El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Dramaturga

Jorge de Cascante Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo— 07-12-2012

Los actores no se quieren aprender los textos, dramaturga, ¿qué piensas hacer? Le dijiste a tu padre que habías escrito la mejor obra de tu vida, pero ha pasado un mes y ya no estás tan segura. La mañana en que imprimiste las páginas en la planta de arriba del chalé, ¿te acuerdas?, los niños jugaban en el jardín, la tele había dicho que iba a llover pero no había llovido, apenas podías contener la emoción. Tantas páginas con tantas opiniones, todas tuyas. Pero nadie ha reaccionado igual de bien después de leerlas, ¿no te parece? A mí me lo parece. ¿Y si lo que pasa es que a nadie le importa Tu Verdad? Es una pregunta que te hago, no tengas miedo, esto no tiene por qué ser así. Pero escucha: ¿y si es así tal cual? ¿En dónde considerará el Planeta Tierra que te tienes que meter tu cosmogonía? Tal vez “Bocadillo de Uralita” no haya resultado ser tu confirmación como artista y mujer que vive los tiempos que le han tocado vivir. La culpa no es de los actores, dramaturga, ellos aún creen que un mundo mejor es posible, no soportan lo que has escrito y no te soportan a ti; los tratas como a conos de señalización naranjas, pero son personas. Personas quién sabe si como tú. En el segundo acto de “Bocadillo…”, cuando el personaje principal está en la cocina rodeado de ristras de cebollas que cuelgan del techo encima de un supuesto suelo blanco de baldosas y dice todo aquello que dice acerca del oficio de ser actor, ¿qué pretendías? ¿“Marionetas con aires”?, ¿“cacas con ojos”?, ¡por favor! ¿No querías que la obra tomara vida propia más allá de tus palabras?

Ni tus propios hijos te aguantan, ¿recuerdas cuando te preguntaban que por qué no intentabas escribir algo un poco más alegre? Ya no te lo preguntan, ¿verdad? Ya no te lo preguntan porque ya no te aguantan, están hartos de escuchar tus críticas, hartos de tus manías, de tus costillas batiéndote los pulmones del odio sentada enfrente del ordenador. Hasta el nailon de tu jersey quiere escaparse de tu yugo. ¿No ves lo mucho que te pasas de chunga, dramaturga? Antes te preocupaba gustarle mucho a la gente por la cara tuya y no por lo bien que escribías. “Es un mundo de hombres”, pensabas. Querías gustar por lo que hacías y no por lo que parecías. Notabas que te miraban por encima del hombro por ser una tía como la que eras. “¿Quién os defenderá de mi belleza?”, pensabas. Con tu pelo largo y tu inquietud escurialense, intentando siempre ser tan maja. ¿Es que ya no te importa lo que piensen? Tu padre está preocupado, me lo dijo anoche después de recibir el premio, ¿por qué no te pasaste por la ceremonia? Te echamos de menos. Ya no sabes qué hacer y se te nota, qué quieres que te diga. Tantas opiniones todas tuyas y tantas preguntas en tu cabeza. ¿Cuál es la realidad por la que piensas que te mueves? Te puedo decir que hay gente que te quiere y que tu padre y yo estamos contigo pero lo mismo es mentira, ¿no? ¿Te queremos o no te queremos? ¿A ti qué te parece? ¿De quién y de qué te puedes fiar? ¿A dónde agarrarse? Creer en Dios: ¿a favor o en contra? ¿Caes bien o das asco? ¿Te interesa la política o te da igual del todo? ¿Sales bien en las fotos? ¿Sales horrible? ¿Eres buena persona? ¿Saben tus amigas que les mientes? ¿Eres inteligente o eres una imbécil? ¡La diferencia es tan poca, dramaturga!

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