Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo

El Butano Popular

Abrazamos la vasta abstracción

Idoia, tiemblo entero. Pensé que jamás volvería a tener noticias tuyas. Tu mensaje de correo electrónico me ha turbado, las palabras que contiene se me han venido encima como zarigüeyas emboscadas en las alacenas —una expresión muy popular por esta zona—, te aseguro que desde que lo leí ya no duermo mis horas ni como la pieza de fruta diaria que necesito —ay los melocotoncios— y mis conocidos me lo empiezan a notar en el gesto; La Red siempre nos trae de vuelta lo que menos esperamos, ¿no te parece? Pero dime, ¿de dónde has sacado esta dirección? Si ha sido de un perfil de usuario mío situado en la página web “Todo Recto punto Net”: decirte que fue una broma que me gastaron los Muchachos del trabajo por mi cumpleaños, una broma que consistía en hacerme pasar por Hombre Gay, pero tú me conoces a la perfección y sabes que no hago esas cosas; yo no juego con fuego, puesto que sé que con el fuego me puedo quemar.

Según unas amistades mías parece ser que por Internet se puede ver desde dónde se envía un mensaje de correo electrónico, no sé si tú sabrás comprobarlo pero iré de cara contigo y te revelaré que vivo en México. Algo lejos de Logroño, lo sé. En concreto vivo en un pueblo cerca de Querétaro de nombre Trancascalientes, población mil doscientos ochenta, un lugar muy tranquilo. Trabajo en una mina de ópalo con mis carnales y tengo la piel del cuerpo toda ella como la de un lagarto, esta última semana bastante peor creo yo que por lo de no comer fruta. Estoy rodeado de buenos amigos, toda una “panda”, lo que aquí se conoce como Los Vatos, salimos por las noches a tomarla y a reír a barriga plena y yo soy uno de los más “chistosos” de la camarilla pero debo reconocerte que bajo esta superficie jovial oculto una cruel melancolía por aquello que nos pasó (de esto hablaré más adelante). Por supuesto que sigo leyendo libros de filosofía y enciclopédicos, ¡qué bueno que te acuerdes!, aunque a este lado del paraíso poquito consuelo da el saber. En “Cuéntenselo a Griselda”, un talk-show muy de moda que ponen por la tele del pueblo, dijeron el otro día una gran verdad: que la peor soledad llega cuando te sientes solo pero en realidad estás rodeado de gente, gente bailando en una rave; y esto es justo lo que me pasa a mí. Idoia de mi vida, cuando salí de España lo hice con el corazón hecho pedazos, abandonarte no fue sencillo. Todos los vecinos de Trancascalientes llevan tu nombre en los labios. Quiero decir que les he contado nuestra historia; perdona, a veces me vuelvo muy “poético” y me pierdo, je, je. Todos conocen nuestra historia, pero no he tenido el valor de contarle a nadie que me habías escrito a través de Internet. En el fondo me avergüenzo de haber sido el marido de guardarropía que fui. ¿Podrías enviarme una foto tuya?, no conservo ninguna y los Muchachos me preguntan a menudo por tu aspecto; siempre les digo que eres bella hembra de buen pelo y buenos dientes. Por aquí se cotizan muy alto las dentaduras firmes.

