El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Dieciocho

Rubén Lardín La hora atómica— 18-06-2012

Los sábados fumo como Richard Burton, con las últimas falanges y a tiros largos, mientras escucho las canciones que nos gustan a todos los chicos, que son algunas de Black Sabbath y otras de nuestra juventud y por último un par de los tiempos modernos que me hacen de estribo para, como quien se apea de un tranvía en marcha, caer en el día de hoy, con toda esta gente, qué tal, cómo estáis, y una vez aquí paro la música porque opino, como Svankmajer, que hay demasiada, que estamos anegándonos bajo ese caudal abstracto y exento de concepto que es la música, muleta emocional de estos sábados de tedio y deriva, alucinación fragante (diarrea de la inteligencia, dijo algún surrealista), que no me deja escuchar los sonidos, ¡el teléfono!

Atiendo la llamada de mi amigo Erre embobado en las molduras de yeso en los techos. Erre es un hombre franco, incapaz de asentirle a un cretino o sonreírle a un ministro, lo cual lleva a los imbéciles a juzgarle erróneamente y a los mansos, que no saben ni quieren gestionar la franqueza y el carácter porque para qué, a eludirle sin más. Le temen. Erre es disparatado en lo social pero bueno e inteligente, y aunque esto último no ha de ser un mérito, es algo que valoro. Erre siempre ha acudido a mí cuando ha sentido el impulso de referir sus sueños o ponderar sus responsabilidades, y hoy sábado me cuenta que la otra noche salió de casa con su perro, llamado Barón, y se vio obligado a despistar al animal en una gasolinera porque a medio camino decidió no volver. De eso hará una semana. No sabe biembién dónde se encuentra, aunque se encuentra bien, desaparecido (estoy desaparecido, me dice), y su única preocupación es ahora el perro, lo que un perro tan valiente, un alano (una raza que en su línea de sangre fue capaz de dominar vacas e incluso toros bravos), pueda pensar de él, de esta traición. Me intereso por sus coordenadas pero insiste en que no debo saber más y se enzarza en reflexiones semánticas, atormentado: aunque en su exilio ha dictado el fin de su relación con la bestia, no reconoce haberla abandonado. (Por su mujer sabré luego que Barón volvió a la casa dos días después, solo y peleado y lloró en la puerta o lo que hagan los perros.)

Erre hace falsas promesas, las pronuncia probando a creerlas, como que nos veremos este invierno, y que está de puta madre, dice, durmiendo en diagonal. Antes de colgar, tararea: “My name it means nothing, my fortune is less“. Hacía quince años que no hablaba con él, desde que decliné ir a su casamiento.

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