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Magda Bonet Cancionero moderno— 05-06-2013

Bendita sea la llegada del amanecer cuando estás con amigos, aunque estén fundidos, churrascados, acabados, felizmente macerados, y va y suena una canción a posta y a todo volumen que nos recuerda que la amistad es la exaltación del amor no erótico, aunque en todas partes cuecen habas y la vida y el cuerpo dan muchas vueltas.

Alguna vez, mi hija, cuando está de paso, me hace escuchar canciones (pareces libre porque siempre corres, cantaba mi otro gran amor, Jimi Hendrix. Y tú necesitas un príncipe un dentista. Que se vaya la Aguirre, que marche ella, que se funda con la raya del horizonte, mala bestia. No te pongas así, la verdad es que le estoy tomando el pulso a la esperanza. ¿A la otra? Claro, mujer.) y yo pienso: bueno, por un lado me devuelve la píldora que le daba yo siendo chica. Píldora y coñazo, nunca mejor dicho. Ven, escucha este tema, es un contraataque de Ovidi Montllor a los necios, a los serviles que nunca lo han de escuchar. O sí, pero mientras la escuchan y la escuchamos ninguno pensamos que está hablando de nosotros. Y ella venga a poner el oído, solo que a veces bostezaba y otras volvía a pinchar el tema y se lo hacía suyo.

Emocionalmente era un subidón y cuando dábamos con la canción que nos gustaba a ambas parecía que estábamos unidas de aquella manera a lo casa de la pradera, verde valle. Si la situación era o no era cursi, no lo sé, pero fueron momentos para el recuerdo.

Hace ya muchos años que es ella quien me pone al día de sus músicas. La última vez, en su tránsito de viñetas, me hizo escuchar un rap que hablaba del amanecer, de los amigos y de todas aquella buenas intenciones y amor infinito, infinito amor, con qué, cuando nos sentimos queridos, preñamos al sol naciente. Todos los amaneceres compartidos en buena compañía son fin de año, san Juan y final de curso.

Entré en la canción fácilmente pero a medida que la oía a ella cantándola por encima del original, con súbito ardor, sabía que no podía sentirme identificada con lo que decía, o no en la medida en que Júlia, mi hija, quería que lo hiciera. Todo aquello que he vivido con creces y el corazón volando, ella lo vive ahora. Y aunque yo lo siga viviendo y para muestra un botón del sábado pasado con dos pájaros de mi vida dando vueltas por Barcelona camuflados del CSID, haciendo el niño; para darme al tema que me dio a oír, para darme en singular y en plural a cualquier cosa, de aquella insólita, única, auténtica, fatal y genial manera, me falta ingenuidad y me sobran quilos.

No lo afirmo desde la aspereza. ¡Hay tantas otras formas de entregarse! Parafraseo a Borges.

Quizás esto no hubiera ocurrido de no haberse desbocado el mundo a la crueldad como es cotidiano. No preví este infierno, menuda yo para presentir cracs económicos. Y menuda yo ante la crueldad, un guisante. Ojalá tu, ojalá los de más.

En este escenario de escenografía zafia, nos vamos liberando de lo mejor y de lo peor de una forma extrema y la verdad es que no hacía falta, pero ya que estamos, participemos, y a menudo tengo la sensación que he vuelto al punto de partida, a las Ramblas de Barcelona, casi preadolescente, admirada de lo que se abría ante mí, con un bello moreno del brazo, pero diez años antes de nuestra salida a la calle, en pleno diluvio.

Vivir en círculo no es vivir, es rodar.

Miras a tú alrededor y ves a según qué peña, mucha, pertrechada en lo suyo. Si naufrago, al menos que me flote el orgullo, parecen pensar. El orgullo hunde. No hablo en el término de reconocimiento social que es lo que siguen buscando porque lo de adentro no les basta. Todas aquellas patrañas de la new age hicieron mucho daño. Cuando se creyeron aseados para darse a los pobres del mundo, va y se les hunde el mundo y vuelven a requerir estar en primera fila para sentirse.

Ya veis que yo también estoy un poco trompo y transfiriendo. Me he analizado tanto en los últimos meses que parezco un conejo boca abajo, así que carguen los demás con mis oraciones, faltaría más.

Escribo rápido y a medias, al albur de los tiempos.

Si enlazara todas las bombonas que he empezado en los últimos días y estas se convirtieran a su antigua usanza, no las alzaría ni el japonés más friki y deseoso de entrar en los Guinness.

Lo que es seguro es que no escribiré jamás una novela sobre la crisis. Ya han salido varias. Ignoro con qué perspectiva. Ignoro quién quiere leer lo que toca todo el tiempo. Absalón, evasión.

Por eso vuelvo a las canciones, busco nuevos grupos, visito a los de siempre, veo vídeos. No hay noche que no me vaya a dormir sin haber bailado. Mueve tus caderas cuando todo vaya mal.

Antes de empezar a escribir esto he buscado el rap que me hizo escuchar mi hija. No lo he encontrado. Era una maqueta. No está ni el YouTube ni el MySpace, lo cual ha resultado ser un alivio. No sé a qué iba, quizás a bombearme, a buscar aquella sensación de unidad por la que habría dado la vida entera, por la que la daba cuando amanecía próxima al estado de coma con los amigos cerca, para sentir algo que ya viví y que hoy hace que me sienta en la platea del espectador al revivirlo.

Y aunque sé que hay muchas formas de adelgazarse, y esta vez no parafraseo a Borges, daría lo que tengo y el orgullo por alborotar el teatro, el puro y duro teatro, serenamente entregada a la posibilidad de un renacer que hemos de crear entre todos, caretas al aire, como en una fiesta de graduación en la que para que te den sobresaliente no baste con copiar, si no en vivir a tope y a tu aire, honestamente, perdiendo kilos, trabajando.

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