El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Futuro plusimperfecto

Borja Crespo Historias de amor (y apocalipsis)— 19-10-2012

He tenido una visión. Una visión terrible. Casi demoníaca. Un pálpito pesadillesco. En un futuro no muy lejano, demasiado cercano, Fernando León de Aranoa curra en la Fnac en la sección de cine. Sigue con su barba, ya cana, y la coleta de hippie trasnochado, ya descapotado. Va vestido con ese chaleco verde absurdo lleno de chapas. Luce pins de viejas películas como Cosmopolis, de David Cronenberg, o la tercera parte de Blade Runner (y una insignia dorada en la que pone “Ken Loach Rules!!!”). Parece bregado en la atención al público. Seguramente es el único que tenía el currículum suficientemente cultivado como para poder entrar a trabajar en el apartado dedicado a la nostalgia por el séptimo arte en el artificial centro comercial, convertido en un gigantesco baúl de los recuerdos. Ideal para consumidores que buscan únicamente material de merchandising relacionado con sus películas favoritas de antaño. Se lleva la lencería serigrafiada de la adaptación de 50 sombras de Grey, que lo petó en su momento, y está al orden del día llevarse para casa el busto de Justin Bieber caracterizado de Atreyu en el remake de La historia interminable. Está a la cabeza del ranking de productos más vendidos en vivo y en directo, de manera personalizada, pasando por la caja robótica. Lo que se lleva es comprar a través de la red, sin romanticismos; te llegan los paquetes en cuestión de minutos por mensajería instantánea, puerta a puerta, aunque los verdaderamente adictos prefieren oler y palpar. Sin poder tocar pierde la gracia el acto de hacerse con algún preciado tesoro que marcó una época, dicen. Por algo estos singulares coleccionistas están en peligro de extinción, como la inteligencia emocional. La reedición de CDs con manchas de grasa, ralladuras y restos de comida incrustada en la cajetilla ha perdido su capacidad de atracción. Se llevan los mp3 mal pirateados, con problemas, copiados con defectos de audio en pendrives de 128 MB, un producto que deja muy poco margen al fabricante. Al garete el negocio discográfico. Todo.

En mi retorcido sueño premonitorio también me encuentro a Miguel Noguera firmando libros de autoayuda. Bueno, deja huella en una cosa testimonial, una especie de estuche metálico con su fotografía, gruñendo a cámara con su nuevo implante capilar, porque el volumen a la venta, un tocho de 11.357 páginas, es electrónico, te dan un código en un sobre cerrado y ya está. Un sujeto da un coñazo mayúsculo en la cola: quiere un autógrafo en la pantalla de su iPad 23b. El otrora cómico rey del ultrashow se la raya con un anillo de diamante. Ha mutado en gurú de masas, recogiendo el testigo de figuras populares de la sapiencia para todos los públicos como Eduardo Punset o Alejandro Jodorowsky, antes escritores ídolos, ahora entes disecados que flotan en formol en el Museo de Grandes Personalidades Universales de Eurovegas. El perpetrador de Ultraviolencia, Ser madre hoy, Palangana de oximorones y Cómo encontrase con uno mismo y caerse bien despacha sus electromanuales como un autómata embravecido. No para de firmar ejemplares, rodeado de fervientes seguidores de su prosa metamorfoseada. Dibuja santos, apóstoles y romanos. Los remata con su famoso tampón antediluviano. Viste con un chándal negro bien pegado al cuerpo, marca Dukan 3.000, y una corbata vintage de los Simpson. Vaya moda sentimental absurda.

En una farmacia cercana un clon del doctor Rosado departe con una copia exacta del doctor Beltrán sobre qué recetar a un individuo de aspecto desaliñado para el dolor de chaveta. Irrumpe en escena el doctor Cabeza, o alguien parecido, que le da un plátano rosa. Se lo cobra al cliente a precio de bazo. Se queda con un trocito de hígado del enfermo. Está la sanidad como está. No visten con bata blanca, llevan uniforme del ejército. En la puerta una cruz gamada en letras de neón. En el hilo musical suenan una y otra vez extraños politonos seguidos por los respectivos anuncios para su adquisición y, si lo deseas, que retumben directamente en tu bolo castigado. Banda sonora para la testa. Sonidos de sala de espera, de ascensor, que golpean en el cerebro, punzantes, hasta que despierto de mi letargo. ¡Despierto!

Aquí estoy, recién llegado a mi vivienda de protección de Ikea tras hacer la compra en una cadena de supermercados donde todo tiene el mismo sabor, solamente cambian las formas y el color. Antes me había pasado por el cinasio, a darle a la elíptica mientras emitían en el monitor de plasma frontal de la bicicleta para robocops un ciclo de cine y deporte made in Spain, dentro de ese programa melancólico que presenta J. A. Bayona vestido de acomodador con un traje púrpura. Entre los tertulianos que acompañaban al post-cineasta en el coloquio amarillista después del pase de Iniesta Forever!, miembros del staff de El butano impopular, con problemas capilares y algunos kilos de más. Disfrazados todos ellos como señores. Cultura de barrio. He soltado lastre golpeando el teclado, ahora a acomodarme. Tengo unas ganas locas de quitarme la barba postiza de look hipster, esa que venden a 3×1 en el El Corte Oriental. Hoy tocaba la morena con canas, mañana la pelirroja con calvas, y a otra cosa mariposa.

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