Sum Vermis

El Butano Popular

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Las pastillas son blancas, muy blancas. Me las tomo en la enfermería. Sólo bajo para eso, a que me las den con el vasito que me llenan bajo el grifo y me las tomo. Pero los viernes también me entregan el recipiente para la orina. Me hacen pasar al baño con el vaso, la pastilla y el precinto. Meo deprisa, me saco el rotulador de dentro del calcetín y pinto la pastilla de negro. Negra, negrísima, parece una cucaracha pequeña y dormida. La trago pensando que se me va a despertar en el estómago y buscará, como yo, una salida; pero sólo va a encontrarse con sus hermanas, las blancas y las negras, y empezarán a pelearse entre ellas, a morderse y herirse con las patas, montándose las unas encima de las otras, volcando en esa lucha toda su rabia. Me veo algunas veces detrás de la pantalla de rayos X, siendo examinado por uno de los doctores, el más viejo, que no puede creer que dentro de mí se mueva toda esa caterva de pequeñas criaturas. Entonces llama a la enfermera —aquí no hay enfermeras—, que es rubia y tiene una peca encima del párpado izquierdo, una mácula que crece cada día un poco más, como si se le fuera estampando poco a poco la pupila por dentro, en las horas de sueño. La enfermera observa hipnotizada lo que bulle en mis tripas, al otro lado de la pantalla de rayos X. Estira la mano y la mete en la pantalla, atravesándola. Mueve los dedos dentro de mí, entre los insectos, como si tocara un arpa mal afinada, cuya vibración me lleva a la náusea. Vomito una algarada atropellada de bichos, luego otra y otra. La celda se llena de ellos, blancos, negros… La enfermera se ha tendido sobre la mesa, desnuda, como un gran pan caliente, pero, cuando voy a entrar en ella, no me es posible. Ya está llena, todo su interior es una cáscara blanca y dura. Es una gran cucaracha, voraz de sí misma, cuyo sueño resulta imposible de perturbar. Dejad que se vaya cociendo el pan de su cuerpo, el pan de los días. Cada viernes, meo rápido, pinto la pastilla de negro, la trago con el agua, vuelvo a esconder el rotulador en mi calcetín, salgo y entrego el recipiente con mi número. Voy mejorando.

Joan Ripollès Iranzo

El Butano Popular © 2010

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