Querrás saber el porqué de mi huida en aquella noche de primavera de hace ya veinte (¿veinticinco?) años. Pues yo te lo cuento, es lo que toca. En parte se debió a que, de repente, la noche de Logroño se me había quedado pequeña —la escena estaba muerta— y en parte a lo del dinero que le robé a tu padre: dos millones y medio de “las antiguas” pesetas de la época como sin duda recordarás. Mi ambición era desmedida. Tenía pensado llamarte por teléfono para pedirte que tanto tú como el niño (¿cómo se encuentra nuestro ya—no—tan—pequeño Cipriá?, háblame de él, te lo ruego) os hubiérais venido conmigo a México, pero llegó a mis manos aquella noticia de portada del Diario 16 en la que tu padre poco menos que me echaba a las fieras refiriéndose a mí como “ganapán hijo de puta” —que no sabía yo que estas cosas se pudieran publicar en los periódicos— y perdí toda esperanza; fue del todo injusto, ¿acaso no había redención posible a mis acciones? Consideré que por un único error —¡un único error, Idoia!— no merecía semejante trato, pero ésta es otra historia. Me sentí repudiado, inservible como una pila sulfatada, menos hombre y más medianía, y preferí desaparecer, fundirme con el mundo. Respecto a lo que insinúas acerca de que yo tenía un “problema grave con el juego”, lo siento mucho guapa pero no recuerdo nada parecido. Habrás de valorar también la posible influencia en mi decisión de nuestras continuas crisis de pareja, ¡menudos recuerdos me traje de Iberia!, todos aquellos reproches flotando en aire viciado, qué horror pensar en ello. Al fin y al cabo Amor es no tener que decir nunca Te Quiero, ni nada de eso, ¿no? Y ten en cuenta que, aparte de nuestra vida en común, también sacrifiqué mi Posición Laboral en el hotel de tu padre, que sabes que fue un buen palo para mí y es que ni lo mencionas; adoraba ese trabajo: subir y bajar en ascensor, dar palique a la gente, cepillar con gozo extirpando pelusas de las chaquetas de los huéspedes. Un hotel es como una ciudad en miniatura, quinientas habitaciones cada una con su propia historia, todos los comportamientos posibles; el crimen es moneda de cambio habitual en los hoteles, pero esto seguro que no te lo contaba tu querido padre, ¿no?, acabas con los nervios destrozados, hazme caso, hay personas que se registran con la sola intención de saquear otras habitaciones, a veces alguien llama a una prostituta y la degüella, madres coraje pierden el norte y cocinan a sus bebés en pleno delirio de fritanga, el suicidio es un lugar común y pues etcétera nomás. La vida en el hotel directa a tu cara. Al piel roja cabrón de tu padre me habría gustado decirle un par de cosas bien dichas, adjunto un archivo de .jpg con mi pésame por su reciente fallecimiento.

Te digo además que tu mensaje me sorprende en una de las peores épocas de mi vida desde que salí de presidio. El patrón no nos quiso dar esquina contra los magnates de la zona y vamos a ir a la huelga, todos los vatos podríamos perder nuestros trabajos. Otro problema que tengo es el del desarraigo en el que me veo envuelto: ha crecido la frecuencia del goteo de turistas yankis despistados que llegan a Trancascalientes y ahora tengo que hacerme pasar por autóctono utilizando frases como por ejemplo “yo no hablar el anglés” o “no me moleste mosquito let me eat my burrito”, ¡pero es que yo no soy mexicano, Idoia!, ¡yo soy de Hornos del Cortijo! No sé… no es nada fácil. Dirás que soy un agonías, te pido que seas magnánima: sabes bien cómo tengo el pathos. Me remuerde la conciencia exponerme de este modo ante ti, aunque reconozco que es más llevadero hacerlo a distancia y por Internet. Sé que soy un cobarde, pero, ¿acaso alguien puede echármelo en cara? No poseo respuesta para ésta mi pregunta.

Por clausurar mi mensaje “con broche de oro” te comentaré que lo que más me duele de lo que nos pasó es no haber podido llevar a buen puerto todos los planes que trazamos juntos: adoptar un perro, comprar una casa, tener un hijo; no, perdón, el hijo sí que lo tuvimos, era una broma, je, je, pero creo que tú querrías haber viajado a la India, ¿no es así?, pues me habría gustado llevarte a la India, Idoia. Me habría parecido bien. Todas las escenas de nuestro pasado, los viajes a la playa con tu madre, los revolcones en el chamizo de tus tíos, las canciones de “The Beatles” bajo la luz de la luna, ¿no merecen algo más que un simple e-mail? Tal vez podríamos chatear algún día. Tengo el servicio Skype, escríbeme tu nickname y te añado. Echo tanto en falta tu voz, mi giochi preziosi… creo que daría cualquier cosa por volver a escucharte, por tocar tu pelo, tus dientes. Después de tantos años aún sigues siendo importante para mí, pienso en ti a diario, voy por la calle y me digo “¿qué haría mi esposa en mi situación?”, y hago todo lo contrario, ¡ay, Idoia mía!, ¡qué bueno que te salía el cocido montañés!, hija de la chingada, no creo que pueda olvidarte. A lo mejor puedo.

Jorge de Cascante

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