El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

El terror y la fascinación

Joan Ripollès Iranzo Como no te apartes tú— 16-01-2013

Para un fiel seguidor del Fútbol Club Barcelona que, además, deseaba que la selección española ganara el mundial desde el ya demasiado lejano año 78, resulta doloroso que el esplendor del Barça y del combinado nacional coincidan con uno de los mayores desfondamientos económicos, morales y sociales del país en que vive.

Mientras una cuarta parte de trabajadores potenciales carece de empleo, se echa a la gente de sus casas, los vecinos rebuscan en los contenedores y tanto la sanidad como la educación se quedan en cueros, el fútbol profesional español vive el mejor momento de su historia. Al tiempo que nos van despojando de todos nuestros derechos constitucionales, los once integrantes del equipo ideal de la FIFA se ganan el pan en la liga española.

Estoy con Maradona, la pelota no se mancha. La esencia del fútbol seguirá persistiendo mientras haya un descampado y algo que se parezca a un balón, y nunca podré estar de acuerdo con esa sandez, que tanto repiten los indocumentados de la vida, según la cual, el fútbol no son más que once tíos dándole patadas a una pelota. Hay infinitamente más belleza y sentido moral en lo que hayan podido hacer y deshacer en el campo Di Stéfano, Kubala, Zidane o Maradona, que en la mayoría de musiquita, peliculitas y series de rastrojo que consume buena parte de nuestros conciudadanos.

Otro asunto es que esa esencia se prostituya a diario, que el fútbol se venda como el deporte del pueblo, mientras los partidos se emiten a través de canales de pago, hasta el punto de no poderse ver algún encuentro de la selección absoluta porque ninguna cadena se arriesga a perder dinero debido al escaso atractivo del equipo rival.

Como la política, la sanidad o la educación, el fútbol sucumbió hace mucho tiempo a la lógica febril del capitalismo salvaje, en él nada importa más que acumular poder y dinero. Muchos de los directivos son meros gestores, buena parte de los clubs se han convertido en lavadoras de dinero negro y, si se refuerzan las plantillas para ganar títulos, es simplemente como un medio para conseguir ese puro objetivo pecuniario que, al igual que en la guerra convencional, se acolcha y disfraza con himnos, banderas y ridículas proclamas identitarias. Sólo el periodismo deportivo alcanza a superar en mezquindad y simpleza a la prensa rosa.

Sin embargo, incluso sumergidos en este lagar de podredumbre, la pelota sigue sin mancharse, y uno puede seguir disfrutando y aprendiendo incluso de los equipos más poderosos, sin dejar de admirar las diferencias que distancian el estilo de juego de los dos clubs que dominan el mercado.

El avasallador Real Madrid de la temporada pasada, todo verticalidad, incisión y potencia, era capaz de arrasar el equipo contrario de una andanada. Era un conjunto terrorífico que paralizaba el juego del rival. Sus contrincantes sabían que, con aflojar mínimamente las defensas, les caería encima un vendaval de goles. Golpeaba una y otra vez, hasta abrir brecha, y entonces la hemorragia ya no la paraba nadie.

El Barcelona, sin embargo, practica un ritual de trance hipnótico, de aceleración y lentificación de la velocidad del balón, como un rosario en que las cuentas van y vienen, vienen y van con tanta sutilidad y precisión, que resulta casi imposible robar el balón sin incurrir en una falta flagrante. Y cuando la voluntad del rival ha sido sojuzgada, un último movimiento genera la ocasión de gol definitiva.

El Madrid marcaba a base de precisos hachazos, en los que la combinación era directa, lineal, vertiginosa. El Barça, que también ha sido capaz de practicar ese juego, amplía y desborda sus límites geométricos y creativos, generando espacios y combinaciones tan inauditas como inapelables. La ventaja del hechizo envolvente, frente a la contundencia del terror súbito.

Tal vez sea la misma diferencia que distingue la depresión en que nos hallamos de todas las que le precedieron. No hemos recibido un golpe seco, nos hemos dejado seducir por extrañas fantasías de triunfo económico y, en el momento de mayor debilidad, nos metieron el primero, el segundo, el tercero… ¿Quién puede saber cuándo terminará la goleada?

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