El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

El caracoleo del mutismo

Carlos Acevedo Esto nunca fue mejor— 23-10-2013

El lugar común me expulsa del tiempo: apenas aparece me obliga a repasar las veces que he padecido su presencia (en realidad repaso el malestar que me provoca su reverberar, aquello que en última instancia atrapo y contrasto) y eso asumo como directriz cuando apunto mentalmente temas que contienen en sí mismos el lugar común recién mentado —los que me propongo evitar a como dé lugar—, pero abandono la ridícula tarea cuando por fin realizo algo que a posteriori considero cierto: es correcto no decir nada antes que atreverse a decir algo, lo que sea, proponiendo alguna fórmula manida como corolario o nota al pie. Al cabo de un rato, me permito borrar el repaso anterior para sintetizarlo: el lugar común está al acecho, agazapado en un momento previo, atento para echarse encima, cuidado con él; de esto lo sabía todo Karl Kraus (a quien no parafraseo la cita contundente que ya he rescatado).

Vuelvo al lugar común porque algunas de las cosas que intento explicarme acerca de cómo lo percibo me permitirán ahondar en mi difusa pertenencia a un habla concreta: carezco de un acento identificable por sus rasgos más evidentes —ignoro si alguna vez he tenido uno— aunque reconozco haberlo moldeado, de niño, para acomodarlo tanto fuera como dentro de las paredes de lo que fue casa y hogar. Ciertos acentos o articulaciones fónicas que reconozco me reconfortan siempre, aunque no sepa exactamente en qué parte de mi propia producción fonética se perdieron o debilitaron esos rasgos o matices (por no hablar de sonidos muy concretos que forman parte constitutiva del habla a la que reclamo pertenencia y que no sé pronunciar, que ignoro si he pronunciado nunca): soy incapaz de saber a qué recuerdos o instancias hacen referencia, a qué tipo de experiencia convocan o invitan; desconozco del todo qué esconden en su tránsito, aventuro hipótesis aceleradas sobre su resonancia, sobre la calma que supone su resonancia, reconozco aquello del olor a panadería (me asalta una cita) y desde esa idéntica perplejidad me manifiesto, aunque con ánimo diametralmente opuesto, apenas aparece un lugar común.

En ambos casos opto por un silencio enrarecido, turbio: la aparición mecánica del lugar común me preocupa porque destiñe la alegría que me provocan las conversaciones cuando el motivo de reunión está acotado por el afecto recíproco y la digresión sin interés particular. Aquí el problema: incluso cuando no hay ninguna finalidad práctica acuso el lugar común como una invitación irrevocable a la hostilidad y el enfrentamiento; aunque reconozca en el sintagma una percepción alejada de la realidad, entiendo que hace plausibles los hechos, aunque en ocasiones ignore si refieren algo concreto, más allá de lo evidente: estamos en otoño, en Barcelona, en 2013. Así, me asalta un tono o un énfasis engañoso, me ubico en el ensimismamiento propio de quien poco y nada tiene que decir casi nunca (salvo pedir perdón por la torpeza manifiesta ante cualquier repentino detrimento del ánimo o la atención).

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