctrica en la Tierra. Los conmutadores saltaban igual que caballos de ajedrez y las alternancias se enredaban como cunas de gato. Entonces Misty entrecerró los ojos tanto como pudo pero sin dejar nunca de ver, o por lo menos de percibir, y empezó a sentir que ya le veía de nuevo a él, al pequeño Owen, con su capucha azul de paño, de espaldas a ella y él de frente, mirando al lago donde vieron hundirse aquella barca. ¿Qué habrá sido de Owen en tanto tiempo? ¿Dónde se habrá quedado tatuado? Ni una sola fotografía suya en los álbumes que se trajo de allí abajo. Asher y Ryder, sí; se alistaron y los mataron en las guerras de la Tierra. Y los ve cuando quiere, jóvenes y vivos, como cuando se despidieron, y también jóvenes y muertos como cuando volvieron. ¿A cuántos entierros habría llevado en aquellos días su falda negra plisada, cuidadosamente planchada para no fallarles en la despedida a los amigos? Lo que Misty aún no había aprendido a hacer era el dinamismo: mover la telepatía, las imágenes en movimiento, y por eso le salía Owen siempre como tatuado en los sitios. Ver cada vez más lejos, por eso es por lo que Misty se fue a Marte.

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