El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Hoy: Llobregat Gòtic

Sr. Ausente El corro de la patata— 13-04-2012

El Néstor, menudo uno, siempre lleva la iniciativa en estas cosas y mete dos, quizá tres dedos en el coño de la vieja, que se intuye áspero como la suela de un zapato pero que a saber cómo sienta al tacto. He escrito vieja pero supongo que lo suyo era decir madura, veterana. ¿Qué tendría? ¿57 años? El recuerdo es borroso por la bruma etílica y porque ha pasado demasiado tiempo, pero la imagen permanece. Una señora mayor abierta de piernas en un catre lastimoso, rodeada de una docena de gatos y atenta, expectante, ante el palpar de Néstor, que tiene genes de follarín sin escrúpulos y eso se nota. Podría equivocarme de sujetos, así que no diré nombres, pero algunos guardan turno en la cola, debe constar. Bueno, va, también estaba por ahí el Ginés, uno de los jóvenes que acaban de juntarse a la panda en busca de emociones. Pues toma, chaval, vas a perder el virgo a la italiana.

La habitación está mal iluminada, las cortinas están sucias, hay una palangana bajo el catre y toda la estancia apesta a paté para gatos. La escena es demasiado decadente, incluso para mí, así que no puedo deciros cómo acabó porque salí de la habitación y regresé a la fiesta, que es mi fiesta porque mañana me voy a cumplir el servicio militar. Las Sombras están a punto de pisar un escenario por primera vez y la entropía ya se ha apoderado del lugar. La clave es el lugar, sí, el sitio. Hoy veo muy claro que aquello era un epicentro chungo, un portal dimensional que nosotros alimentamos con alcohol, drogas y ardor juvenil. Creo que fueron los mods de El Prat quienes nos dijeron que en la comarcal entre Sant Boi i Sant Vicenç del Horts había una masía que se alquilaba para guateques. También es uno de esos negocios dedicado al pedrusco de jardinería que tanto frecuentan las carreteras rurales catalanas. Macetas gordas como menhires, jarrones y ánforas de piedra tosca y enanitos esculpidos. Hostia, los enanitos. A ver si va a ser eso lo que explica el flujo entrópico que de allí emanaba. Un centenar de enanitos esparcidos por un huerto terroso flanqueado por un bosque de cañas de esas que crecen en los márgenes del río Llobregat. Y si meabas entre los enanos te aparecía la vieja y se ofrecía a aguantarte la polla.

El local se alquila para fiestas y da el pego con su escenario, su mueble bar y el jardín de los enanitos, que tiene un sendero que lleva a la casa de los propietarios, es decir, la veterana del coño y los gatos y su hijo sociópata. Es la segunda vez que montamos ahí un sidral y hemos tenido que negarnos a nosotros mismos. Decir que no somos nosotros sino otros. El hijo, que es con quien sellamos el pacto días antes, insiste en ello.

–Vosotros no sois los que alquilasteis el local hace cuatro meses.

–No, no, qué va.

–Eso espero, porque era gente mala.

Mientras conversamos nos enseña su colección de machetes, cuchillos y escopetas de balines. Creo que había hasta una ballesta colgada en la pared. También una pila de fascículos de la revista Comando, técnicas de supervivencia y combate humedecidos y arrugados como si fueran pornografía usada. Larguirucho, delgado como el hambre y con la mirada extraviada, el tipo viste ropa militar de camuflaje e infunde un cierto respeto más por su evidente tara mental que por su físico. También por sus cuchillos, claro. Toma uno alargado y acerca la punta a la barriga de Jaime.

–Este entra directo.

Luego toma otro, de filo estriado, y vuelve a pasearlo por nuestros estómagos.

–Este se clava y luego mueves la muñeca así, ¿ves? Es fulminante.

Esto es lo que el Bajo Llobregat, el extrarradio del sur de Barcelona, entiende por Gótico Americano. A su manera. Un jardín con enanitos, un psicópata en potencia que colecciona armas blancas y una madre puta teñida de rubio que duerme rodeada de gatos y ofrece su sexo a jóvenes drogados.

En mi fiesta la entropía sigue su curso natural. La representación mod baila sudorosa, las botellas se vacían a ritmo endiablado, el suelo se llena de cristales, el humo del hachís inunda el local, las rayas de speed circulan sin mesura. Algunos pisoteamos gnomos de piedra y otros entregan sus pichas bravas a la vejada ama del lugar. Al fondo, entre las cañas, un psicópata vestido de camuflaje nos observa y reza por nuestra muerte. La gente, en fin, se divierte como sabe y como puede. Luego saltan Las Sombras a estrenar su directo, el pogo se descontrola y todo el mundo se lía a hostias con un grupo de quinquis de San Vicente que se ha colado en el guateque. Mala gente. Vuelan macetas, hay narices ensangrentadas. Tiempo y espacio se centrifugan y me siento como Dorothy absorbida por el torbellino que lleva al mágico mundo de Oz.

Recobro la conciencia en la estación. Mis amigos me regalan veinticinco gramos de costo, palmean mi espalda y yo subo al tren para que España haga de mí un hombre recto y derecho.

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