El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Javier Tomeo

Pere Montaner Casa de citas— 17-09-2013

A medida que mi cita con Javier Tomeo se iba retrasando aumentaban los nervios. Entrevistar a un escritor de culto siempre impone, más aún después de haber visto algunas fotos de semejante chicarrón octogenario, su imponente planta de luchador de sumo y esa cara áspera que parece modelada a base de mamporros. Los primeros contactos telefónicos desmontaron esta primera impresión y me tranquilizaron: en cuanto su imagen dejó paso a la palabra, del otro lado del teléfono llegaba la voz de Tomeo, amable, acogedora, baturra.

—¡Hombre, Pere! ¿A que no sabes con quién estoy? ¡Con un médico chino, que me está haciendo acupuntura! Estoy cojo, Pere. Apenas puedo caminar. ¡No sabes cómo me joden las piernas! —el tono de Tomeo era animado. Las frases, contundentes. La actitud, entusiasta.

—Pero bueno, ¿qué te pasa?

—Ciática y varices, Pere. ¡La vejez al completo! ¡Que tengo más de ochenta años! A ver si el chino me arregla un poco y nos vemos la semana que viene. Aquí en mi casa, si te parece. ¿Me traerás uvas?

—Javier, ahora no es tiempo de uvas… —le digo. Tomeo sabe que cultivo un huerto y está encaprichado con que le lleve algo.

—Bueno, pues me traes verdura. Lo que tengas. ¡Qué buenas las acelgas! ¡Y los tomates!

—Bueno, ya veremos… Te llevaré una lechuga y algún tomate, si es que han madurado cuando nos veamos. Si quieres también tengo mermelada casera, aunque el azúcar lo acaban pagando los dientes. ¡Hoy me espera el dentista!

—¡Yo también estoy arreglándome las muelas! ¡Soy cliente de cualquier médico, excepto del pediatra!… ¿Ya has leído mi último libro?

—¿Cuál? ¿Los Cuentos Completos? Estoy leyendo los inéditos, porque ya conocía el Bestiario, las Historias mínimas, los Cuentos perversos

—No, ése no. Me refiero a la nueva novela que me ha publicado Alpha Decay. Se llama Creadores de monstruos y salió por Sant Jordi. Te mando una.

—No, no es necesario. Esta misma tarde saldré a comprarla, así cuando nos veamos la podremos comentar. Ahora estoy terminando La noche del lobo, que me parece muy divertida. Y luego me esperan las andanzas de esos viejos verdes que se leen cuentos de Andersen. ¡Con la excusa de esta entrevista me estoy haciendo con todos tus libros!

Acordamos que volvería a llamarle al cabo de una semana y me enfrasqué en la preparación de la entrevista. Decidí evitar lugares comunes y no hablar de sus estudios de derecho y criminología en Barcelona, ni mencionar a Bolaño, uno de sus más encumbrados seguidores. De todo ello ya nos informa Jorge Herralde en las contracubiertas de Anagrama, que es donde Tomeo ha publicado casi toda su obra. También decidí evitar la anécdota de Juan Benet, opinando sobre las novelas de Tomeo (“son como croquetas: todas tienen el mismo sabor”), a lo que Tomeo supo responder con ironía: “Mis novelas pueden saber todas igual, pero son de calidad, como las que hacía mi tía”. El resultado está ahí: un buen puñado de novelas concentradas y delirantes, creadas al margen de toda suerte de publicidad y manipulación comercial.

Mientras se aproximaba la cita, quise redactar una semblanza del autor. Se trataba de presentar a Tomeo con brevedad y solvencia, pero la cosa no fue fácil. La figura de Tomeo resultaba tan ancha como su corpachón y no atinaba a resumir su biografía en pocas líneas. Lo intenté y me salió convencional:

El aragonés Javier Tomeo (Quicena, Huesca, 1932) es uno de los escritores españoles más prolíficos y originales. Autor de numerosos cuentos, novelas y artículos periodísticos, ha sido traducido a quince idiomas y goza de gran predicamento en Alemania, Holanda, Francia y Estados Unidos. Sus trabajos han sido adaptados al teatro y al cine. En Alemania se le considera un autor de vanguardia, pero de la que no aburre. A pesar de que nunca ha gozado de demasiada popularidad, ha recibido premios y homenajes, incluso una propuesta para el premio Nobel. Fiel a sí mismo, Javier Tomeo se las ha ingeniado para sortear las presiones del mercado y ha escrito siempre lo que le ha venido en gana. Sus seguidores le consideran un escritor de culto, le reverencian y alaban. Él, a cambio, les devuelve el halago: “Mis lectores —suele decir— son de primera calidad”.

