Sum Vermis

El Butano Popular

III

Arde el aire del subsuelo, al descender las escaleras del apeadero. La taquillera pelirroja lanza proclamas cívicas a través del destartalado micrófono. Nadie le hace caso, por supuesto, pero entra dentro de las obligaciones que contempla su contrato y de ello depende la totalidad del sueldo del mes.

Hace años, una noche, después de cenar con ella en un restaurante rústico con ínfulas exóticas, soñé que me comía su muñeca de rizos y que ella lo gozaba con la sonrisa mojada y el granate de los pezones en punta. Tiene su qué la taquillera, que larga sus consejos a través de la megafonía cacofónica, mientras deja reposar su emparedado vegetal sobre el mostradorcillo, entre la bandeja de calderilla alineada y el taquito con los pliegues de los horarios.

Abajo, en mi andén, una familia gitana. El padre orondo, la mujer junto a un cochecito de bebé y, más allá, un niño de cuatro o cinco años, trasteando con la máquina expendedora de aperitivos.

Sale al andén de enfrente la chica de la limpieza, ataviada con uno de esos horribles uniformes naranjas fosforescentes y, al reparar en la presencia de una botella de plástico tirada junto a los pies de la gitana, le llama la atención para que la recoja y la tire a la papelera.

— Ay, no te pongas así, que se m’habrá caído.

— Acabo de barrer y no estaba, a ver si tenemos un poco más de cuidado.
Entonces, el marido, sin azotar la tripa encamisetada, se deja caer con un:

— Es tu trabajo.

— Mi trabajo es barrer y limpiar, no recoger la mierda que van tirando los guarros como vosotros.

— Es tu trabajo —se reafirma el hombre.

Se detiene un tren en nuestro lado del andén y la familia se sube a él. Yo sigo esperando el mío, que me llevará algo más lejos, a las montañas y a los bosques, donde si algo huele mal es porque ha muerto un animal u otro ha soltado las tripas.

Ahí llega ya la cabeza del vagón, guiñándome el ojo a todo lo largo del túnel.

Joan Ripollès Iranzo

El Butano Popular © 2010

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