El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Metro-Zombi

Grace Morales Creaciones Madrid— 06-10-2011

“…I’m going underground, going underground
Well the brass bands play and feet start to pound
Going underground, going underground
So let the boys all sing and let the boys all shout for tomorrow“.
The Jam, 1980.

Yo he hecho cosas muy raras en esta ciudad.

Por ejemplo,

Pasar la mañana leyendo Expedientes Ovni desclasificados en la biblioteca del Cuartel General del Ejército del Aire, en Moncloa. Sí, sí, parece difícil de creer, pero allí tienen una biblioteca, y bien surtida. No es muy vistosa: para instalación distinguida, el Archivo General Militar del Paseo de Moret.

También he visto cosas asombrosas.

Por ejemplo,

Varios tenderetes, vendedores de litronas, bocadillos y tabaco a las puertas del Palacio de Linares, cuando saltaron todas las alarmas (creo que por entonces no se decía así) de las psicofonías, y se arremolinaban curiosos y gente de marcha por la plaza de Cibeles, deseosos de escuchar la falsa vocecilla y quién sabe si ver el fantasma de Raimunda, asomando desde su casita de muñecas tamaño real.

Pero nada de esto tiene comparación con lo del mes de agosto pasado. Ir en el metro, Línea 1, dirección Antón Martín, y antes de llegar a Sol, escuchar por el interfono al conductor, en un grito entre nervioso y muy enfadado: “¡¡No se para en Sol!! ¡¡La estación está cerrada!! ¡¡Que no se para, eh!! ¡¡Que no se para!!“.

Cuando entramos en la estación, una de las más bulliciosas de la red del metro, siempre llenos los andenes, encontrármelos vacíos y en semioscuridad, sólo habitados en las salidas a los pasillos por vigilantes y policías agarrados a su arma reglamentaria, mientras el convoy pasaba a toda velocidad.

Qué quieren que les diga, tengo estómago fuerte y soy poco melindrosa, pero esto de la estación de metro cerrada por orden gubernativa me impresionó un poco. Quizá porque nunca lo había visto. Tampoco recordaba que en ningún momento se hubiese dado un caso semejante. Bueno, miento: en 2009 el consistorio decidió cerrar Sol tres horas antes de tiempo, para evitar que los juerguistas de las pre-uvas de Nochevieja montaran un jari en la Puerta del Sol, anticipándose, creo que debieron pensar las autoridades, a las concentraciones de los indignados de este año.

De hecho, ni durante la guerra se cerraron las estaciones, que sirvieron también de refugio durante los bombardeos, salvo motivos de causa mayor, como combates o la voladura de una de ellas. En concreto, la del polvorín del ejército republicano y fábrica de municiones, el Taller de Carga de Artificios, establecido en los túneles de la línea II, entre las estaciones de Goya y Diego de León, y que a causa del sabotaje saltó por los aires, matando a las trescientas mujeres que trabajaban en él y a un número de víctimas que todavía se desconoce, porque el gobierno no quiso dar publicidad a un hecho que se tuvo que escuchar hasta en provincias limítrofes, pero que escritores como Daniel Sueiro cifraron en unas cinco mil aproximadamente, al haber pulverizado varias manzanas de fincas, con iglesia y mercado incluidos, desde la calle Torrijos (ahora Conde de Peñalver) hasta la propia Puerta del Sol, con cuatro trenes y un tranvía que reventaron.

Tras la impresión, la de ser testigo de un hecho verdaderamente paranormal en la vida de Madrid, llegó la tristeza. No por la toma de decisiones del Gobierno Civil y la constante declaración de incompetencia de nuestros dirigentes, que a esa llevo por desgracia acostumbrada mucho tiempo, sino por las caras de los paisanos que iban conmigo en el vagón del metro esa tarde, que ni se inmutaron al pasar por aquella especie de estado de sitio cutre y subterráneo, como si con ellos no fuera la cosa. Había de todo: gente muy joven, familias con bebé sentado en carrito provisto de súper medidas de seguridad, jubilados y parejas maduras. Nadie pareció darse cuenta. Unos parloteaban de sus cosas —ese español/a a quien no le interesa para nada lo político, por vivir en un planeta carente de atmósfera o algo más jovial—, otros miraban al suelo, derrotados antes de empezar la batalla. Otros incluso me pareció que disimulaban, como si no quisieran prestar atención al hecho insólito e intolerable de que la estación estuviese cerrada y tomada por los cuerpos de seguridad.

En ese momento, imaginé cómo habría sido el ambiente de los vagones del metro repletos de cadáveres camino de la Almudena o las fosas comunes durante la guerra civil, y se me ocurrió una historia de zombis muy castizos.

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