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Facefuck

Borja Crespo Historias de amor (y apocalipsis)— 13-12-2012

¿Por qué os creéis todo lo que escribo en Facebook? ¿Por qué?

No tengo una lancha motora para pasearos por alta mar, no estoy casado con esa golfa de curvas insultantes, no vivo en esa ciudad tan espectacular como artificial y las cosas no me van ni tan bien ni tan mal. Me gusta la mitad de lo que digo que me gusta, por no decir una cuarta parte, o nada, porque me da todo una envidia insana que me corroe por dentro. Doy al “me gusta” porque existo. Para confirmar que existo. Para que comprobéis cada segundo que existo. Mi vida está en vosotros.

No entiendo ese afán por creer que yo también voy a contar mis miserias en público como vosotros. No sabéis nada de mí. Nada. Ni siquiera soy el madurito trotón del avatar. Hasta eso es una vulgar maniobra de despiste. Soy un artista de la falacia. Contar la verdad es de locos. Llamadme desaprensivo, loco, chulo, creído… Camino por el tiempo de puntillas, maquillando mi realidad con Photoshop. Empleo filtros fantásticos que parecen diseñados por una mente demoníaca. Me hago el interesante pero soy un farsante. Soy vuestra proyección.

Miro vuestras fotos y me río de vuestras caras de burgueses felices con su ADSL de tropecientos megas. Vuestros cuerpos serranos protagonizando escenas de patético alcoholismo de fin de semana, ritos dionisíacos donde se beben cócteles de fantasía, engañando a la vida. Haciéndole sombra. Ahí puestos, frente a un ciclorama de postal, manteniendo el tipo, sonriendo estreñidos. No me interesan más allá del esperpento vuestros festejos, vuestros trabajos, vuestros triunfos escupidos con excitación en el timeline para daros un baño de autoestima. Necesitáis la aprobación universal. Venga, dale fuego a la barbacoa para quemar malos rollos y ahuyentar el desaliento. Luego todos al gimnasio, las grasas saturadas están en peligro de extinción. Ahora se lleva morir de inocente y tontorrón. Adiós colesterol.

La crisis no está tan mal. Hay menos gente paseando por la calle. Molestáis menos. No hay que reservar sitio en los restaurantes. Ofrecen menús tan baratos que nos descojonamos en la cara del que trabaja la tierra y guía el rebaño. El rebaño de cuatro patas, se entiende. A nuestro pastor le alabamos y le perdonamos todas las cabronadas. Es cierto. ¿Y esa cultura del tupper extendida sin remedio? Comer alimentos congelados, precocinados, recalentados en el microondas creyendo que se va a llegar a viejo con la misma carne y el mismo pelo. Ingenuos. Huele a plástico el aburrimiento. Vaya retahíla de metáforas. ¿Por qué recicláis? Tenéis miedo a la nada. Salís de casa e inmortalizáis el plato del día, el postre de la semana, el polvo del año, el sarao de vuestras vidas, como si Dios existiera. Y lo queréis mostrar al mundo como si fuera una obra de arte, algo único e irrepetible. Paseáis entre el cielo y la tierra como si el mañana fuese eterno.

¿Por qué os creéis todo lo que escribo en Facebook? ¿Por qué?

El sexo, el motor de la vida, donde el tuerto es el rey. El fracaso de muchos es el éxito de unos pocos. ¿Os asusta mi sinceridad? Vuestro torpe funcionamiento en la cama alimenta mi fama. Me como el coño de vuestras mujeres a lo loco y sin pensar. Me mandan fotos sonrojantes por Whatsapp. Las guardo todas para hacer un mosaico de basura existencial y presentarlo en alguna feria de arte moderno. La idea me da alas. Me meo en vuestros muros, defeco sobre vuestros estados del alma porque tan ególatra comportamiento alimenta mi espíritu. Doy al “me gusta” como si estuviera follando. Sin parar. El mal olor lo combato con perfumes del supermercado más cercano. El más barato.

Ni se os ocurra mandarme un privado con las fotos de vuestros bebés. Esos publirreportajes tediosos sobre las peripecias domingueras de vuestros hijos, que son sólo vuestros. Repito: vuestros. Vuestra propiedad. Era un barrio muy tranquilo, el vuestro, hasta que apareció una mujer descuartizada, tirada en pedazos entre los contenedores de basura. ¿Por qué recicláis? Seguro que la pobre incauta había borrado a alguien, al asesino, al matarife, de una red social, jactándose de la hazaña doméstica en su muro infernal, ahora convertido en lápida. Disparo a quemarropa, por la espalda, con nocturnidad y alevosía. Sierra mecánica del amor. Cupcakes del odio. De eso y más se sirve a golpe de clic en el invento del siglo. Sobredosis de humanidad animal.

Nada de lo que he dicho es verdad. Soy un hombre de bien. Soy una excelente persona. Jamás he pensado nada de esto que digo en un ataque de sinrazón. La imaginación no delinque, que decía el maestro Buñuel. Lo he escrito por molestar. Sois todos maravillosos. MA–RA–VI–LLO–SOS. No puedo vivir sin vosotros. Estamos interconectados. Es mi naturaleza contradictoria. Perdonadme. Os quiero. Os cuido. ¡Cuidadme!

¿Por qué os creéis todo lo que escribo en Facebook? ¿Por qué?

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