Te lo digo aquí y en la calle

El Butano Popular

EL 15M y La batalla de los dioses

No me malinterpreten. Que ahora hable de Jordi Costa no tiene que ver con el reciente rifirrafe tuitero por afearle —inadvertidamente— que terminara un artículo en Tentaciones con un cliché indigno de su carrera. Tenemos esa relación: él disfruta de su papel de maltratador y yo le canto “fais-moi mal, Jordi, Jordi, Jordi… moi j’aime l’amour qui fait boum!“. El caso es que para hablar sobre el imaginario del 15M, me tengo que remontar a algo que escribí hace más de cinco años en el blog de Ultraplayback, en el que negaba la mayor al maestro, que entonces decía en La Vanguardia: “El V de los Wachowski es, en definitiva, un demócrata y el problema de su película es que, esencialmente, se trata de una película apolítica”. Mi respuesta fue, resumiendo, que los mitos tienen que actualizarse para mantenerse vigentes; que el V de Alan Moore era una metáfora muerta en la sociedad actual, y el V de los Wachowski, un arma cargada de futuro. Me acordé de ese post, por supuesto, cuando el 15M vi tantas máscaras en la manifestación. Muchachada y no tan muchachada que había dejado el módem en casa colapsando algún servidor para asaltar la calle. Pero… ¿importa si todos eran hackers, o es incluso mejor si no es así? Encontré por sorpresa a colegas que nunca habían ido a una manifestación, y también los que no se perdían una, automarginados en su inamovible coro por la huelga general. Y en su maravillosa diversidad, vi esencialmente gente cabreada con el sistema. No por un trasvase injusto o una congelación salarial abusiva; no. Querían hacer efectivo el derecho a la vivienda, Internet libre, y sacudirse el yugo de la banca. Y para ello, tuvieron la feliz idea de pedir un cambio en las reglas de la democracia. Dijeron que ya no había pan para tanto chorizo. Querían, en pocas palabras, democracia real ya. Querían esa democracia radical que reclamaba Zizek en los noventa; que de eso ya no os acordáis. Un Zizek, que en un patinazo mayúsculo, asimilaba la primavera árabe a los disturbios de Londres en su vergonzoso “Shoplifters of the World United“. Después vinieron sus vídeo-balbuceos sobre que había que pararse a pensar, y ya en octubre, la locución entusiasta en Occupy Wall Street.

Del mito de la consciencia, a la consciencia del mito. Ahora no recuerdo a cuál de los brillantes discípulos de Ortíz-Osés le leí eso, pero por ahí van los tiros. Si ustedes fueran ciudadanos, de esa manera que Aristóteles entendía el palabro, correrían a la web de los Traficantes de sueños, y descargarían (preferiblemente con un donativo, como hice yo) el libro Metáforas que nos piensan de Lizcano. Me parece una excelente forma de familiarizarse con la idea de “imaginario” tal como lo entendía Castoriadis, Corbin, Durand o Maffesoli: sin un corte estricto con lo real. Aquí les copio el punto de partida de este butanazo que les quiero subir a sus despejadas azoteas: “Buena parte del fracaso de numerosos movimientos de emancipación se cifra en que sus reivindicaciones se alimentaban —y se alimentan— del imaginario de aquellos de quienes se pretendían emancipar“. Fue la Escuela de Frankfurt la que advirtió, a su pesar, que al final la superestructura contaba tanto como la infraestructura. Pero fue Castoriadis el que asumiría desde esa tradición (o más bien, rompiendo con ella) que en el proyecto de emancipación también había que contar con los deseos, el impulso irracional y las significaciones imaginarias de la humanidad. Es decir, que había que contar con el mito como sustancia misma del cambio y la imaginación radical.

La izquierda tradicional, pensando que el pensamiento mítico es solo una cosa que le pasa a los curas, sigue atrapada en el imaginario de la revolución heroica de la modernidad, ignorando que la sociedad, desencantada por las promesas incumplidas de la revolución, ha acogido un retorno al sentimiento trágico dionísiaco, y la esperanza del pillo que no puede cortar la cabeza del rey, pero tal vez sí su talón de Aquiles. Sobre estas nuevas estructuras simbólicas se está construyendo un nuevo decorado mítico, incomprensible para nuestros adictos al imaginario de la Ilustración. Otra revolución les pasa inadvertida porque directamente les resulta inconcebible. Son los que ora se lamentan por una anecdótica comisión de biodanza, ora se rasgan las vestiduras por no pasar a la acción violenta sistemática, ora creen haber desmontado una cúpula de Anonymous.

El gran triunfo del 15M fue, en mi opinión, desplazar el debate a un nuevo imaginario lleno de posibilidades. Gracias a eso, se había logrado introducir en el debate político cuestiones que parecían aplastadas definitivamente por la pesada losa de la Cultura de la Transición. Pero con el nuevo escenario, ese logro corre peligro. Los políticos, transformando un problema de deuda privada (colapso financiero) en un problema de deuda pública (déficit presupuestario), han logrado retomar con fuerza las viejas metáforas y narraciones: los recortes, el déficit, el pacto social, la productividad, la mesa de negociación, las nuevas ayudas, los acuerdos con Bruselas, la prima del riesgo, etc. La crisis económica y la recesión: constructos que nos obligan a pensar en términos financieros, y no en términos de revisión de las relaciones de poder entre los ciudadanos, sus representantes, y los cabrones que provocaron el colapso financiero. Sumirse de nuevo en el lenguaje de “la crisis” es empantanarse en un territorio en el que el político, el liberado sindical, el editor del periódico nacional de gran tirada y el banquero se sienten muy cómodos. Ahora todo se reduce, otra vez, al debate de si hay que darle a la maquinita de fabricar euros o hay que apretarse el cinturón. Sin darse cuenta de que una vez que el partido se juega en su campo, los beneficiados de este desastre solo tendrán que echar mano de eufemismos para conectar con el sentimiento trágico del que hablábamos antes, y convertir el entusiasmo en fatalismo. Y para ello, por supuesto, cuentan con la inestimable ayuda de la izquierda tradicional. Estos días he leído una tesis doctoral que explica el papel determinante que jugaron los partidos y los sindicatos en la desmovilización de las asambleas vecinales argentinas. Googleen, que está para descargar: “The Disappearance of the Neighborhood Assembly Movement in Buenos Aires, Argentina 2001-2004: A Phase of Demobilization?”.

No estoy diciendo que no hay que oponerse a los recortes en sanidad y educación. No estoy diciendo que las movilizaciones sindicales serán contraproducentes. Estoy diciendo que el 15M sufrirá si, por pensar que suma fuerzas gracias al discurso de la crisis económica, no se diferencia gracias a sus nuevos imaginarios y formas de problematizar, actuar y organizarse.

Don Lindyhomer

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