El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Naturaleza

Magda Bonet Cancionero moderno— 26-09-2013

Pensé que estaba seca como la mojama y pensé que quizás era de tanto escribir y de tanto esperar a que me llamaran para un trabajo. Sentía mucha pena y si bien sabía adónde dirigirla no sabía cómo nombrarla. Saqué las gafas de la funda y prendí el ordenador. No conseguí pillar red. Las paredes de la casa donde me encontraba son muy grandes y debes colocar el aparato en el lugar exacto para que el wifi llegue arriba y abajo. Siempre abajo y siempre arriba y siempre en el punto medio. No sé dónde está la belleza pero a veces encuentro algo de verdad en alguno de estos tres puntos o entre todos ellos. La belleza le importa un pito a la literatura, así que seguí con la pena y la falta de nombre. No tuve más remedio que abrir un archivo y ponerme a escribir. Sabía que no podría, desde adentro lo sabía, pero ni la impotencia debe de ser un obstáculo. No podía afrontar el Butano ni ningún otro gas. Nada con lo que complacer los movimientos de la boa contrito santurrona de Obama. Tampoco me apetecía comenzar un solitario y dejar mi suerte al libre albedrío de las cartas. Si salen picas, fijo que me llamarán y vendrás a verme. Si salen sietes y si salen corazones.

Luego abrí el Zibaldone de Leopardi que lo tenía mudo (los libros hablan y los libros callan) pero vino el antiguo sentenciando sobre precisos análisis cosas tan graves que de tanto reiterarlas parecían banales, y le puse la tapa encima. Bien, debía comenzar a admitir que se me había agotado aquella pólvora que tuve y por la que obtuve el primer premio literario después de recitar, de pie sobre una silla, algún poema rimado de factura propia en fiestas familiares.

¿Y si pruebo a enamorarme? Sonreí en falso como algunas veces puse el pie en falso sobre el estribo de la moto. Caer y caer. No me gusta lamerme las heridas. Será el comienzo del otoño y será la menopausia y será la culpa de alguien. Puedo encontrar hechos y gente a quienes dirigir mi falta de objetivos. Los tengo a mano, pero estos gestos antiguos de parvulario emocional ya no me valen. ¿Y si pillo una seta alucinógena? Lo hice. No debía haberlo hecho y lo hice. Llamé a una amiga. Cuéntame. Las palabras no sanan porque sí. Ponte las pilas y corre. El wifi no llegaba. El punto medio parecía haberse desplazado pero para dónde.

De pronto me vino aquél impulso de tierra mojama, de pedrada en la cabeza, de naturaleza en movimiento, que es algo que obtuve por transmisión paterna y me oí decir. Escribir no se acaba, boba. Se acaban los escritores, pero el escribir perdura siempre. Vete al espejo y mírate. Si estás viva vuelve, y si no lo estás calla para siempre. Tú le hablas a los muertos pero ellos no te responden. Una voz no es un juego malabar, es una sintonía y es una identidad.

Con la cara lavada volví al archivo. Ya había pillado red, pero para qué la necesitaba. El amor soy yo a partir de vosotros. El odio, también. No vayamos a falsear la realidad que luego te pones mal del estómago.

Decidí seguir escribiendo como quien empieza a andar, de modo que borré la primera frase, que no era sencilla. Begin the beguine. La primera frase era pomposa, ostentosa y encima estaba bien compuesta, de modo que incluso habría dado el pego. Hablaba de que ciertos defectos se asocian casi siempre a parecidas razones y las consiguientes sorpresas que luego te da la vida a golpe de prejuicios como segundas pieles. La había escrito yo pero no era mía. No hablo de autenticidad, me refiero a la hondura. Y encima venía a cubrir aquello tan viejo que nos pasa a los humanos. Que cuando no obtienes lo tuyo, te da por dar conferencias a los demás. Toma sentencia, pendenciero, pero al fin te quedas igual, con un frío en el alma. Abrígate y vete a lo tuyo. Debe ser muy jodido el aplauso unánime del público. A poco que cedas te debes quedar más vacío que un ocho. No me hagas la pelota que me velas.

Cuando ya le había cogido el tranquillo a la cosa, vino la perra a decirme, coleando, que era su hora de recreo. Te esperas un momento, guapa. Se quedó a mis pies mirándome con una cara suplicante que le conozco bien. Tú crees que te ruego pero te clavaría el diente hasta la raíz en cualquiera de tus múltiples apéndices. Yo también he rogado, falsamente servil, y aunque sé bien que ya no lo haría, todavía me reverbera aquella cara de perra, me da ternura.

Jolín, estaba consiguiendo escribir, la mojama se me iba reblandeciendo y aquella noche prefería tomar una buena sopa antes que poner en juego mi dentadura.

Concluí que no hay nada mejor que el centro de la casa para colocar el router. Que el día que había elegido aquella opción estuve de lo más afortunada. Las pequeñas decisiones alientan las grandes gestas. No había ninguna moraleja en todo aquello. La idea circular, la idea del huevo, desde donde procuro entenderlo todo, no conseguía doblar la línea recta en la que me había metido. Asumí que la carretera también es una buena opción para disfrutar del paisaje y dejé las gafas dentro de la funda. Al apagar el archivo, el buscador de Google relucía como el sol y afuera la tarde caía. Aquella hora melancólica donde todo está por venir. La mejor hora del día. Mi hora, la de la perra y la del recreo.

Salimos a pasear, ella me dio la espalda hasta que le saqué la correa y la dejé libre, subió a mis piernas, meneó la cola y se echó a correr echa una furia. Al rato la vi restregándose contra el suelo. La increpé acercándome. Sí, había una piel muerta. Los perros hacen estas cosas y luego lo olvidan. No anticipan el dolor y es por eso que el miedo les brota de repente cuando el peligro se manifiesta. Cuando la sopa comenzó a hervir dudé por un momento si estaba dentro o fuera de la olla. El círculo se cerraba y la noche se nos tiró encima.

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