Sum Vermis

El Butano Popular

IV

La niña de falda corta no para de liar cigarrillos en todo el trayecto. Lleva una de esas maquinitas como de madera, pero que seguramente será de plástico, que afianza sobre la rodilla cruzada, y ahí va tendiendo los finos papelitos blancos. Los cubre de picadura que compacta primero a base de diminutos pellizcos y luego con el palito de la maquinita, hasta que acaba de rellenar el cigarrillo y lo mete en una pitillera de camuflaje, situada junto a la comisura de los labios de su bolso, en el asiento de la ventanilla.

Tiene las manos pequeñas, pero bien proporcionadas, y la lengua más roja que blanca, una lengua de punta estrecha que se eleva, estira y contrae como el ojo de un caracol.

He perdido la cuenta de sus cigarrillos. Todos parecen el mismo, recién salidos de la manufactura de sus dedos y su lengua. Todos son el mismo, creo. Llevo viendo la misma acción, la misma imagen corta, de dos a tres minutos de duración, a lo largo de los últimos veintitantos minutos.

Puede que cambie algo a nuestro alrededor, que pase un chaval con su monopatín, que se siente un viejo o se levante una señora; que el estudiante cierre su carpeta y la vendedora hable por teléfono, pero ella y yo continuamos presos de la misma acción desde hace veintitantos minutos.

Los dedos de uñas claras, la lengua encarnada, la saliva como una delicada capa de lluvia, el papel que se fija en tensión sobre sí mismo, los últimos pellizcos de tabaco prensados por el palito…

De la lengua a la rodilla, de la rodilla a la pitillera, que para mí es un oscuro agujero rectangular cuyo interior se extravía, un agujero como de hueco del ascensor que, tengo la impresión, ya hace mucho tiempo que debería haberse llenado.

No hay mezcla, sólo el tabaco que derrama sobre la palma de su mano desde el interior de la desdoblada bolsa dorada.

Las rodillas cruzadas, el bosque cada vez más verde, más denso tras el vidrio de la ventanilla. El bosque, la montaña, van apoderándose del fondo de la imagen de ella, de los dedos, la lengua, los ojos caídos sobre el papel, la máquina, la picadura. Por eso la miro tanto y tan seguido, porque ella no se inmuta. Ni sabe que estoy aquí. Como una hilandera impasible, derrama, junta, lía, aprieta e inhuma un cigarro más en el boquete oscuro y rectangular del camuflaje. Y me pregunto qué ocurrirá cuando me mire y descruce las piernas.

Joan Ripollès Iranzo

El Butano Popular © 2010

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