El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Pedrito a su tía Mercedes

Perico Baranda Cartas Crueles— 22-05-2013

Pamplona, 10 de diciembre de 2003

Querida tita Mercedes:

¡Qué maravilla cuando las cosas salen bien! ¡Qué bonito cuando todo es redondo, o cuando es esférico, que es todavía más redondo! Redondo al cubo, como una sandía, o como una albóndiga de ternera con mucho tomate frito. Las últimas horas han sido extraordinarias: he tenido cerca a Marta Cadenas, la he olido, he respirado su aire, he conversado con ella, la he rozado. ¡Nos hemos fotografiado juntos! ¡Hemos hecho planes para el futuro! Y todo ha sido gracias a ti y tus manejos, ¡gracias, tita!

Imagínate cómo estoy de contento que no quepo en los pantalones. Y no es por el balón gástrico que llevo puesto, un balón tan redondo y tan gástrico como su propio nombre indica. El balón no engorda, al contrario, sirve para perder peso, ¡y no sabes cuánto! Estoy hablando en sentido figurado. Si no quepo en los pantalones es porque he intimado con Marta Cadenas y ya nada es lo mismo ni lo será nunca. Ha cambiado mi vida y el ritmo con que gira la Tierra, que también es esférica. Incluso el cielo tiene otro color, más azul durante el día y más estrellado por la noche. Hasta la Luna me parece esférica en cuarto menguante, y me recuerda la bola de nata de un helado. Las horas fluyen con la suavidad del chocolate caliente deslizándose hacia el esófago. En una palabra, tita, que vivo sin vivir en mí, como escribió Calderón.

Eran las siete de la tarde del jueves. Yo acababa de merendar, sin apenas ganas, por culpa del balón, cuando Marta Cadenas se presentó en la tienda, tan hermosa y taconeada como siempre, con esas uñas rojas y excitadas de tanto contar billetes. Entonces va y me pregunta si la recuerdo, ¡qué cosas! ¡Si supiera que hace meses que no paro de pensar en ella! La conocí en la fiesta de jubilación del tito Samuel y estuvimos hablando de enfermedades y otros temas de mutuo interés, como la inseminación artificial y los implantes osteointegrados. Ya entonces sospeché que éramos almas gemelas, pero ahora lo he podido confirmar. Marta ama como yo los jardines románticos, el budismo zen y las operaciones de cirugía estética. La cuestión es que se me acercó, con los ojos entornados, y me dijo lo mucho que le gustaría ver la trastienda y tomar medidas, porque está interesada en ampliar la sucursal de la Pía y quizá le iría bien nuestro local. En realidad lo que quería era quedarse a solas conmigo, en cuanto supo que mi madre estaba en el cine con las amigas.

Así que colgué el cartelito de cerrado y pasamos al interior, donde tenemos el estudio fotográfico y guardamos la colección de decorados de mi padre, que es una maravilla del universo. ¡Hasta tenemos un toro disecado de tamaño natural! Me temblaron las piernas cuando Marta se interesó por todo aquello y también por mis películas médicas. Le hablé del doctor Ledesma y de sus operaciones quirúrgicas, todas ellas interesantísimas, y de que, a veces, me ha invitado a presenciarlas para hacer un reportaje. Le expliqué que tengo previsto dejar las bodas, bautizos y comuniones y dedicarme a filmar partos y operaciones de cadera, que son mucho más potentes desde el punto de vista visual y artístico.

Pero enseguida vi que Marta lo que quería era repasar mi parte del plan en el atraco. Lo comprendo y lo comparto: somos un equipo y hemos de trabajar en equipo. Así que me preguntó si estoy ágil para subirme a una escalera de mano, si tengo conocimientos de electricidad y si soy valiente y decidido. ¿Y yo qué le iba a contestar? Pues que estoy listo para lo que haga falta, que ejecutaré al milímetro mi parte del plan y todas las partes de todos los planes que se le puedan ocurrir. Aclarado esto, preparé el trípode y me dediqué a fotografiarla al pie del Partenón, en los jardines de las Tullerías, frente al Parlamento británico, entre los pitones del toro bravo, con montera y sin ella. A media voz le confesé que la amaba, pero creo que no me oyó porque en aquel momento entró mi madre. Eran las nueve de la noche y esa es la hora de cenar. Los jueves me toca manzana hervida y merluza.

Mientras yo me mortificaba con la cena, ellas se zamparon un pack completo de natillas y se bebieron una botella de jerez. Mi madre estuvo genial: se puso el disfraz de pordiosera, sacó el carrito de la compra y representó su actuación en el atraco, subfusil en mano. Eso sí, sin disparar. Marta se tronchaba de risa y yo miraba sus piernas y reflexionaba. ¿Cómo son posibles unas piernas tan largas y apretadas, unas medias tan ajustadas a la piel, una falda tan encajada a las nalgas y unas nalgas como aquellas, sin desgana ni desprendimiento? Ellas creyeron que lo que miraba eran los recipientes de las natillas y me dejaron chupetear los restos.

Al despedirse, Marta me prometió volver otro día con natillas para mí solo, aunque también podríamos, dijo picarona, compartirlas… Y es que Marta y yo somos almas gemelas en un mundo redondo, tita, donde los ríos fluyen en paralelo y van a dar a la mar, como escribió Calderón.

Te quiere, tu sobrino

Pedrito

Comparte este artículo:

Más articulos de Perico Baranda