El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Fragmentos de un cuaderno de viaje chileno

Carlo Padial Radio de calado— 07-02-2013

Estratégicamente desplazado respecto al lugar de la cita: incluso, no es exagerado decir que yo he llegado antes que él (la prueba es que lo he visto cruzando). Entonces, ¿qué significa esto? ¿Por qué se va? Ni tan siquiera han pasado diez minutos, no ha tenido que esperar. ¿Y a qué viene el situarse a unos metros del lugar de la cita? ¿Qué significa? ¿Es una muestra de repulsa al hecho de quedar conmigo? Que yo sepa, no tiene ningún motivo para estar enfadado, y aún menos para marcharse con esa cara de perro, cuando, encima, acaba de llegar. Si alguien tuviera alguna razón para comportarse así conmigo, creo que lo recordaría, ¿no? Obviamente, no tengo ninguna obligación de recordar todo lo que me sucede, la vida me desborda, esto es verdad, suceden tantas cosas al mismo tiempo que uno no puede estar en todo. Corro detrás de él, giro la esquina, avanzo unos metros, pero ha desaparecido. Mi cita (mi encuentro con) ha dado un giro inesperado. Un momento, ¡ahí está! Escondido, detrás de una columna, mirándome, vigilándome con cara de odio, como si yo fuera su enemigo, el enemigo a batir. Me acerco sonriendo y abriendo los brazos (no demasiado). La situación continúa de la siguiente manera: aunque él es el que se está comportando como un chiflado, intento disculparme; no de una manera explícita, pero sí es evidente que, no sé muy bien por qué, se ha creado esta situación en la que él se encuentra en una posición dominante, y yo me veo obligado a hablar más de la cuenta, lo que, obviamente, sólo sirve para empeorar las cosas. De algún modo, ahora sí tiene motivos para estar enfadado. El simple hecho de que yo le suplique (no en un sentido explícito) que vuelva a la normalidad y que me acompañe al restaurante es suficiente para que se vuelva aún más agresivo. ¡Creo que está a punto de estrangularme! Puedo notar su rabia pura dirigida contra mí. ¡Desea destruirme! Por si fuera poco, yo he empezado a tartamudear, y no sólo eso, sin querer le he escupido una minúscula bola de saliva. Sin embargo, en otro golpe de autoridad demoledor solo al alcance de un loco, se despega de la columna a la que estaba abrazado y me dice: “¿Vamos a comer? Se está haciendo tarde”, y se encamina de nuevo hacia el restaurante.

Tres minutos después estamos sentados en una mesa, esperando a que nos tomen nota, pero no puede decirse que la situación haya mejorado. Simplemente hemos desplazado el conflicto de la esquina a la columna, y de la columna al restaurante. Él me sigue mirando como si quisiera estrangularme. No aparta la vista de mí, ni la mano del cuchillo que tiene en la mesa. Por si acaso, yo tengo un pie en el pasillo, por si tengo que salir corriendo. De nuevo, intento recordar qué puedo haberle hecho yo a esta persona, mi amigo, para que quiera matarme. Recuerdo que hace unos días yo estaba sentado en un taxi, y me acuerdo también de que le pedí al taxista que me llevara a las afueras, pero no recuerdo por qué. Me bajé del taxi un poco antes de llegar a las afueras, de eso sí que me acuerdo. El taxi se marchó y yo seguí caminando hasta la casa de mi amigo. Nos traen el postre. Mousse de café. La comida no ha funcionado. Durante media hora hemos comido en silencio, a una velocidad de vértigo, como si estuviéramos compitiendo por ver quién come más rápido. Él no ha dejado de mirarme con los ojos de loco, y yo no he quitado el pie del pasillo. Durante este (poco) rato, no he podido recordar qué es lo que puedo haber hecho para que me odie de esta manera. Desea matarme, desea estrangularme.

Una interrupción agradable: le llaman por teléfono.

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