El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

La independencia de mi polla

Joan Ripollès Iranzo Como no te apartes tú— 03-10-2012

A mí el otoño siempre me pilla con la toalla puesta, saliendo de la ducha. Al rato, en el trance de vestirme, se impone saber que el sol se apaga y le suceden las nubes, el gris y las farolas entre adoquines mal puestos. Una marranada, porque a uno lo que le va es el calor, la hembraduría y los cielos azules con sal de mar o viento fresco de levantar palomas.

En otoño da la impresión que se vive sólo de migajas, y más en este exilio miserable de pincho moruno y bolsa de patatas, con los cabellos desbaratados, el ombligo chinesco y todo oliendo a cloaca. Llover, llueve poco, pero la sensación es de andar metido en el fango hasta los codos. La picha entonces se te resfría y va acumulando en su base una mucosidad insana que la hace descolgarse entre los muslos, como una liana con la cabeza gacha, mirando el infierno.

En plena decadencia de los sentidos, a uno le gustaría declararse independiente de su picha o, al menos, que ella supiera emanciparse y ser dichosa, sorteando todos los peligros del amor y de la vida. La picha emprendedora y ufana corre demasiados riesgos; por ahí anda la mujer que se enamora del barbo y lo quiere sólo para ella, la noche que tienta con sus ristras de perniles, la boca sedienta, el recto emperador… Y para mantener su sana industria, el nardo debe enfundarse una goma indecorosa, que le aísla y le constriñe, privándole de sentir la lava del volcán y el chorro bravo de la catarata, con el dolor añadido de quedarse encerrado unos instantes entre el vómito de sus propias espumas.

¿Y si pudiera la picha misma elegir en qué momento perpetuarse? Celebrar un referéndum entre los miles, millones de espermatozoides que danzan su milonga en las bolsas, y que decidan entre ellos quién quiere o no quiere enredarse en la aventura de fecundar, crecer, desarrollarse. Porque también puede ser que la inmensa mayoría prefiera dejarse caer en la luz de una cara o el cielo de una boca, y sea, en cambio, el único con ganas de pinchar el que se despabile, adelante trecho y llegue primero a la meta, jodiendo a los demás su descanso y su pereza.

Mientras sigue lloviendo y veo el agua que se lleva un cartón aplastado de leche calle abajo, pienso qué distinto sería todo si la que bajara arrastrada por la riada fuese una vaca.

La leche tibia, en vaso largo, es una columna que se va quedando cada vez más corta. Podría erigir las ruinas de un partenón sobre la mesa de la cocina, mientras las magdalenas ejercen el papel de ángel de la misericordia. Pero, ahí abajo, mi picha no piensa lo mismo en absoluto, se deja llevar por un rencor que aún no entiendo, le escribe cartas al rey, le llama cojitranco y follanietas. Yo luego las corrijo, tacho párrafos enteros y cambio el sentido de muchos otros. Nada parece importarle, vuelve otra vez a intentarlo.

Es incansable y cabezona. Cuando se mete en una mujer, enfundada en su cárcel de látex, se desgañita gritando para propagar sus innecesarias ideas. Y hay alguna que, contagiada a pesar de las barreras, renuncia a su cigarrillo para ponerse a hablar de lo que ella haría con el mundo, de lo que hay que hacer con la gente y con las cosas. Yo me quedo mirando mi picha, receloso, observo cómo intenta volver a levantarse para arremeter contra los poderes públicos. Y entonces la castigo, golpeándola contra la boca de mi acompañante, que termina también por callarse y renunciar a todas sus huelgas.

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