El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Los violentos

Sergi Puertas La casa de los padres— 18-04-2012

Los violentos se levantan de sus camas y de sus sofás, se atusan las rastas, se repasan la cabeza con la moto frente al espejo. Uno de ellos echa mano de la lata de gasolina y procede a rellenar las botellas de Vichy Catalán. Otro las sella y las acolcha con mimo entre trapos en el interior de una mochila que termina en el maletero de un Fiat Tipo. Los violentos conducen el Fiat Tipo a través de la ciudad escudriñando a través de las ventanillas, mordisqueándose el labio inferior. Cuando por fin llegan a su destino, descienden del vehículo y serpentean entre los manifestantes. Discretamente van tomando posiciones alrededor de su objetivo. Uno de los violentos hace un gesto y todos se cubren los rostros con pañuelos y pasamontañas. Las mochilas se abren, los cócteles se descorchan. Contenedores que arden, escaparates que explotan. Cabezas que se agachan, pies huyendo en todas direcciones. Sirenas compitiendo con los alaridos de pánico. Lo que no iba a ser más que una pacífica jornada de protesta se ha transformado en una pesadilla irreal y apocalíptica. Los violentos echan a correr buscando el anonimato entre la multitud. Se arrancan los pañuelos de las caras, se zafan de sus pasamontañas, normalizan el paso. Si logran despistar a la policía, y con frecuencia lo consiguen, más tarde se reunirán frente a unas cervezas para comentar la jugada. “Así no, tío, que un día te vas a quemar.” “Es mejor apuntar más arriba.” “Has estado bien ahí, joder.”

Al menos así es como lo imagino yo. Después de todo, para revivir un episodio de violencia experimentado en primera persona tengo que a retrotraerme a las hostias del patio del colegio. A trifulcas más bien patéticas en los bares y en los callejones de mi etapa estudiantil. Tarde o temprano aparecía un violento buscando gresca. Tarde o temprano alguien te metía una hostia y te impartía una lección que no olvidas: La violencia es una mierda.

La prensa deja constancia de ello en sus titulares. En días venideros, los violentos hojean los periódicos, los oídos siempre alerta para tomarle el pulso a la sociedad. El telediario dice: “Vándalos“. Los ciudadanos gritan: “Animales“. “Me opongo a toda clase de violencia“, corea el planeta entero al unísono.

Otra lección que aprendes en la escuela y que aparece más o menos explícita en todo libro de Historia: La violencia es un vehículo de cambio. Cuando hay corruptos y megalómanos de por medio, los conflictos no se resuelven enarbolando pancartas ni golpeando cacerolas con cucharillas. Esa situación en la que la dictadura toma nota de las reivindicaciones populares y conviene: “Oye, que tienen razón. Renunciemos a nuestros privilegios, va“. Esa situación no ha existido ni existirá. En ocasiones, es cierto, no es preciso que medie violencia. Pero sí el miedo a que se desate.

Hay, al parecer, consenso en ignorar este hecho. La ciudadanía sale de sus trabajos a las seis y media y se escandaliza de la violencia frente a un descafeinado. Abominan del incivismo y de la destrucción de la propiedad privada mientras le abonan su champú de aloe vera a la cajera del supermercado. Se limitan, en definitiva, a seguir disfrutando de privilegios adquiridos gracias a generaciones y generaciones que en su momento ejercieron el activismo violento.

Gracias a los incívicos de antaño, los ciudadanos no tienen que trabajar doce horas diarias. Gracias a los violentos de antaño, no tienen por qué temer que el monarca absoluto de turno los arrastre a palacio amarrados a un carro para follárselos por el culo.

Los violentos de hoy se derrumban un poquitín al constatar el rechazo que despiertan entre la ciudadanía. Jo, qué palo, tío. Los violentos de hoy no matan gente. Ni siquiera le asestan hostias a nadie si no es para defenderse. La última hornada de violentos viene algo tibia, y es natural. La violencia nos da mucho miedo a todos. Nadie dijo que los violentos sean santos. Con todo, no cabe dudar de sus buenas intenciones. La actividad de los violentos es una actividad no remunerada y los pone en una posición en la que tienen mucho que perder a cambio de nada. Su violencia es una violencia desinteresada. Una violencia altruista.

Vivimos en tiempos inciertos y aunque la Historia deja constancia de que tarde o temprano se producen cambios, también nos enseña que no tienen por qué ser necesariamente a mejor. Nadie dijo que los violentos tengan la solución. Nadie dijo que los violentos sean particularmente inteligentes. Supongo que tampoco yo lo soy, dado que cuando rememoro las hostias en el patio del colegio, en los bares, en los callejones, se me sigue encogiendo el corazón. Cuando veo arder los contenedores, las sucursales bancarias, las tiendas franquiciadas, en cambio, se me llena de júbilo.

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