El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Y tú me susurraste, nunca volverás a casa

Javier Pérez Andújar Hoy también es fiesta— 01-10-2012

Mortadelo y Filemón, las dos Españas con las que vas a partirte la caja, corazón. Los pantalones rojos del uno y la levita negra del otro, el traje de gala para Giménez Caballero. En España se ha leído demasiado superficialmente a Mortadelo y Filemón, y todo lo malo que ahora ocurre sea quizá producto de ello. Y si digo español, digo también catalán, porque ¿podrá algún esencialista encontrar además algo más catalán que Filemón Pí, algo más de Barcelona que Mortadelo?

Pero esto cuando se vio más claro fue al hacer la primera película en carne y hueso de Mortadelo y Filemón (La gran aventura de Mortadelo y Filemón). A mitad del casting, al personaje que de verdad iba a interpretar a Mortadelo se lo encontraron currando en Correos, en la central de Vía Layetana (se entra por la plaza dedicada al tratante de esclavos Antonio López). Y sí, así fue cómo se descubrió que en Mortadelo siempre había habido un cartero de Barcelona.

España, que ha sido un país de municipios (la II República se proclamó en los ayuntamientos), ha sido de este modo un país de carteros, de gente que no va más allá de las calles de su pueblo. Ay, sí, somos un país de carteros, corazón, y esto se ve sobre todo en que el acontecimiento más emotivo del año es siempre la carta a los Reyes Magos. Es más, por encima de Melchor, Gaspar o Baltasar, ha estado una y otra vez el cartero real.

El español es ese hombre que todo el rato tiene que mandar una carta. De niño a los Reyes Magos, de viejo a Franco; si es hombre al periódico, si es mujer a Elena Francis.

Y si en televisión hubo un personaje popular entre los españoles, más que ningún otro de ninguna otra época, ese fue Braulio, el cartero de Crónicas de un pueblo.

Y si hubo un premio Nobel de literatura popular entre todos los españoles, es decir, Camilo José Cela, este había sido condecorado antes como Cartero Honorario de Correos, título honorífico que sólo se ha concedido en cinco ocasiones (el penúltimo fue el dibujante Mingote).

Por eso, cuando se descubre que en Mortadelo vive un cartero oculto, cobra sentido que él sea un personaje tan querido.

Mortadelo y Filemón son los hombres que viven en la ciudad industrial, antes de que todo sea pos o neo, y por esta razón, cuando van a enfrentarse a un peligro, se encuentran siempre con un tipo gordo con boina que les devuelve la hostia de una realidad que todavía lucha por no desaparecer.

España es un país donde todo cuadra (y no me refiero ahora a establo). Fíjate, corazón: en los mismos años en que Bruguera le brinda a Ibáñez una revista para su personaje Mortadelo, con sus aldeanos que donde se acaban las aceras plantan remolachas y calabazas, justo en esos precisos días, otro Ibáñez empieza a repartir calabazas por televisión. Todo lo tienen previsto los astros, corazón; mira esta noche el horóscopo y verás que no te engaño.

Mortadelo y Filemón contienen a Rubalcaba y a Rajoy huyendo de Angela Merkel, pegándose garrotazos en broma delante del superintendente de los mercados. Calla y corre, cariño. Mortadelo existe, Filemón no, es una alucinación que Mortadelo tiene todo el rato, como le ocurría a Sancho Panza con Don Quijote. Mortadelo es el cartero español que anda todo el día de calle en calle, de bloque en bloque, metiéndose por las entradas más rocambolescas, por las puertas más inaccesibles, cochambrosas, extraordinarias.

Cuando se rodó la segunda película de Mortadelo y Filemón (Misión: Salvar la Tierra), la industria del cine español pasó del cartero Benito Pocino como de la peste, pues el hombre, calla y corre, cariño, no formaba parte del sistema, de modo que nadie estaba dispuesto a repartir con un advenedizo los dividendos que prometía la cinta. Este viernes, ay, sí, corazón, le vi a Pocino en la central de Antonio López, que es como un mausoleo nazi para cartas muertas. El hombre andaba recogiendo paquetes y sobres por los pasillos que se pierden tras las ventanillas, a espaldas de sus compañeras que atendían. Parecía la sombra de un perro vagabundo en un día de lluvia. Sí, ya, esto ya lo dijo antes Tom Waits; pero esa es otra música. ¿La bailamos, corazón?

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