El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Me gusta pornografiar

Joan Ripollès Iranzo Como no te apartes tú— 11-01-2013

Todo empezó de manera natural, por no quedarme con la copla. Al entonar los primeros versos del Tatuaje de León, Valerio y Quiroga, se me mezclaban con los de cierta tonada chabacana, muy popular en los casetes de gasolinera de aquel tiempo. Y, por un impulso casi inconsciente, me sorprendí cantando: Él vino en un barco, de nombre extranjero, y me dijo: “Niña, me las quieres ver”…

Aquello me dio a conocer, sin vocación previa, el trasfondo velado de la cultura popular española. Y lo que servía para España en general, funcionaba a las mil maravillas en entornos más inmediatos, descubriéndome la lírica varonil de la Cataluña rural en la letra de uno de los himnos de la lucha anti-franquista:


L’avi Siset em cardava
de bon matí al portal,
mentre el sol esperàvem
i els carros veiem passar.
— Siset que no sents l’estaca
que, poc a poc, et va entrant,
— Si empenys amb tanta força,
tindrem aquí un toll de sang…


Imaginaba al viejo vendedor de abastos tomando a su joven aprendiz por la retaguardia, delatados por el indiscreto traqueteo de la cortina de canutillo de la puerta del local, mientras el sol comenzaba a acariciar el empedrado de un villorrio gerundense. Llegaba a la poesía por lo venéreo, constatando que la verdad estaba en la pornografía, y la pornografía podía salvar de la mediocridad las peores estrofas de las listas de éxitos.

Si, por entonces, me ayudaba a enderezar las rimas patilleras de Mecano y la melaza insoluble de Mocedades, hoy continúa alegrándome la vida en el supermercado, cuando suena cualquier hediondez de Melendi, La Oreja de Van Gogh o Alex Ubago. Lo escatológico y lo pornográfico dan la cara para librarnos, con soberana altivez, del miserable adocenamiento a que ha quedado reducida la mal llamada música pop-rock española, esculpida a golpe de talonario por los conglomerados industriales que parieron la radiofórmula.

La metáfora tumoral y el pareado idiota, defecados por ochocientos subnormales con guitarra y caspa en los oídos, se convierten, por verbigracia de lo obsceno, en salfumán contra los imbéciles. Ante determinadas criaturas oligofrénicas y cacofónicas, no basta con ser puerco y grosero, es preciso cargar con saña el carro grande de la blasfemia, como vengo haciendo desde hace muchos años en el transcurso de mis fallidas incursiones en el bricolaje ordinario.

No se trata sólo de mejorar la letra, sino de engendrar, de plano, una melodía elástica y contundente que exponga con frescura nuestra opinión sobre lo creado y adorado, al estilo de:

Salió del chocho en Belén,
follaniños y lisiados,
Jesucristo con sostén,
pedazo mierda
pinchá en dos palos.

Ante todo el amor, la espontaneidad, la inocencia sin ripios ni veladuras. Lo soez hay que cantarlo como si se tuviera el chorongo bostezando en el ojal, y lo marrano con la picha tiesa, rezumando natas, para aprovechar al cien por cien el impulso de las olas. Hay que dejar el mundo bañado en gargajos, cagarros, lefa y meaduras, para que toda esa gentuza que tiene el gusto en la cartera y el garaje se resbale, quedando su hueca cabeza partida en tres partes. Vamos, niño, ponte ya a pornografiar. ¿A qué estás esperando?

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