Imaginaos que esta tiza es un diente

El Butano Popular

La moneda coja

Desde hace una década, cuando llega el mántrico sorteo de la lotería de Navidad del 22 de diciembre, escucho con reiterada decepción las dos sílabas —y no tres— que los niños de San Ildefonso pronuncian tras declarar la dotación del premio. Espero el cincuenta y cinco millones depe–seee–taas y me doy cabezazos contra el aire cada vez que, en su lugar, llegan esas cifras irrisorias (diez mil, cincuenta mil) y además, en euros. La epifanía más triste viene al percatarme de que la criatura ildefonsista no está padeciendo, como yo, este cambio, que no se está viendo obligada a readaptar su soniquete a la nueva divisa, pues probablemente haya nacido ya en euros, o como mucho, vivió en pesetas hasta el día que le quitaron los pañales, época en la que aún no realizaba transacciones económicas.

Dediquemos entonces unas líneas a la saudade pesetera: ¿cómo se decía en argot “este coche me ha costado dos millones de pesetas”? Pues así: “este coche me ha costado dos kilos”. Y la moneda de 100 pts., ¿cómo se llamaba popularmente? La de veinte duros, o la libra. Más: Cuando se quería imitar la tan estereotipada tacañería catalana, ¿qué se decía? Pues “la pela es la pela”, marcando mucho esa ele oralmente, geminándola para asemejarnos a los hermanos del extremo noreste de la península. Último ejemplo: ¿no estaba bien clarito que al afirmar “esta cámara de vídeo me ha costado cuarenta billetes” nos referíamos a cuarenta mil pesetas?

Hasta aquí la retahila de muestras. Podría seguir con otras como “talego” o “papeles”, y con casos homólogos tomados de las películas norteamericanas dobladas, a través de las cuales aprendimos que al dólar se le podía llamar coloquialmente “pavo” en castellano, y que si una moto les costaba a los protagonistas “tres de los grandes”, significaba que habían pagado tres mil dólares por el vehículo (debo de estar refiriéndome a los años 80, de ahí los precios desactualizados).

Parece claro que el fracaso de esta moneda tan Schengen con la que hacemos trueques hoy en día radica en la pasmosa falta de apelativos populares para denominarla: ha sido ésta la primera ficha del dominó que ha hecho caer ordenadamente todo el resto de la hilera y ha provocado la actual debacle del euro. Para quitarle algo de seriedad a esta jauría de billetes ilustrados con arquivoltas y jambas medievales se acuñó el apelativo de “luro”, que no acababa de tener chispa ni originalidad y que, por tanto, fue desestimado al minuto. Pero durante un tiempo, no quisimos tirar la toalla: en reuniones de amigos se tramaban posibles nombres simpaticones para la nueva moneda; alguien de mi círculo intentó extender el apelativo de “neuro”, pero tampoco cuajó. Al final, juraría que se les ha acabado por llamar “pavos”, como si se tratase de dólares emitidos en una imprenta casera. Así, no nos extrañe que la moneda no prospere, si el pueblo no encuentra para ella un apodo satisfactorio, y si al referirnos a cantidades gigantrónicas en euros seguimos diciéndolas en millones de pesetas.

Pero un resquicio de luz se ve al final del túnel: me parece que, muy poquito a poco, el término “napo” empieza a imponerse de nuevo para hablar del euro a pie de barra de bar. Sí: lo que antes fue un billete de mil pesetas es hoy, oralmente, un mero euro. A eso, niñas y niños, se le llama devaluación.

Mercedes Cebrián

El Butano Popular © 2012

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