El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Telerrisión

Grace Morales Creaciones Madrid— 13-10-2010

El chalet del Paseo de la Habana nº 77, primera sede de Televisión Española, se va a reciclar en pocos meses en un Instituto de Estudios Raros, que alojará a varios expertos, observadores y especialistas, con sus correspondientes simposios, conferencias y lecturas. Ya en el 2007, el director de turno aligeró de allí a los supertacañones que dirigían el Ente desde sus lujosos despachos y los facturó para el Pirulí, quedando el inmueble solo, esperando una decisión de Patrimonio de reconvertirlo en el inevitable edificio de orden socio-cultural, para actividades de este corte.

Tiene todavía en la fachada las famosas letras en molde de RTVE, pero seguro que pronto las sustituyen por un logo más en consonancia con el espíritu de nuestro tiempo. Pienso un emoticono en relieve, unas bolas misteriosas… Mientras llega ese feliz día, lo mismo en paralelo con la inauguración de la estatua gigante de Belén Esteban y una cabalgata multitudinaria desde Tele 5, presidida por la propia criatura y su ejército de mediopensionistas, impedidos, jubilados, parados de larga duración, juventud ni-ni y otros colectivos carne de reality, me he puesto a buscar el paradero de la memoria de aquellos primeros días de la televisión en España: los equipos de filmación, decorados, testimonios gráficos, documentos, etc., por si a alguien le había dado por conservarlos y después catalogarlos en forma de exposición permanente para recreo e investigación de la gente.

Por supuesto, no existe tal cosa. Sin embargo, este otoño, la campanuda Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión, que viene a ser otro Observatorio como ése que van a inaugurar en Paseo de la Habana 77, ha anunciado que en el futuro tiene pensado eso, un utópico Museo de la Tele. Digo utópico, puesto que va en el mismo proyecto de un código deontológico sobre los contenidos de las cadenas. No es que de repente se hayan dado cuenta de la sima hedionda e infinitamente aburrida donde se encuentran las parrillas de programación, es que parece que el formidable organismo conocido como UNESCO dispone de unos fondos muy generosos para repartir en estos y otros menesteres.

Mientras el formidable organismo internacional se decide a aflojar la mosca y los mandos de la Academia a invertirla en alguna cosilla, —quien dice un museo dice unas dietas o unos viajes—, los archivos de TVE poco menos que han desaparecido, bien por falta de conservación, bien porque los han birlado o sencillamente porque se han usado para grabar encima. Los materiales, si no están en la chamarilería, quedan esperando su turno en la basura. Nadie en la Academia de estas artes televisivas ha parecido reparar en que a la disciplina que defienden le queda como mucho un telediario (sin espacios publicitarios) y va siendo hora de hacerle un merecido recordatorio en forma de Museo o formato similar.

Me temo, (y me temo que me lo temo yo, y cuatro como yo), que de aquellos primeros días se borrarán todos y cada uno de los recuerdos: los jóvenes cachorros multimedia nunca sabrán que las primeras emisiones de televisión, a finales de los años cuarenta, se hicieron simultáneamente para El Pardo y el Círculo de Bellas Artes, imágenes, como no podía ser de otra manera, de una corrida de toros, pero con tan mal resultado artístico y técnico, que el pueblo llano comenzó a llamarla, antes incluso de su implantación a nivel general, “Telerrisión”. Dados los antecedentes, para la inauguración de las emisiones en abierto del chalecito del Paseo de La Habana, el Caudillo se negó a hacer acto de presencia, o quizá, con ese instinto de preservación que han tenido siempre los megadictadores, previniendo una desgracia en forma de caída de foco o electrocución, sucesos que en los primeros años se daban con mucha regularidad. Nos quedaremos con las ganas de ver las cámaras prehistóricas con las que se rodaron los primeros programas, en un estudio que medía catorce metros por doce, y en alguna de las cuales los técnicos guardaban, entre otras cosas, el bocadillo de tortilla, para que se mantuviera calentito…

La televisión, al principio, no daba buenas vibraciones al Régimen. Como ya había sucedido con la fotografía, el teléfono y la luz eléctrica, las Fuerzas Vivas consideraron el invento cosa del demonio, que nada bueno podía traer a los españoles. De hecho, el mismísimo Enrique de las Casas, poco después director del legendario programa Un millón para el mejor, escribía en 1959: “…Por una serie de razones etnológicas y definitorias, el pueblo español no parece ser un consumidor nato de TV. Ni el clima, ni el estilo de vida, ni las cualidades imaginativas de la gran masa española parecen hacer de ella un buen cliente para la TV“. Qué magnífica visión de nuestros paisanos tenía el directivo: todos artistas y filósofos, todos de la rama de Epicuro, que no necesitarían del artefacto electrónico para entretenerse ni informarse.

Se desmantelan las instalaciones del Paseo de la Habana y los fans de la tele rancia nos quedamos con las ganas de ver cómo era el diminuto cuarto de control y las virguerías que una plantilla de menos de setenta personas tuvo que hacer para realizar las primeras programaciones, casi por amor al arte, y con una audiencia tan reducida, que los propietarios de televisor llamaban personalmente al estudio para pedir que repitieran o emitieran un poco más tarde tal o cual cosa, generalmente los coros y danzas de la Sección Femenina, la misa, o el documental sobre parques naturales…

Una de mis anécdotas favoritas es cuando llevan para una entrevista en el Telediario a Manuel Aznar, insigne prócer de la comunicación en tiempos de la Dictadura. El periodista le pregunta a don Manuel si ha estado antes en la tele, y el Sr. Aznar le responde que como televisión no, pero que ha ido antes de visita de un matrimonio amigo que vivía en aquel hotelito con sus tres hijos y dos criadas. Casi trescientas personas trabajaban entonces en el inmueble. No me negarán que esta familia tiene talento para las declaraciones muy afortunadas.

Y lo que es mucho más importante: menudo chalet, en la zona más noble de la capital, se ha perdido para esos programas de televisión, fenómeno paradójico de audiencias, donde los millonarios enseñan sus posesiones como si tal cosa.

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