El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

El burrito catalán

Joan Ripollès Iranzo Como no te apartes tú— 19-11-2012

Hay que ser burro para creerte que eres Moisés cuando tienes la jeta lampiña y te estás quedando calvo. Pero a su falta de vergüenza Artur Mas añade el oportunismo y la temeridad del españolito medio, cobijando tamaños defectos bajo un mar de banderas que anuncian que, dentro de poco, los catalanes volveremos a ver las estrellas.

Quico Pi de la Serra lleva años cantando aquello de que , pero el hijoputismo calientapollas de este hombre llevaría al sofoco al mismísimo Theodor Herzl. El peor mandatario catalán de la historia reciente, culpable de mucho y sospechoso de casi todo, abre los brazos ante el Sinaí de la patria y pide que se le vote y se le respete —sobre todo que se le vote— como voz y voluntad de un pueblo.

Puede que, a lo largo del último verano, mientras dejaba que la mitad de su feudo ardiera en rastrojos, previendo nuevas cuchipandas urbanísticas, al presidente le hablara una zarza llameante, aconsejándole reinvertir parte de sus ganancias melómanas en alguna fábrica de estampación de tejidos, y he aquí que el populacho reincidente enarbola banderolas y estandartes con el fin de llegar a gobernar su futura ínsula barataria, mientras crece el número de convecinos expulsados de la república independiente de sus casas.

El mandamás que más derechos, prestaciones y oportunidades ha sustraído a los catalanes se presenta ahora como su salvador. Un presidente cuyo consejo ejecutivo habría descojonado vivo al malogrado Josep Maria Planes i Martí, al unir economía y conocimiento en un secundario de opera bufa, encargar la seguridad a un cachiporrista polichinelle y rematar la faena poniéndole un Bozal a la justicia. Para disfrazarlos a todos de Tió y no parar de pedirles regalos hasta el día de la independencia…

La Catalunya mosaica de Mas se ha convertido en pesebre antes de tiempo, es un belén repleto de cochinos, capones y borregos cuyos próceres embarretinados viajan a lomos de un burrito para seguir el rastro de la estrella de la independencia, pan del señor y zanahoria del asno. A lo lejos refulge un promisorio manantial de caudales dinerarios sobre el que juegan y danzan los cisnes y delfines de las mejores familias, un mar de prosperidad que, visto de cerca, no es más que un pliegue de centelleante papel de plata, como el que esconde las espinas de las rosas en la Diada de Sant Jordi. Los tres reyes magos lo cruzarán sobre un puente elevado, pasando de largo con sus camellos cargados de divisas, acunados por el son de villancicos tributarios y el balido de aquiescencia del rebaño arrebujado en mítines y manifestaciones.

Frente a semejante panorama, al cínico peripatético de arcano cuño no le queda otra opción que agacharse a echar el chorongo sobre la santidad de esos caimanes henchidos con el clembuterol de la corrupción de un siglo, gentuza de bufete y corbata que, después de saquear el país mano a mano con la chusma de la villa y corte, pretende ahora montar negocio aparte. Aquí tenéis mi voto, comedlo despacio, en cada tropezón hay un grano nudoso de valiente matarratas.

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