El corro de la patata

El Butano Popular

Hoy: El ornitólogo y la nada

El profesor de matemáticas le dice a Bizcarro que es un inútil y que ya se puede dar de golpes contra el canto de una mesa si aprueba la asignatura. Entonces Gregorio Bizcarro, un tipo recio y contrahecho, se levanta de la silla e impulsa su frente uniceja contra la esquina del pupitre. Y luego repite; y otra, hasta que al final se rinde y medio pierde el sentido mientras la sangre mana a borbotones. Se lo llevan, claro, y en el silencio de la clase queda patente que todos sabíamos que Bizcarro era raro, pero no tanto.

En el patio del recreo Jaime me enseña dos volúmenes de los Cuadernos de Campo de Félix Rodríguez de la Fuente; en concreto las entregas “Palomas y tórtolas” y “Pájaros del campo”. Jaime está fascinado con la idea del amigo Félix oculto tras los matos de España, dibujando estorninos al natural. Le digo que esos dibujos no los hace Félix, pero no lo digo muy seguro y el entusiasmo de Jaime acaba por seducirme. Yo no sé dibujar, y seré de letras, así que cuando Jaime me propone ir un día al campo para dibujar animales en un cuaderno intuyo que eso es la antesala de un fracaso; pero aún así entiendo la poesía del ornitólogo capturando con su lápiz la belleza de lo asilvestrado y decido que mis apuntes serán esbozos con sujeto, verbo y predicado. Y mis pájaros, todos vosotros, que os tengo ya anotados y con los hábitos descritos en mis libretas.

En casa, mi madre me recuerda que si llaman a la puerta no abra sin preguntar. Lo dice porque anteayer apareció el Lluís. El Lluís no es peligroso, pero a mí me da miedo. Le abro y pregunta por mi padre.

-¿Está el Johnny?

El Lluís es larguirucho y está como una chota. Se inclina para poner su cara a mi altura, sin traspasar el umbral de una puerta que no se abre del todo. Sus ojos me miran pero ven el Mas Allá y tintinean nerviosos mientras el resto de su cuerpo aguarda inmóvil la respuesta.

-No está.

Lluís se despide con educación. Se da la vuelta y baja por las escaleras con movimientos a la vez mecánicos y desgarbados. El Lluís llega a casa como un fantasma y se va como un autómata sin tornillos. Nunca mentimos con la respuesta pero tampoco le decimos la verdad, que el Johnny ya no vive aquí. Mi madre me explica que en su infancia Lluís creyó ser Superman y se arrojó por el balcón. No sé si expande la leyenda o es así. Cuando Lluís se ha ido me encierro en la habitación, abro el cuaderno y escribo:

Lluís es de tez oscura y cráneo deforme y rocoso. Resistiría caer desde el balcón de un tercer piso. Viste pantalones de pana y un pulóver gris que le va corto de mangas. Lluís es un loco“.

Hoy giro la siguiente página del cuaderno y veo está dedicada a ti, amigo mío, porque mi bestiario no sigue ningún orden; ni alfabético ni cronológico.

Bonifacio era primo segundo. O tercero. No sé. Largo, escuálido y deficiente, mis apuntes serían breves si no fuera porque siempre iba por la calle con un casco de motorista puesto. No tenía moto ni capacidad para conducirla, pero llevaba el casco cuando paseaba porque de vez en cuando le daba un telele, un soponcio, y se caía al suelo como un peso muerto. Tras varios golpes en la cabeza, y a Bonifacio encima sólo le faltaba eso, su madre, la tía Hortensia, decidió encasquetarle esa protección propia de motociclistas.

Una tarde estábamos merendando en casa de la tía Hortensia cuando llamaron a la puerta. Era un guardia urbano, joven y nervioso. Preguntó si era el domicilio de Bonifacio Castañé y mostró su documento de identidad. Mi tía enseguida inquirió si le había pasado algo. El municipal trago saliva.

No se preocupen. Bonifacio parece estar bien aunque no dice nada. Le está atendiendo un doctor. Ha tenido un accidente de circulación aquí al lado. Lo que pasa es que algún desalmado ha aprovechado el revuelo y le ha robado la moto.

No pudimos contener la risa.

En mi cuaderno de Félix Rodríguez de la Fuente, tras los bocetos sobre Bonifacio tengo anotado que todo ornitólogo lleva un licántropo dentro. Lo escribí tras ver por la tele aquel episodio de El hombre y la tierra dedicado al lobo ibérico. De pequeño me aterró, cosa normal porque aquel documental estaba realizado como un cuento de miedo para la víspera de difuntos. El maestro Antón García Abril reutilizó parte de la banda sonora de La noche de Walpurgis, aquella película española de vampiras y hombres lobo que dio la vuelta al mundo. Y no sé qué daba más miedo, si el famélico lobo ibérico o el grupo de pueblerinos que le daban caza. “Ornitólogo” es casi un anagrama de “licántropo”. Hoy, en mi cuaderno ya no hay ni lobos ni cazadores porque soy yo quien esboza y soy las dos cosas. En mi cuaderno sólo hay palomas y tórtolas.

En la pandilla del pueblo donde pasaba las vacaciones, Gustavo llevaba la carga del apocado al que vejar y dar collejas. A mí me venía de perlas porque en el sorteo llegué a tener algún boleto. Gustavo era un enclenque ricitos de oro con voz aflautada, aunque no afeminada sino más bien asexuada. Hablaba poco y tras hacerlo bajaba la cabeza de inmediato, ya esperando la colleja o lo que fuera. Su padre también le pegaba, mucho, y a su esposa también. También nos pegaba a nosotros porque era un ex guardia civil expulsado del Cuerpo y eso se lleva en el cuerpo. El padre de Gustavo nos espiaba tras la cortina cuando pegábamos a su hijo, pero nunca salió a reprendernos. Luego Gustavo lloraba porque no quería regresar a casa.

A Gustavo me lo encuentro a veces en el Festival de cine de Sitges. Siempre viene a saludarme, más por educación que otra cosa porque yo apenas paso del “Hombre, Gustavo, qué tal“. Articula pocas palabras y la voz de flauta sigue allí, como su cara de pan y sus tirabuzones dorados. En una proyección se sienta tres filas por delante, a mi derecha, y yo le observo porque me resulta más interesante que la película. Pese a la oscuridad abro mi cuaderno y escribo:

Gustavo viste pantalones de pinzas de color beige y una anodina camisa de pálido rosa. Se sienta rígido en la butaca, como un palo. Durante las escenas violentas, Gustavo se mueve hacia delante y hacia atrás, meciéndose bruscamente como una palmera en medio del vendaval, pero sin apartar la mirada de la pantalla y sin poder controlar el espasmo. Sospecho que Gustavo tiene costumbres sexuales extrañas pero prefiero no imaginarlas porque hoy, cuando le he mirado a los ojos, he visto la Nada en su interior. Gustavo es raro“.

Y yo soy ornitólogo. Ornitólogo y licántropo.

Sr. Ausente

El Butano Popular © 2012

Staff |

Logotipo de Javier Olivares | Grafismo Glòria Langreo