Luego tuve que decidir los asuntos sobre los que montar la entrevista. Tomeo es un hombre poliédrico y puede acabar hablando de cualquier cosa. Para evitar que la conversación se nos fuera de las manos, preparé algunos temas:

Uno: el papel de la literatura popular en la formación del escritor. Como es sabido, Javier Tomeo se inició en Bruguera –años cincuenta— con novelitas del oeste bajo el seudónimo de Frank Keller, un sobrenombre donde subrayaba, no sin intención, la K de Kafka. Así que le preguntaría cómo consiguió saltar desde la literatura de quiosco (poco prestigio y muchas ventas) a la literatura de culto (pocas ventas y mucho prestigio).

Dos: el peso de la cultura popular en nuestras vidas. A menudo, Javier Tomeo utiliza los medios de comunicación de masas como recurso literario para subrayar el vacío existencial de sus personajes. En La noche del lobo (2006), Macario alimenta su palique con informes triviales que obtiene de internet. En La soledad de los pirómanos (2001), el protagonista se pasa el día anotando lo que dice la tele y revisando lo que no dice, que suele ser lo más interesante:

Los de la televisión, que presumen de saberlo todo, pasan miles de películas y te cuentan un montón de cosas sobre las costumbres de los esquimales o la vida de las ballenas, pero no dan nunca las respuestas que realmente necesita la gente para ir capeando el temporal. Yo creo que lo hacen a propósito y que lo que les gusta es dejarte con la duda”.

Por otra parte, en opinión de Tomeo, “la cultura de masas fabrica modelos de belleza, inteligencia, salud o potencia sexual que resultan inalcanzables para el común de los mortales”. Ese contraste entre lo que somos y lo que nos gustaría ser, por inalcanzable que sea, está muy presente en sus historias. Recordemos al murciélago de su Bestiario (1988), “quizá la más fea de las criaturas nocturnas”. El murciélago acepta su condición inmunda, pero quiere volar con las golondrinas, confiando en que le contagiarán su belleza. Sin embargo, tras muchos días de volar junto a ellas y sufrir las quemaduras del sol, el murciélago continúa tan repulsivo como siempre. El pobre bicho concluye pidiendo a los lectores que no le juzguemos por su aspecto físico, que tengamos en cuenta también su buena voluntad y, quizá, su ingenuidad.

Tres: es evidente que Tomeo no calla la verdad de las cosas y deja al descubierto su lado más brutal. Por eso insiste en la condición monstruosa de sus personajes, en su soledad y asimetría, en su decrepitud física y moral. Sirva de ejemplo la reflexión del protagonista de uno de sus Cuentos perversos (2002), después de contemplarse desnudo en el espejo:

Si me quedase siempre igual, es decir, si continuase tal como soy ahora, la cosa no tendría demasiada importancia, pero de vez en cuando me preocupo pensando que con el tiempo mis asimetrías puedan ir aumentando y acabe convertido en una atracción de feria”.

En la obra de Tomeo abundan los ejercicios de sadismo, descarnado y sutil a un tiempo, como el de esas nietecitas sonrosadas y azules que le piden a su abuelo un cuento sobre princesas subnormales:

Las muy pícaras no dijeron princesas perversas, envidiosas o ambiciosas. Dijeron sólo princesas subnormales. (…) El anciano empezó a preocuparse. Hubiera preferido para sus nietas una formación más ortodoxa y un mayor apego por los conceptos tradicionales. El adjetivo subnormal le parecía además de lo más inquietante.” (“Las nietecitas preguntonas”, en Cuentos completos, 2012).

Cabría preguntarle a Tomeo qué papel juega el humor negro en sus textos, esas historias que comparten genes con las de Goya, Kafka o Buñuel. Para ver si se inspira, le puedo recordar las palabras de Artaud pidiendo al artista inclemencia y brutalidad, “para propinar un durísimo golpe al hombre que lleva dormido tantos siglos, y que ya no reconoce ninguna realidad más que las apariencias, la estupidez y la comodidad de un transcurrir apagado”.

Cuatro: quizá Tomeo, sin pretenderlo, esté actuando como un moralista, recordándonos a cada paso que somos seres solitarios y fracasados, profundamente infelices, sin expectativas ni salvación. Y de individuos así, pertenezcan al género humano (Amado monstruo, 1998), sean animales (Nuevo Bestiario, 1999), híbridos (Zoopatías y zoofilias, 2003), vegetales (La rebelión de los rábanos, 1998) o cosas (La muñeca hinchable, 1999), no cabe esperar sino frustración y rabia. O, en el mejor de los casos, aceptación de lo inevitable: “Ese sapo y yo, al fin y al cabo, somos hermanos, en la abstinencia y en el desamor”, reconoce el protagonista de El canto de las Tortugas (1998). ¿Cabe una visión más desoladora del hombre y de las cosas? ¿No sería posible dejar abierta una rendija a la esperanza?

