El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Cuarenta

Rubén Lardín La hora atómica— 23-04-2013

Ahora el lupas me recomienda unos anteojos que deberé calzarme “sólo” para leer, escribir o ir al cine. ¿Los coños me los como de lejos o apagamos la luz? No me deja margen para ir por la vida a ciegas, este hombre optometrista y atribulado, y me hace leer la pared en voz alta pero no me escucha, lleva prisa y por alguna razón está tan nervioso que parece dos quitándose la bata blanca. Salgo poco convencido y será una usuaria quien me consuele la presbicia (que a mí me suena a crueldad eclesial) narrándome su precocidad: que ella perdió precisión ocular al tiempo de hacerse mujer porque las dioptrías le llegaron con el primer menstruo, cosa que se entiende porque la vista se va siempre a las tetas.

¿Gafas de leer? La más mínima contrariedad se hace trastorno para alguien de mi generación, tan boba y facilitada. Supongo que para cualquier mentalidad sensata su generación va a resultar siempre la más penosa imaginable, pero la mía no es que lo parezca. Mi generación es la más cómoda y sin sustancia que conozco y la conozco muy bien. Me pregunto por ella entre líneas pero no sé responderme, y lo único que tengo claro es que no me gustaría nada estar escribiendo para ella, una generación mermada intelectualmente (la culpa fue del Ephemerol, por eso ahora están todos conectados) e incapaz de ponerle el pecho a las balas. Mi generación está quieta y detenida en su actualidad y como arma blande a sus niños porque para eso los tuvieron. Yo escribo aquí mis cosas particulares y luego tiro del mantel de la actualidad, y únicamente si se mantiene el servicio en pie, si el bodegón sigue intacto, entiendo que tal vez habré dado algo de valor, algo ajeno a estos tiempos en que ya nadie lee en el metro porque van todos escribiendo.

Camino el lunes. En realidad lo orilleo porque en el lunes no hay sitio nunca. He dejado en casa los papeles porque fuera los pierdo, y porque espero encontrar cosas más excitantes que hacer que leer un libro. Hubo un momento en que las lecturas me correspondían, luego ya en lo idiota de crecer quise leer las de los mayores y dejé pasar otras que no iba a recuperar porque resultarían muy complejas a ojos de alguien perdido en la mera burocracia llena de cepos que es el mundo adulto, donde ya todo serán modales, donde no hay maneras. Nos reconocemos al vernos, los de esta generación mía que no es ni la de los Who, establecemos vínculos que nos asocien hasta el final del trayecto y ya nos podemos duchar que vamos a dar asco siempre, los seres humanos y yo el primero, ¡porque soy el primero de los seres humanos!

Leo sin problemas los titulares, así que todavía puedo desobedecer. Camino el lunes hacia la casilla del martes. Recojo el correo. Me escriben mujeres que dicen querer conocerme pero eso es porque no me conocen. Todavía puedo ver muy claramente cómo los hombres miran a vuestras hijas, que pasean su insolencia con las pestañas como toboganes. Recorro mirándolo todo este planeta donde si vas despacio nadie puede oír tus gritos. O eso pone en el cartel.

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