La hora atómica

El Butano Popular

Cuatro

Me he duchado al menos dos veces, me he masturbado —con cierta desidia— otras tantas, he realizado tareas domésticas que cuentan el zafarrancho de limpieza ulterior a la fiesta y he anestesiado la resaca fumando sin medida; incluso he cambiado el agua de las rosas, hace un rato, pero la fragancia tan poco interesante de la tal Cristina, algo estandarizada por las horas aunque todavía plenaria, permanece en alguna parte de la topografía de mi mano izquierda como una promesa o una cuenta pendiente.

Distraigo lecturas y entretengo la cola en el supermercado llevándome los nudillos a la nariz y retiro la mano levemente embriagado, creyendo que ahora sí he asimilado la estela, irrigándome el cerebro un instante de mujer desconocida, tiñéndomelo de blanco como si me inyectasen jazmín o azahar entre los ojos. Cegándome un poco, sí. Me embalsamo la cabeza de todos los coños el coño, de coños que parecen poco oportunos, por apócrifos. Un coño hostil y poco agraciado, que no es mi coño.

Después, por echar el rato, estallo contra el suelo del salón todos y cada uno de los mecheros que se ha olvidado la gente, haciendo florecer a mis pies extrañas úlceras argentadas. Vaya otra noche rara. En realidad, mentí a las chicas cuando me preguntaron y dije que sí, que era la primera vez que me encamaba con tres hembras al tiempo, porque tampoco quiero que se confundan las cosas y se me entienda un disoluto que las cubre de tres en tres. Ni hablar. Ojalá. Más quisiera. Nunca fue así. Coyunturas, torpezas, por qué cojones os habéis bebido todo ese vino dulce, tías, dejadme en paz. Aparquemos las expectativas y a dormir.

Con la casa vacía, el espejo me ha devuelto otros residuos de la noche, como el sello austriaco de la policía del Führer que compré en Budapest emborronado en mi frente. Siempre los mismos chistes.

Rubén Lardín

El Butano Popular © 2010

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