El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Qué propicio el tumulto

Carlos Acevedo Esto nunca fue mejor— 20-12-2012

Una leve lesión en el muslo derecho me ha traído un vaivén que subraya la errancia que ha provocado la novedad en mi forma de habitar el tiempo: avanzo sin premura ni decisión, ahogo cualquier impulso urgente y me ocupo sólo en calcular el ritmo de mis pasos, a fin de evitar el dolor agudo y focalizado que en ocasiones me impide mantener el porte, ignoro la efectividad del trazado de un punto a otro; evito cualquier posible tropiezo —sólo fumo sentado, no leo mientras camino— e incluso me he visto obligado a respetar cívicamente el tiempo exacto de los semáforos, tal y como lo haría un hombre ayuno de reflejos o un niño persuadido de que todas las leyes en la ciudad están escritas por y para su bien.

Apunto que deambular sin prisas conlleva una revelación de tipo contemplativo, porque gracias a este nuevo ritmo he podido prestar atención a aquello que la rutina ha escondido en mi itinerario habitual. He podido detenerme a ver cómo una mujer se lima las uñas, aprovechando la duración de un semáforo a la contra, con un objeto ovalado de colores gastados que alguna vez —presumo— fueron horribles; a otra peinarse con sumo cuidado y gran habilidad, repasando a ciegas, aunque con decisión y éxito, unos cuantos mechones rebeldes con un cepillo redondo que imagino creado para ser transportado en la bolsa, otra de esas virguerías de la técnica antes cercanas al lujo y hoy de ínfima valía. Me detengo en una joven que se ocupa de hidratarse los labios con total naturalidad, sin atisbo alguno de erotismo, con una barrita que sale de una esfera plana, circular y de colores chillones, perfecta para un bolsillo del que desconozco la existencia. Debido a mi rutina diaria y maquinal no es raro que observe a la gente y su comportamiento, pero puedo consignar que además de estos gestos estetizantes también me he detenido con especial cuidado en los rasgos de edad que la multitud expone. He tenido tiempo hasta para contrastar las impresiones y de parecer, según los voluntarios de las ONGs que van por ahí llenando fichas, dueño de todo el tiempo del mundo. Como resultado puedo confiar en que una joven será aún más bella según se vayan asentando en ella los años, lo cual no deja de ser reconfortante (por improbable y ridículo que suene).

Al habitar las pausas de cada semáforo acabo por indagar en el pudor de manera genérica, apenas contrastada; refiero cierta incapacidad mía para acomodarme los pelos, con espejo o sin él, y una absoluta indiferencia por acarrear algo —cualquier cosa— que me permita acicalarme. Desde ahí intento descifrar estos actos rutinarios, tímidos y faltos de cualquier sofisticación. Gestos que asumo de total naturalidad pero que veo envueltos en cuestiones imprecisas que me resultan de una extrañeza considerable, casi tan ajenos como el mirar sumido en la intensidad variable de la incomodidad física.

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