La solución de Tomeo consiste en suavizar sus representaciones con apuntes compasivos e irónicos, usando “aquel prodigioso espejo cóncavo que convertía a los héroes valleinclanescos en esperpentos”. Por eso sus novelas más serias no dejan de ser novelas de humor, a pesar de todo. Al leer sus libros podemos vernos reflejados en ellos, como los monstruos que somos, abominables y tiernos a la vez, a caballo entre la realidad y la ilusión, arrastrando el caparazón de nuestras contradicciones. En otro lugar, Javier Tomeo nos aclara su programa: “Quisiera añadir que, como Valle Inclán, no deformo los personajes e incluso los paisajes por el simple gusto de deformar, es decir, por la afición gratuita a lo grotesco, sino porque a fuerza de acumular efectos grotescos, pretendo obtener síntesis poéticas”.

La síntesis será poética, pero el camino que recorremos hasta llegar a ella está sembrado de mordacidad. Y es que, como ha declarado el propio Tomeo, “sólo se puede escribir desde la mala leche”. Esa contundencia visceral y lírica, y esa clarividencia para con la desgracia propia y ajena, convertían a nuestro autor en un magnífico candidato para El Butano Popular. Cuando se lo propuse, se interesó por una sección fija, aunque entendió que la colaboración (fueron palabras suyas) se haría “per gratia et amore”. Sí, señor, le dije, en el Butano pagamos por no cobrar. La única compensación es la propina de los lectores.

—¡Pero hay que comer, Pere! —me dijo— ¡Tráeme unas habas!

Acudí a la cita con Tomeo el martes 21 de mayo. Me acompañaba la fotógrafa del Butano, debidamente aleccionada por Lardín: “Tomeo ofrece un retrato realmente goloso para el blanco y negro”. Llamamos al timbre, al teléfono fijo y al móvil, aporreamos su puerta… y nada. Alguien nos dijo que Tomeo solía desayunar en el bar de enfrente, su bar de cabecera. No estaba. Allí montamos guardia e intentamos — inútilmente— compensar la ausencia de nuestro hombre con cafés, cigarrillos y conversación. Sobre la mesa languidecía la ofrenda ritual acordada: un ramo de lechugas de mi huerto. Al final, llegó el desánimo, un bajón que compartían conmigo las lechugas, ya flácidas. Y, ante esa ausencia tozuda e inexplicable, nació el temor de que hubiese pasado algo

No volví a saber de Tomeo hasta el viernes de esa misma semana.

—Pere…, ¿a que no sabes dónde estoy? ¡En el hospital! Me ingresaron el martes a primera hora. No pude hablar contigo, ni con el norteamericano que también quería verme — el tono continuaba siendo jovial, a pesar de la disciplina hospitalaria a la que estaba sometido.

—No importa. ¿Qué te van a hacer?

—El médico quiere operarme las varices, pero dice que igual lo resolvemos con medicación. ¡Otra pastilla!

—Bueno, siempre es mejor que operarse, ¿no? Pero dime, ¿necesitas algo?, ¿quieres que vaya a verte? ¿Te llevo alguna revista?

—No, nada. Hay una amiga que me ayuda.

—De acuerdo. Te llamaré dentro de unos días. Todo irá bien, ya verás.

Javier Tomeo no volvió a salir del hospital. Murió el 22 de junio y yo me enteré con retraso, aislado como estaba en Panticosa, tratando de ordenar una entrevista imposible. En ese mismo lugar, pero un par de años antes, Javier Tomeo encontró la atmósfera ideal para rematar la edición de sus Cuentos completos (2012). La coincidencia de fechas y lugares me dejó helado: por una parte, mi retiro gozoso en el Pirineo de Huesca; por otra, el retiro obligado (y funesto) de Tomeo en el hospital, atrapado como un insecto gigante en el corcho de un entomólogo.

Me quedé sin entrevista y sin objetivos. Yo hubiera querido sacar a la luz la dimensión humana de nuestro autor, desvelar lo que (presuntamente) se escondía tras los recosidos de este hombre con pinta de boxeador retirado. En nuestra última conversación traté de animarle: “Javier —le dije— en la entrevista podrás contar lo que te plazca. En el Butano no hay cortapisas”. Y al otro lado del teléfono se hizo el silencio. Tomeo suspiró. Creo que la oferta de un espacio de libertad le pareció impertinente. ¡Cómo si él no hubiera dicho y hecho siempre lo que le venía en gana!

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