El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

"PORN-EX"

Borja Crespo Historias de amor (y apocalipsis)— 10-10-2012

No recuerdo cómo acabé encontrando aquel vídeo libidinoso en la satánica red un día tonto por la mañana. O más bien no quiero recordarlo exactamente para no volver a pecar sin remordimientos. Había salido de casa a comprar leche de soja, alimento indispensable para la supervivencia doméstica junto a una buena caja de corn flakes, y en mi paseo matinal forzoso, además de dar algo de alegría a la despensa, me dio tiempo a cargar el disco duro mental, castigado él, con imágenes de bellas ninfas semidesnudas caminando por las calles. La época estival invita a que los hombres vayamos vestidos como mamarrachos. Ellas, en cambio, se abren en flor. Se muestran bellas por fuera y sueltas por dentro. Con los primeros rayos de sol, llega la algarabía. Esa moda del pantaloncito ceñido, sin apenas tejido, marcando vida. No hay nada que me ponga más que una fémina en bicicleta. Si pedalea con falda y a lo loco, bien arremangá, es el acabose. En Barcelona, mi actual urbe, las hay a patadas. Desfilan hipnóticas atravesando las calles de la ciudad condal. Lujo y lujuria.

Tras la pequeña vuelta al ruedo en busca de viandas de combate cuerpo a cuerpo, emponzoñado de imágenes de mancebas luminosas, regresé al hogar con la escasa compra bien hecha, luciendo cierto principio de priapismo bajo los pantalones cortos, desgastados, con una serigrafía de Batman en el culo, rollo Primark (en verano siempre vuelve el grunge). Para saciar el ataque de feromonas feroces lo más rápido y eficaz es darle a la red y penetrar en ese mar de sites ideados para el regocijo masculino sin pasar por taquilla. Verde que te quiero verde. Internet es lo que tiene, inmediatez y desfachatez. Obsesionado estoy con las pelirrojas, con lo cual es ver el fotograma de una golfa con el pelo colorado como presentación de un vídeo entre tanta oferta incendiaria y darle ipso facto al link. Un enlace al azar directo a la entrepierna me llevó a contemplar atónito unas imágenes inesperadas que impactaron de lleno en mi alma recalentada. Se estremeció mi ser, ¡oh, my god! La mujer que estaba recibiendo por todos lados entre gritos bajos en decibelios me sonaba de algo. Su aspecto era escalofriantemente familiar. Tan cercano que me recordaba sobremanera a una antigua compañera de juegos en vertical y horizontal. Su manera de ejercer su profesión mal pagada frente a las cámaras llamó mucho mi atención. Congeló mi furia. Identificación.

Seamos sinceros. A más de un rollo se le recuerda por lo que se le recuerda. Mejor eso que nada. Porque si no queda nada es que no hubo ni lo uno ni lo otro, ¿no? La ninfa ligera de cascos de melena roja que resoplaba con poco orden y concierto, cuya piel pálida brillaba en exceso, era, sin duda, una chica de ayer que retornaba inesperadamente a mi vida a través de la pantalla del ordenador. Evidentemente, le di al pause y cogí aire, destrempado perdido. Tenía más ojeras, signos de mala vida o de buena, según se mire. Creo que fue ella quien dejó de llamarme, quiero pensarlo así. Los recuerdos fugaces me llevaron a imaginar los últimos años de su vida. Ya no era morena y dudo que trabajase de dependienta en una tienda de fotografía. Vive la revolución digital de otra manera. ¿O era la bailarina? Aquella individua desvergonzada que me dejó sin explicaciones, como tiene que ser (veo más triste la manía del te–doy–la–patada–por–whatsapp extendida en los últimos tiempos), tras un mes incansable de vino y rosas. Una semana de speed y vodka envenenado para olvidar el olor de las flores marchitas. Se quedaron tiradas por alguna parte en el cementerio de mi existencia emocional, bien apartadas, pero ahora el ramo muerto florecía de nuevo por obra y gracia de una pieza equis hallada al tuntún. ¡Qué pequeño es internet!

Se me pasó por la cabeza la idea del crecimiento imparable de un subgénero pornográfico consistente en centenares, miles, millones de vídeos protagonizados por alguna ex. Ex novias, ex rollos, ex amigas, ex ex… Ex casi todo. Frente al gonzo, el porn–ex. Contra el POV el X–ex. Algo retorcido desde el punto de vista sentimental, pero seguro que más de uno guarda, a lo fisgón club, obras porno amateur de pequeño formato fruto del jugueteo con su pareja, firme u ocasional. Sexo explícito inmortalizado tras esconder la cámara doméstica en algún oscuro rincón de la casa. Los móviles de última generación dan para mucho. Son el diablo hecho objeto. Con o sin consentimiento, imágenes robadas o pactadas para el goce propio y/o ajeno pululan por el ciberespacio. Una idea tan sucia como obvia. Bienvenidos al loco mundo del porn–ex, donde hay cabida para el odio y el amor, donde el ser humano se retrata a sí mismo sin saber en qué acabará la cosa. Los buenos coitos nunca se olvidan. Cómo joder al prójimo en todos los sentidos, con todas las consecuencias.

Después de inventarme la vida reciente de la pelirroja de bote —vaya rollo— y abrir las puertas de la percepción en el ámbito del cine pornográfico, hice lo que tenía que hacer: le di al play y a la palanca.

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