El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

A Mercedes, de su cuñada

Perico Baranda Cartas Crueles— 13-05-2013

Pamplona, 2 de diciembre de 2003

Querida Mercedes:

Gracias a Dios que has dado señales de vida, porque desde que murió Pablo, y de eso ya van a cumplirse cuatro años, no te habías dignado visitarme, a pesar de que somos familia, ni te habías interesado por nuestro presente, olvidando que tenemos necesidades y un futuro muy negro en esta ciudad, a la que vinimos para que tu hermano fuese tratado del cáncer que se lo llevó a la tumba. Tú no puedes ni imaginarte las dificultades por las que atraviesa una pobre viuda con un hijo como Pedrito, con balón gástrico incluido, al frente de un negocio que ya no funciona, si es que alguna vez funcionó. Porque una cosa es ser fotógrafo playero en Jerez a finales de los 70, cuando el arte fotográfico no estaba al alcance de cualquiera, y otra muy diferente salir adelante con un negocio como éste en una ciudad donde ya nadie se hace fotos y sólo vendemos pilas, marquitos de plata y cedés de oferta. ¿Me puedes explicar para qué nos sirven ahora todos esos decorados fotográficos que acumuló Pablo a lo largo de su vida? ¿Para qué queremos la escalinata de madera, las columnitas de escayola, las flores de plástico y el toro disecado?

Cuando trasladaron a Samuel a Pamplona y lo pusieron de jefe de la sucursal de la Banca Pía, mi marido se ilusionó creyendo que íbamos a recuperar vuestra amistad. Fuimos unos ingenuos, porque enseguida se vio que teníais muchos compromisos y que nosotros éramos los últimos de la lista. Así que nos ignorasteis, a mi pesar, aunque la sucursal de la Pía linda con nuestra casa, aunque mi Pedrito te facilitó los trámites de la tintorería, aunque nos hacíais falta en todos los sentidos. ¿O tendré que recordarte lo bien que os iban las cosas y lo mal que lo pasábamos nosotros? Ya sé que no todos tenemos la misma habilidad para los negocios, ni la misma gracia que tienes tú para la vida social, y qué duda cabe que, tanto en Jerez como en Granada o aquí mismo, siempre has sabido gobernar (a tu favor) las situaciones, sacar tajada (si la había) y salir airosa de cualquier lío.

Después de morir Pablo, viniste alguna vez a la tienda para comprar alguna chuminada y hacer gasto. También le encargaste a Pedrito un par de reportajes fotográficos: la toma de hábitos de Merceditas y la jubilación de tu marido, hace unos meses. Sin embargo, nunca nos habías ofrecido algo que tuviera el fuste y la densidad de lo que me propusiste el otro día, que me pareció increíble, sobre todo después de tantos años sin apenas dirigirnos la palabra. Confieso que estoy gratamente sorprendida. ¡Qué ilusión me hace, Mercedes!

Inesperadamente te presentaste en la tienda y empezaste a hablar de tu hermano, el guardia civil, de Manolín y de sus viajes a Melilla, de tus planes y de cómo podíamos participar, si queríamos, en un asunto de muchos bemoles. Me dejaste de una pieza. Tú, tan católica y apostólica, tramando auténticas barbaridades y prometiéndome el oro y el moro. Subimos a casa, mientras mi Pedrito atendía el mostrador. Me hablaste muy claro, discutimos, me ofreciste algo, pedí más, cambiamos de tema, volvimos a lo mismo, estudiamos el asunto, te recriminé el pasado, me insultaste, y, al final, tan amigas, prometí pensarlo y contestarte en una semana. Pues bien, aquí estoy. Te escribo exclusivamente para darte el sí y decirte que estoy dispuesta a todo. Y quien dice a todo, dice a todo. Ya lo he hablado con mi hijo, a quien le tira más una cena íntima con Marta Cadenas que todo el dinero que podamos sacar con este asunto. La cosa no sé cómo acabará, pero, de momento, mi vida se ha iluminado. Querida Mercedes: hoy he vuelto a la vida gracias a ti.

Repasemos. Yo me encargaré de los carritos de la compra y de la vestimenta. Compraré dos carritos iguales, a cuadros, y los usaré a diario para que envejezcan juntos, se pringuen de fruta descompuesta y acaben oliendo a sardina. También me prepararé un disfraz de pordiosera y me entrenaré a caminar como una vieja de ochenta años. El día del atraco llevaré un abrigo oscuro, gorro de lana, gafas negras y guantes, y me untaré con algún perfume acaramelado que sea fácil de recordar. Esconderé el subfusil en el carrito número 1, y guardaré el número 2 junto a la puerta trasera de la tienda. Por su parte, mi Pedrito se encargará de la parte eléctrica. Con la excusa de limpiar el luminoso, preparará los cables de la sucursal para poder inutilizarlos cuando convenga. Y el día señalado, minutos antes de las diez de la mañana, colocará una escalera de mano en la acera, trepará con unas bayetas, un cubo y sus kilos de más y cortará la luz de la sucursal en cuanto me vea aparecer con el carrito. Y de ahí hasta el final, siguiendo paso a paso lo acordado y cruzando los dedos para que todo salga bien.

Yo creo que deberíamos hacerlo antes de Navidad, cuando la oficina esté rebosante de billetes pequeños para pagar la extra a tanto jubilado como cobra por la Pía. Quedo a la espera de tus noticias. En cuanto lleguen las armas, empezamos a entrenar.

Con cariño, nervios y esperanza, tu cuñada,

Isabel

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