El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

El lector impaciente

Perico Baranda Cartas Crueles— 10-10-2013

Desde Murcia, 4 de octubre de 2013

Señor Baranda:

Sin tapujos, directamente, y en mi condición de lector señero de su sección, tengo a bien comunicarle que me estoy hartando de usted. Le diré más: ¡me cago en su estampa, señor Baranda! Lleva usted tres semanas empantanado en los diarios del inspector Arriaga, mientras el grueso de su colección de impresentables cabalga a sus anchas sin que nada sepamos de sus avatares. ¿Qué ha sido de Merceditas y de la madre superiora del Convento de las Arrepentidas? ¿Qué se ha hecho del arzobispo Irizábal, del juez Leopoldo Bastión, de la directora de la sucursal de la Banca Pía? ¿Y cómo se ha resuelto el robo de la sucursal? ¿Dónde están Pedrito y Manolín, y la cuñada de doña Mercedes y, sobre todo, dónde está el dinero? ¿Es que no va usted a actualizar la información sobre la banda del Nazareno, el guardia civil de Melilla, Evelino Sanahuja o el señor Carcagente? Tenga usted en cuenta que han sido dos largos meses sin el Butano y que, ahora, los pocos seguidores que le quedamos nos sentimos estafados con sus escritos. En efecto, sus últimas Cartas crueles rozan el grado cero de la creación literaria. En ellas no hay planteamiento, nudo ni desenlace. Y si lo hubiera, ¡cuéntelo ya de una puta vez y no nos deje en ayunas! Yo personalmente espero con ansiedad que pillen a doña Mercedes con las manos en la masa.

Se lo diré sin ambages: en sus textos viaja usted desde la nada a la nada. La tristeza que destila el diario de Arriaga resulta banal y repetitiva. Toda su prosa está yerma de emoción. ¡Y los lectores queremos sangre, sudor y lágrimas! Aprenda usted de otros colaboradores del Butano que saben cómo ganar adeptos y conservar a sus seguidores. Si persevera usted con sus historietas insulsas le auguro un pronto y rápido naufragio. ¡Le van a echar a la calle, Baranda! Porque está usted alcanzando el punto sin retorno que aproxima sus textos a la escritura cuneiforme: el lector pasea su mirada por una superficie sembrada de cuñas y oquedades mientras se pregunta ¿pero qué coño está diciendo?

Espero haberle ofendido lo suficiente, para ver si así despierta. Sepa usted que no hablo por hablar ni escribo por escribir. Fui colaborador de La Estafeta Literaria y sé lo que me digo. Allí escribí crítica de libros, crítica de arte y crítica en general. Incluso publiqué algún libro bajo su auspicio, hoy lamentablemente descatalogado. No obstante, si le interesa, puedo hacerle llegar algún ejemplar para que usted o, mejor, su amigo Lardín, que es el gallito del corral, valore la conveniencia de hacerme un sitio en su publicación. Y más ahora, cuando se dice que van a editar sus verborreas en papel. Le aseguro que con una firma como la mía, el Butano ganaría en calidad y prestigio. Si quiere puedo hacerles llegar mis obras poéticas. En 1978 publiqué A docenas encendieron los faroles (1978), con prólogo de Luis Rosales, y un año después Soliloquio de Epifanto, que ganó el premio de poesía Puebla de Peñafiel (Tehuacán), donde estuve trabajando de misionero. También he publicado novela histórica, La fuente de Jovellanos (1983) y novela romántica La mujer extramuros (1999), aunque también he frecuentado el libro de divulgación (Patología de la rodilla en el corredor aficionado) y el ensayo (Apotegmas y gargarismos, una historia mágica de Murcia), que es mi obra más reciente (2004). Dicho lo cual, habrá podido comprobar que no soy un cualquiera, a diferencia de cualquiera de los que colaboran en el Butano, que sí lo son, por lógica.

El otro día pude verles reunidos en un barucho del Paralelo de Barcelona. El encuentro fue casual, pero aproveché para sentarme en la mesita de al lado y escuchar su conversación. No sé quién de ustedes era quién, aunque todos podrían llamarse Cascante, Rancio o Ausente. Al verles allí, en directo, caí en la cuenta de que es mucho mejor leerles que tratarles. Había uno calvito, otro gordito, otro mayorcito y otro larguirucho, con cifosis. Luego se añadió un quinto, con bigote como Aznar y la voz aflautada. Se liaron a hablar de sus cosas, sus cines y sus cómics, y también hablaron de publicar libros, sin ningún respeto. ¡Libros! Por lo visto se creen ustedes que porque les sobra tiempo o porque se aburren, pueden ponerse a editar libros. ¡Majaderos! Si no saben cómo rellenar el vacío (de sus vidas) y el literario (de su publicación), ¡echen mano de gente como yo, con años de ciencia y experiencia!

Acabo con un apunte crítico sobre su sección, Baranda. Sepa usted que sus Cartas crueles carecen del menor sentido de la oralidad y el coloquialismo, a pesar de que usted lo busca con ahínco. Son textos en los que la confidencia queda drásticamente rebajada a intercambio cansino de banalidades y lugares comunes que, en conjunto, hacen que la serie tenga el estilo y el ambiente de una peluquería de barrio. Enmiéndese o se quedará sin éste, quizá su último lector, que a continuación suscribe,

Jacinto Monedas, crítico.

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